Durante la sangrienta guerra que promovió el bastardo don Enrique de
Trastámara, apoyado por la nobleza y el alto clero, contra don Pedro I rey legítimo de
Castilla, uno de los caballeros que más se distinguió en la facción enriqueña fue don
Alonso de Guzmán, señor de Sanlúcar la Mayor, y uno de los personajes de mayor
riqueza e influencia del reino.
Este don Alonso era hijo de aquel otro don Alonso de Guzmán, a quien por su
fidelidad al rey, y por su heroico sentido del honor, se dio el sobrenombre de Guzmán
el Bueno ya que prefirió perder su hijo antes que entregar a los moros la ciudad de
Tarifa, de la que era gobernador. Pues bien, la fidelidad de aquel padre no fue lección
para don Alonso, puesto que sublevó sus gentes y aportó su dinero y su espada para
que sublevase todo el país contra el rey.
Estaba casado este don Alonso, con una ilustre dama, llamada doña Urraca
Ossorio, la cual con idénticas ideas, secundó a su marido y aun le aventajó en astucia
para atizar el fuego de la rebelión, llegando a ser dentro de Sevilla la persona más
peligrosa y más dañina, tanto que cuando pudo ser apresada, se la condenó a muerte
que, según las leyes de la época, para aquella clase de delitos, era la muerte en la
hoguera.
El lugar donde iba a ejecutarse la sentencia era en la orilla de la Laguna de la
Feria, que era como se llamaba una gran laguna que había ocupado todo lo que hoy es
el paseo de la Alameda de Hércules, antes de que se construyese este paseo. En dicha
orilla de la Laguna, se congregó inmenso gentío, para ver suceso tan extraordinario y
novedad tan asombrosa, como que se ejecutase pena de muerte en una mujer, y de tan
elevada alcurnia.
Colocada doña Urraca Ossorio, en el centro de la pira de leña, y con las manos
atadas a la espalda, a un poste, el verdugo prendió fuego a la leña, mientras el
pregonero redoblaba el tambor, y echaba el pregón acostumbrado: «Ésta es la justicia
que…»
En aquel momento el aire, calentado por las primeras llamas, alzó un tanto las
faldas de doña Urraca Ossorio, y ésta lanzó un grito de desesperado pudor, al ver que
las llamas la mostrarían deshonestamente ante el numeroso público, en su mayor
parte desocupados y populacho que presenciaban la ejecución.
Al escuchar el grito, una mujer joven que estaba entre el público, vestida de negro
y con la cabeza cubierta con un manto, se abrió paso entre la gente, y sin que nadie
pudiera impedirlo, subió a la pira en que comenzaban ya a elevarse las llamas. Se
abrazó fuertemente con doña Urraca Ossorio, cubriéndola con su propio cuerpo, para
evitarle la vergüenza de que se le volvieran a alzar las faldas. Y así, tapándole
pudorosamente, se dejó quemar junto con ella por el fuego que ya había convertido la
pira en un mar de llamas.
La mujer que realizó este acto heroico se llamaba Leonor Dávalos, y pagaba así
una deuda de gratitud, puesto que siendo niña y huérfana, doña Urraca Ossorio la
había recogido y criado en su casa como a una hija.
Sepulcro de doña Urraca Ossorio. A sus pies Leonor Dávalos (Monasterio de San
Isidoro del Campo, Santiponce).
Cuando se extinguió el fuego, los huesos y cenizas de ambas mujeres,
confundidas y mezcladas, fueron entregados a la familia Guzmán, que los hizo
enterrar en un rico sepulcro en la iglesia del Monasterio de San Isidoro del Campo,
junto con los restos de don Alonso Guzmán. El mausoleo en rico alabastro, tiene las
dos estatuas yacentes de don Alonso y su esposa, y a los pies de ésta un retrato de
Leonor Dávalos, en actitud de cubrirle las piernas con sus faldas.
En el lugar donde se verificó la ejecución, se hizo levantar una cruz, sobre un
pedestal, que por tener forma parecida a un gran jarrón, recibió el nombre de Cruz de
la Tinaja, nombre con que aún se conoce a dicha calle.
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