En el palacio de los Solís, en la Plaza del Duque (edificio que existió hasta hace
poco, en donde está situado el comercio «Lubre») ocurrió en el siglo XIV un terrible y
sangriento suceso, que nos da idea sobre cuáles eran las costumbres de la época, y
hasta qué punto se mezclaban en aquel entonces los sentimientos del amor, los celos
y el honor caballeresco.
El caballero don Gutierre de Solís (en cuyo escudo había un sol, de donde según
los genealogistas deriva el apellido de su dueño) estaba casado con doña Mencía
Ponce de León.
Ocurrió que el infante don Enrique, hermano del rey don Pedro I, se enamoró de
doña Mencía, y aun siendo ella casada, la asediaba constantemente, pretendiendo
conseguir sus favores.
Habiéndose declarado la guerra entre Granada y Castilla, don Gutierre de Solís
fue nombrado jefe del ejército, y empezó a preparar las tropas. Atemorizada doña
Mencía de que el infante don Enrique aprovecharía la ausencia de su marido para
estrecharla más con sus amorosas pretensiones, decidió esquivarle, a cuyo efecto le
escribió una carta diciéndole que cesase en su empeño, pues ella era fiel a su marido,
y durante el tiempo que don Gutierre estuviera en campaña, ella se metería en un
convento de clausura, donde estaría a salvo de asechanzas, y se dedicaría a rezar para
que su esposo volviera sano y victorioso.
La mala fortuna quiso que don Gutierre supiera inmediatamente por un criado,
que doña Mencía había escrito al infante don Enrique, y sospechando que esta carta
habría sido aceptando sus amores aprovechando la ausencia del esposo, loco de celos,
antes de marcharse a la campaña quiso dejar vengada la que él suponía afrenta; a
cuyo efecto hizo venir al palacio a un sangrador y le ordenó que le abriese la venas a
doña Mencía, hasta desangrarla.
Al conocerse en Sevilla la terrible ocurrencia el infante don Enrique acudió a su
hermano el rey, a quien mostró la carta que había recibido de doña Mencía, proclamó
la inocencia de ella, y pidió al monarca que castigase a don Gutierre Solís, a cuya
petición de castigo se unieron los poderosos familiares de ella que eran los Ponce de
León, una de las familias más influyentes del reino.
Sin embargo el rey don Pedro, dio por buena la conducta de Gutierre Solís,
basándose en la célebre frase latina de que «la mujer de César no solamente debe ser
honrada sino que además debe parecerlo». El rey dijo que si cuando sospechamos una
enfermedad es lógico medicinarse, Gutierre Solís había sospechado una enfermedad
en su honra, y había puesto, aunque equivocado, el humano remedio, convirtiéndose
así en «médico de su honra».
Este suceso auténtico, por la calidad de los personajes y por la importancia que
Sevilla tenía en aquel entonces como la ciudad más populosa de Europa, hizo que la
noticia se esparciese dando lugar en distintos países a cuentos, romances y obras
teatrales. Se cree con algún fundamento que en el episodio sevillano, de un esposo
que mata a su mujer por celos creyéndola infiel, aun siendo ella inocente, y por un
informe erróneo de un criado, se inspiró dos siglos más tarde Shakespeare para
escribir su tragedia Otelo. También Calderón de la Barca compuso, hacia 1638, una
de sus mejores comedias dramáticas con el título de El médico de su honra,
utilizando para el título, precisamente, la frase pronunciada por el rey don Pedro, al
perdonar a Gutierre Solís su homicidio desdichado.
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