miércoles, 27 de marzo de 2019

ATARRABI Ezpeleta, Lapurdi


Según expone J. M. de Barandiaran en su «Diccionario de la mitología vasca»Atarrabi u Ondarribio es un personaje mítico que figura en varias leyendas de nuestra tierra. Atarrabi es el hijo bueno de la diosa Mari, en contraposición con el hijo malo, Mikelats. 
Hasta hace muy poco existía la creencia en Euskal Herria de que las almas se aparecían, entre otras muchas, en forma de sombras. Normalmente, la creencia se refería a las almas de los muertos, pero existen también algunas excepciones, como la leyenda en la que, para castigar a una bruja, había que azotar a su sombra, o como la que se narra a continuación y que fue recogida por Barandiaran, Azkue y Cerquand, en la que la sombra es el alma del propio personaje de la historia. 


Según una leyenda que se cuenta en Ezpeleta de Lapurdi, Atarrabi y otro hermano suyo menor que adjuntamente con varios estudiantes más, fueron a estudiar a la cueva de Txerren o de Etsai, el diablo. Acabados los estudios, Txerren les dijo que, a cambio de sus enseñanzas, uno de los escolares debería de quedarse con él para siempre. Lo echaron, pues, a suertes y le tocó al hermano de Atarrabi. Al ver a su hermano pequeño tan triste y acongojado, Atarrabi se ofreció en su lugar, y el diablo aceptó el cambio. 
Txerren le ordenó que pasase por un cedazo la harina de su enorme despensa, labor que resultaba interminable porque la harina y el salvado pasaban por igual entre las mallas del cedazo. El diablo preguntaba continuamente: 
—¿Dónde estás, Atarrabi? 
Atarrabi tenía que contestar: 
—¡Aquí estoy! 
Atarrabi decidió no continuar allí por más tiempo, y le enseñó al cedazo a decir “¡aquí estoy!” cada vez que Txerren hacia la consabida pregunta y, aprovechando un momento en el que el diablo estaba distraído, se encaminó hacia la salida de la cueva andando hacia atrás, que es la única forma de poder salir de un antro mágico, ¡no lo olvides! 
Txerren lo vio en el instante en que ponía un pie fuera de la caverna y se lanzó sobre él para impedir que saliera, pero, ¡ya era tarde! Atarrabi estaba fuera de la cueva y del poder del diablo. Su sombra, sin embargo, estaba todavía dentro, y el diablo la atrapó. 
Pasaron los años, y Atarrabi se hizo cura. Seguía sin tener sombra, y ésta solamente aparecía en el momento de la consagración durante la misa. Siendo ya muy viejo y pensando en que, un día u otro, tendría que morir, Atarrabi le dijo al sacristán: 
—Tú sabes bien que sólo tengo sombra en el momento de la consagración, y es necesario que yo muera en ese preciso instante. Mañana, durante la misa, en cuanto veas mi sombra junto a mí, me matas. 
El sacristán prometió que así lo haría, pero, llegado el momento, no tuvo ánimos. 
—Mira, no tiene por qué darte pena —le dijo Atarrabi—, pues si no me matas cuando tenga sombra, moriré en cualquier otro momento y no podré salvarme porque estaré en poder de Txerren para toda la eternidad. 
Al día siguiente estaba el sacristán dispuesto a propinar a Atarrabi el golpe fatal cuando, de nuevo, le faltaron las fuerzas, y la sombra, pasada la consagración, volvió a desaparecer. 
—Has de prometerme —le dijo Atarrabi con mucha tristeza en su voz— que mañana me matarás. Luego dejarás mi cuerpo encima de una roca; si son cuervos los que se lo llevan, me habré condenado; si, por el contrario, son palomas, me habré salvado. 
Por tercera vez, el sacristán reunió todas sus fuerzas y, en el momento en que apareció la sombra, golpeó la cabeza de Atarrabi con una barra de hierro y lo mató en el acto. Puso luego el cadáver encima de una roca y vio que llegaba una bandada de palomas y se llevaba el cuerpo hasta perderse de vista en la lejanía. Así supo el sacristán que Atarrabi había escapado, por fin, de las garras del diablo. 

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