sábado, 30 de marzo de 2019

Leyenda del lego ingenioso

Regresaba el rey don Pedro de una cacería, y al pasar por junto al convento de
San Francisco decidió entrar para visitarlo. Preguntó por el Prior, y le dijeron que
había ido a predicar una novena en Jerez.
—No quiero yo para esto a mis religiosos, ni me agrada que salgan de la ciudad
para irse a predicar a otros lugares apartándose de su convento. Bien podría Su
Paternidad haber predicado aquí, y dejar que en Jerez lo hiciera alguno de los muchos
y buenos predicadores que allí asisten.
—Es que nuestro Muy Reverendo Prior es un verdadero sabio, y le llaman en
todas partes para predicar sin que pueda excusarse de ir a iluminar a tantas ciudades
con su sabiduría.
—¡Hola! ¿Conque sabio tenemos? Pues mañana se verá si es tan sabio como vos
presumís, y él se tiene. Mirad que sin demora, en cuanto vuelva a Sevilla, acuda al
Alcázar, a comparecer ante nuestra Real presencia.
Y añadió con voz de amenaza:
—Advertirle a vuestro Muy Reverendo Prior, que se vaya preparando para
contestar tres preguntas que le haré, donde veremos si es tanta su sabiduría.
Regresó el Prior de Jerez, y al informarle los frailes de lo sucedido se llenó de
temor, y se encerró en su celda a rezar a todos los santos para que le librasen de la
cólera del monarca, pues sabía muy bien hasta dónde llegaba la severidad del rey.
En estas inquietudes y desasosiego estaba pasando la noche el Prior, esperando
que amaneciera para ir al Alcázar, cuando llamó a la puerta de la celda un fraile lego
que le llevaba una taza de caldo, y al verle tan afligido le dijo:
—No se abrume Vuestra Paternidad, que Dios aprieta pero no ahoga, y yo le
aseguro que podrá salir bien fácilmente de este trance.
—¿Fácilmente decís? Cómo se conoce que su reverencia no conoce el mal genio
del rey nuestro señor.
—Si Vuestra Paternidad me lo permite, le diré que yo antes de ser fraile fui
hombre de campo, y tengo mucha gramática parda. ¿Por qué no me deja ir al Alcázar,
y ser yo quien soporte la primera indignación del rey, hasta amansarlo?
El Prior, que de todos modos se veía ya destituido, desterrado, y quién sabe si
ahorcado, pensó que poco podía perder con fiarse de la gramática parda del lego, y
recomendándole que llevase la capucha bien echada a la cara para no ser conocido, le
dejó ir en sustitución suya.
Llegado a la presencia del rey, el lego sin quitarse la capucha y con los ojos bajos
como en señal de máxima humildad, saludó al monarca, procurando no ser conocido.
—Me tenéis muy enojado, Padre —comenzó el monarca con voz que estaba
preñada de malos presagios—. No me gustan los frailes andariegos, ni los priores que
desamparan a su Comunidad, dejándola sin cabeza ni gobierno para irse a predicar en
otras ciudades, donde hay otros religiosos que muy bien pueden hacerlo.
Encasquetóse más la capucha el fraile, y bajó aún más la cabeza, como si
estuviera muy compungido.
—Y puesto que os habéis arreglado tan bien para infundir en vuestra Orden esa
creencia de que sois un sabio, vais a demostrármelo a mí, contestando a estas tres
preguntas: La primera. ¿Cuánto valgo yo? La segunda. ¿Dónde está el centro de la
tierra? La tercera. ¿En qué cosa estoy yo equivocado? Reflexionad bien y contestad
con sabiduría porque si no, Padre Prior, os juro que lo pasaréis muy mal.
Tras estas enérgicas y amenazadoras palabras del rey, quedó el fraile inmóvil,
metió las manos en las mangas como quien medita. Y después de permanecer así
unos instantes contestó:
—A la primera pregunta de Vuestra Alteza, de cuánto podéis valer, os digo que
veintinueve reales; recordad que a Jesucristo lo vendieron por treinta monedas, y no
creo que Vuestra Alteza, pretenda valer tanto como Nuestro Señor.
Satisfizo al rey la respuesta y aguardó.
—A vuestra segunda pregunta, de dónde está el centro de la Tierra, y sin que lo
toméis a lisonja, os diré que el centro de la Tierra está mismamente donde tenéis
puestos vuestros pies, no porque seáis rey, sino porque siendo la Tierra redonda, por
cualquier sitio tiene ella debajo su centro.
También satisfizo al rey esta respuesta.
—Y finalmente, a vuestra tercera pregunta, sobre en qué cosa estáis equivocado,
no sería yo quien me atreviese a señalar a un rey en sus asuntos de gobierno en lo que
pueda estar equivocado, pero sí en ciertas cosas menudas y domésticas. Y así por
ejemplo, os diré, que en lo que ahora mismo estáis pensando, estáis completamente
equivocado.
—¿Por qué?
—Porque en este momento pensáis que estáis hablando con el Prior del convento
de San Francisco, pero estáis equivocado porque con quien estáis hablando no es más
que un lego de la cocina.
Y levantándose la capucha dejó ver su rostro.
Quedó maravillado don Pedro I del ingenio, aplomo y sobre todo del valor que el
lego había tenido para comparecer ante él.
—¿Y por qué ha venido el leguito de la cocina en vez del Prior, a quien había
llamado?
—Porque la sabiduría de mi Prior es tan grande, que no era necesario para estas
preguntas, y pensó que para contestarlas sería suficiente el último lego del convento.
Comprendió el rey la sutileza con que el lego quería salvar a su Prior, y contestó
con otra argucia semejante.
—Está muy bien. Pues podéis decirle a vuestro Prior, que su grandísima sabiduría
es lástima que se desperdicie en una ciudad como ésta, en la que nos podemos bastar
con la sabiduría de un lego. Así, que prepare su maleta, monte en su mula, y se vaya
hacia otra ciudad de mayor calidad y grandeza que la nuestra, donde aprovechen
mejor a Dios y a los hombre sus talentos. Yo me conformo con la modesta sabiduría
de un lego, para que luzca y brille el primer convento de Sevilla. Así, que desde hoy
vos seréis el Prior de San Francisco.

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