Acababa de producirse la invasión de los bárbaros. Lo que había sido Imperio
Romano estaba convertido en un rompecabezas de pequeños Estados, cada uno
gobernado por las gentes de distintos pueblos y tribus que habían participado en la
invasión.
Mientras los ostrogodos ocupaban Italia, los visigodos y los francos disputaban la
posesión de Francia. Los suevos formaban la monarquía de Galicia pero también
había suevos en Andalucía, peleando por el dominio del territorio. Y los visigodos
mismos penetraban y se sostenían con dificultades, desde Roncesvalles hasta Toledo.
En estas circunstancias, iniciándose ya el predominio de los godos, sube al trono el
rey Amalarico.
Para asegurar su fuerza contra los demás reyes de la Península Ibérica, Amalarico
se procura el apoyo de los reyes francos Childeberto Clotario, Teodorico y
Clodomiro, hijos del difunto Clodoveo, a cuyo efecto se casa con la hermana de ellos,
Clotilde, y se la trae a Sevilla donde fija su residencia y la capital de España. Parece
ser que Amalarico y Clotilde tuvieron por palacio la antigua Acrópolis romana, que
estaría en donde el actual Alcázar.
Muy pronto entre los esposos comenzaron a señalarse profundas desavenencias,
una vez pasada la luna de miel, pues Amalarico profesaba la religión arriana, con
doble fanatismo, tanto por supersticiosa convicción, como por considerarla
instrumento para mantener en obediencia a los prelados de dicha secta, que eran
quienes más podían influir sobre la nobleza y el Ejército. En tanto que Clotilde,
educada en el catolicismo lo practicaba con fervorosa piedad.
Intentó el rey convencer a su esposa de que abjurase del dogma católico, ya que
no por razones de Estado por amor a él, y no consiguiéndolo, comenzó a maltratarla
cada vez más cruelmente.
La princesa, agotada su capacidad de sufrimiento, pensó pedir auxilio a sus
hermanos, pero no encontraba el modo de hacerlo porque ni tenía persona de quien
fiarse, puesto que toda la servidumbre era adicta a su esposo, ni ella sabía escribir,
porque en aquel momento solamente los clérigos —y aun no todos— conocían la
escritura. Y los únicos clérigos que hubiesen podido escribirle una carta a su dictado,
eran precisamente los clérigos arrianos que rodeaban al rey.
Así las cosas, viéndose cada día en mayor peligro y en mayor desamparo, ocurrió
que algunos de los caballeros de la corte visigoda de Sevilla, hubieron de hacer un
viaje a la corte de Francia, para efectuar ciertas negociaciones militares, sobre la
defensa mutua de Francia y España contra los bizantinos. La princesa aprovechó la
ocasión, y con el mayor disimulo y fingiendo naturalidad, rogó, en presencia del
propio rey, a uno de aquellos caballeros, que pidiera a su madre, la reina viuda de
Francia, que le enviara algunos pañuelos de cierto tejido que era propio de aquel país,
y que en Sevilla no se podían encontrar. Y para que no pudiera haber confusión, sacó
de su faltriquera el pañuelo que en aquel momento llevaba, y se lo entregó al guerrero
diciéndole que le encarecía mucho que su madre le enviase los pañuelos precisamente
de la misma calidad que aquél. Metiólo en un cofrecillo que había en la misma sala
donde el rey despedía a sus embajadores, y se lo entregó, mandando al mismo
tiempo, de palabra, amorosos recuerdos para su madre y sus hermanos.
Cuando la madre de Clotilde, en la corte de Aquisgrán, recibió el cofrecillo con el
pañuelo, supuso en seguida que su hija le mandaba por aquel medio algún oculto
mensaje, ya que la tela del pañuelo, no era de ninguna calidad especial que justificase
su petición, así que lo observó atentamente para tratar de descubrir algún signo que
arrojase luz sobre el misterio. Por fin, descosiendo uno de los bordes o dobladillos,
encontró en el pliegue una mancha de sangre que había sido puesta allí por su hija
para avisarle de este modo que estaba sufriendo torturas y que se encontraba en
peligro de muerte.
La viuda de Clodoveo convocó inmediatamente a sus cuatro hijos, y les pidió con
apremiantes lágrimas que fueran en socorro de su hermana. Los cuatro reyes
movieron en seguida sus ejércitos, al mando del mayor de los hermanos, que era
Childeberto, dirigiéndose hacia el Sur.
Tuvo noticia Amalarico de la entrada de los francos en sus territorios de la
Septimania o provincia de los godos españoles enclavada en Francia, junto a los
Pirineos. Abandonó Sevilla precipitadamente Amalarico y a marchas forzadas se
dirigió a los Pirineos con ánimo de castigar a sus cuñados, pero la fortuna le fue
adversa y encontrándose ambos ejércitos en las cercanías de Narbona, fue muerto
Amalarico en la batalla el año 531.
Clotilde, libre ya de su tiránico esposo, regresó a Francia donde se dedicó de lleno
a la piedad, y murió santamente.
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