sábado, 30 de marzo de 2019

Tradición de Bustos Tavera y la Estrella de Sevilla

En los últimos años del siglo XIII, vivían en Sevilla dos familias de la más ilustre
estirpe. Eran los Tavera, y los Roela. Vivían los Tavera en la casa situada en la
esquina de la calle Doña María Coronel con calle Bustos Tavera, casa que
desgraciadamente en los últimos años, hacia 1970, ha sido derribada para hacer en su
solar un edificio moderno.
El palacio de los Tavera fue uno de los mayores que contaba Sevilla, pues se
extendían por una enorme manzana, con casa y jardín. Vivían en aquel entonces
como únicos ocupantes del palacio, por haber muerto sus padres, dos jóvenes, de
hermosas prendas: Bustos Tavera, caballero mozo de hasta veintitantos años, notable
jinete, y diestro en el manejo de las armas, que ya se había acreditado por su valor en
algunas ocasiones, saliendo a combatir contra los moros que desde Algeciras
intentaban hostilizar a los pueblos de la comarca. Y su hermana Estrella Tavera, de
hasta dieciocho años, bellísima sobre toda ponderación, y tanto que en la ciudad, en
vez de llamarla Estrella Tavera, le llamaban Estrella de Sevilla.
La familia de los Roela, por su parte era de gran rango dentro de la vida sevillana.
Los Roela tenían su casa en la calle Santa Ana, en donde hoy está la casa «de las
columnas» o ex palacio del Infantado, donde había en aquel entonces en vez de la
casa un callejón, que unía Santa Ana con la calle Hombre de Piedra, y desde ahí se
prolongaba hasta el callejón de las Becas y la calle Lumbreras, siendo todo este largo
trayecto llamado Calle del Arquillo de los Roela, pues la calle entera pertenecía a la
familia, teniendo a un lado su casa palacio, y a la otra acera las caballerizas, vivienda
de sus criados, y un jardín con su huerta.
Ocurrió que Sancho Ortiz de las Roelas el joven heredero de esta cuantiosa
fortuna y estado, se enamoró de Estrella Tavera, siendo bien correspondido, aunque
por el momento y hasta tanto acabase el luto por la muerte de los padres, acordaron
no hacer públicos sus amores, encaminados al honesto fin del matrimonio.
Por entonces era rey de Castilla don Sancho IV llamado el Bravo, hijo de Alfonso
X el Sabio. Este monarca, una vez que murió su padre, vino a establecerse en Sevilla,
poniendo su corte en el Alcázar. Era costumbre tener la Corte en Sevilla, por estar
más cerca de la frontera de moros de Granada, y prevenir con su presencia el rey
cualquier nueva invasión de los africanos.
Don Sancho IV era hombre mozo, ardiente, que cuando no estaba en guerras, por
lo que le llamaban el Bravo, gustaba de enamorar mujeres y gozarlas. Y he aquí que
habiendo visto a doña Estrella Tavera, la bellísima Estrella de Sevilla, se propuso el
rey disfrutar de ella. Envióle secretamente cartas y ofrecióle presentes, regalos, y aun
si ella lo quisiera villas y ciudades. Pero Estrella Tavera, como discreta, honesta y
enamorada de su amante Sancho Ortiz de las Roelas, rechazó las pretensiones del rey,
aun sin darlas a conocer a su hermano ni a nadie tanto por respetar la propia honra y
fama suya, como por no poner en murmuración el nombre del rey.
Espoleó la lujuria del rey este verse rechazado, y pensó entonces conseguir por la
astucia y por la fuerza lo que no había conseguido de grado. Y a tal efecto sobornó a
una esclava que había en la casa, la cual le abrió la puerta del jardín, que daba a la
actual calle Doña María Coronel. El propio rey Sancho, en versos de Lope de Vega,
en la obra dramática La Estrella de Sevilla, nos cuenta el sucedido así:
SANCHO
Seducir logré la esclava,
que anoche entrada me dio;
mas Bustos me descubrió
cuando más ufano entraba.
La espada osado sacó

con valor, mas con respeto,
que aunque lo negó, en efeto
pienso que me conoció.
Dije quien soy, y arrogante
me respondió que mentía
pues un rey no emprendería
jamás acción semejante.
Confieso que me corrí
no de que tal me dijera
mas, de que razón tuviera
para sonrojarme así.
Del Alcázar a la puerta
ya supiste que hoy estaba
la desventurada esclava
con tres puñaladas muerta…

El suceso, contado así por Lope de Vega, ocurrió sin ninguna variante. El rey, tras
abrirle la puerta del jardín la esclava, entró en la casa, pero fue descubierto por
Bustos Tavera, quien al oír ruido en la casa salió espada en mano. El rey al verse
atacar se dio a conocer, pero Bustos Tavera, aunque le reconoció contestó que no
podía ser el rey, porque un rey no comete tan feas acciones. Y así por escarmentarle,
y quitarle del pensamiento el ultrajar a su hermana Estrella, le dio de palos como si le
creyese un vulgar ladrón que había entrado en la casa para robar, y bien apaleado le
dejó ir.
El rey, soberbio y furioso se fue al Alcázar, donde a la mañana siguiente, a la
puerta fue encontrado el cadáver de la esclava, a la que Bustos Tavera había dado
muerte por castigar su felonía en procurar la deshonra de su ama. El arrojar el
cadáver allí era un nuevo aviso de Bustos Tavera para indicar al rey que conocía
cómo se había valido para entrar en una casa honrada.
El rey que ya estaba informado de que Estrella Tavera, aunque no publicado aún,
tenía compromiso de boda con Sancho Ortiz de las Roelas, con quien cada noche
mantenía dulces pláticas a través de una ventana del palacio de la calle Bustos
Tavera, quiso impedir tal noviazgo y al mismo tiempo castigar al hermano de ella por
lo que el rey consideraba ultraje a su real persona por haberle dado de palos como a
un lacayo. Así que el rey hizo ir al Alcázar a don Sancho Ortiz de las Roelas, con
quien mantuvo un secreto diálogo en el que le dijo:
—Habéis de saber señor Roelas, que una persona cuyo nombre no os puedo decir
ahora mismo, ha ofendido a mi real persona, lo cual constituye delito de lesa
majestad. ¿Qué pena debe imponerse a quien así atenta contra su rey?
Sancho Ortiz de las Roelas contestó:
—Señor, quien atenta contra su rey merece, según las leyes del reino, ser
condenado a pena de muerte.
—Bien, señor Roelas. Estáis en lo cierto. Mas es el caso que quien cometió tal
delito de lesa majestad, es hombre muy principal, y no convendría a la paz de Sevilla
el que se le condenase y ajusticiase públicamente, pues podrían suscitarse bandos
públicos de partidarios suyos que alterasen el orden. ¿Qué haríais en ese caso?
—Señor, en ese caso, y tal como en ocasiones semejantes se ha hecho, debería ser
muerto sin que se supiese que había sido condenado por el rey, aparentando que su
muerte era causada por otro motivo. Así se ha hecho varias veces en bien de la paz
pública, según refieren las crónicas antiguas.
—Una última pregunta, señor Roelas. ¿Cuál es la primera obligación de todo
caballero noble?
—Servir a su rey hasta la muerte.
—Pues bien, señor Ortiz de las Roelas. He de daros un encargo que por la
obediencia que me debéis, como caballero noble, no podéis excusar de cumplir. Aquí
tenéis este papel en el cual va escrito el nombre del mal caballero que osó atentar
contra mi real persona, en circunstancias que no debo deciros. El delito de lesa
majestad se paga con la muerte. Y como no puedo mantener la paz pública hacer que
le corte la cabeza el verdugo, a vos os mando que le deis muerte secretamente.
Cuando Sancho Ortiz de las Roelas salió del Alcázar y se dirigió a su casa de la
calle Arquillo de los Roelas iba tranquilo porque el caso era normal entre los usos de
aquella época. Pero al llegar a su casa y abrir el pliego encontró escritas las siguientes
palabras: «A quien muerte haber de dar es, Sancho, a Bustos Tavera».
Sancho Ortiz luchó consigo mismo, llorando y maldiciendo su mala fortuna.
Porque, ¿cómo había de dar muerte a Bustos Tavera, su amigo a quien quería como
un hermano y que iba a serlo pronto por ser hermano de su amada Estrella? Pero,
¿cómo resistirse a cumplir con un deber que en aquella época era superior a todos los
deberes que podía tener un caballero: obedecer al rey?
Así pasó el día, presa de los más tristes pensamientos. Si mataba a Bustos Tavera
no podría ya casarse con su hermana, pues aunque ella no lo supiera, su conciencia se
lo impediría a cada instante. Y si no mataba a Bustos, el rey, por desobediencia le
mandaría matar a él. De todos modos, había perdido a Estrella para siempre.
Aquella noche, don Sancho Ortiz de las Roelas, cumpliendo la orden del rey, dio
muerte a Bustos, pero no secretamente sino provocándole a un duelo, espada contra
espada.
Una vez cumplida su triste misión, acudió al Alcázar para darle cuenta al rey,
pero éste llamando a sus ballesteros hizo prender a Sancho, y asegurarle en prisiones,
mientras él mismo, marchaba a casa de los Roelas, la que registró personalmente
hasta encontrar el pliego que había dado a Sancho, con lo que quedaba ya oculto el
motivo de la muerte de Bustos.
Ahora, eliminado el hermano que podía guardar la honra de Estrella, y
aprisionado el novio, y acusado de ser el homicida, quedaba Estrella desamparada y
desengañada del amor de su amante, y era el momento oportuno para presentarse a
sus ojos el rey como protector, y enamorado.
Pero Estrella en lugar de entregarse a él le dijo que tras los sangrientos sucesos
ocurridos, había resuelto consagrarse al servicio de Dios, así que debía dejarla
tranquila y no tentar el conseguirla, puesto que ofrecida ya como esposa de Cristo
significaría un sacrilegio.
Arrepentido el rey de su inútil empeño, y de la crueldad con que se había portado
con Bustos Tavera, acabó declarando que Sancho Ortiz de las Roelas había obrado
legítimamente y obedeciendo órdenes del rey, por lo que le puso en libertad. El joven
Ortiz de las Roelas marchó a la guerra contra los moros, para olvidar sus dolores, y
allí realizó grandes proezas, hasta que encontró en la muerte el postrer remedio.
Estrella Tavera, la Estrella de Sevilla, tal como había prometido, entró de
religiosa en un convento donde dedicó el resto de su vida a orar por las almas de su
hermano y de su amante.

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