Ésta no es leyenda, sino un suceso verídico, que ocurrió en el lugar que hoy ocupa
la avenida Reina Mercedes, en el sector sur, que en el siglo XVII era campo, y por
donde entonces discurría el río Guadaira para ir a desembocar en el Guadalquivir,
hacia lo que hoy es el aeródromo militar de Tablada.
El suceso, transcrito al pie de la letra de las fuentes documentales del siglo XVII,
es como sigue:
«A 14 de mayo del año de 1645, don José Zuleta Ordiales, caballero de muy
ilustres linaje y prendas, habiendo tenido el día antes un desabrimiento con don Juan
Gutiérrez Tello de Guzmán y Medina, Provincial de la Hermandad, lo desafió al
campo señalándole por un papel el sitio pasado el Guadaira.
Don Juan Gutiérrez Tello llevó por padrino (que así fue el desafío), a don Blas
Rodríguez de Medina, Caballero del Orden de Santiago, y el don José de Zuleta llevó
a un primo suyo, don Jerónimo de Viedma, Caballero de la misma Orden de Santiago.
Llegaron al campo en sus caballos, solos cada uno de los desafiados con su
padrino, en donde riñeron, estando los padrinos retirados conforme al estilo y punto
de su caballería.
A breve rato dijeron los padrinos el uno al otro:
—¿Parécete que está este duelo cumplido? (que en realidad de verdad lo estaba
bastantemente, habiendo sido por una cosa de no demasiada entidad y peso). Y
respondió el don Blas Rodríguez:
—A mí me parece que está cumplido este duelo.
Y con las espadas desenvainadas que tenían como padrinos, llegaron cada uno a
su ahijado, y los apartaron.
Juan Gutiérrez Tello sacó una pequeña herida en un brazo; y reconociéndolo don
Blas Rodríguez de Medina, le dijo a don Jerónimo de Viedma que había de reñir con
él, por haber salido su ahijado herido.
—¡Qué tiene que ver eso, Blas! —le dijo el don Jerónimo, que eran muy amigos
entre sí y se trataban con llaneza—. Con el duelo destos caballeros, que han cumplido
como quien son, y como que nosotros somos padrinos y ya los hemos dado por
buenos y por cumplido su duelo, siendo accidente muy corto y no del caso, que al
don Juan Gutiérrez le haya alcanzado esa corta herida, que lo propio pudiera haberle
acaecido a mi ahijado y a mi primo, para que tú ahora quieras que riñamos nosotros
sin qué ni para qué; pues hemos venido para mediar y no para reñir, siendo amigos, y
que estos caballeros lo sean.
—¡No, voto a Cristo! —replicó don Blas Rodríguez, que era intrépido en la
condición—; ¡que hemos de reñir nosotros!
Y se vino al don Jerónimo, el cual le dijo:
—Pues tú, Blas, quieres que riñamos, ¡riñamos!
Y pegando el uno con el otro, el don Blas Rodríguez de Medina vino tan
destemplado y ciego con la cólera a matar a don Jerónimo de Viedma, que se entró
por la espada del contrario y quedó muerto en la campaña, y el don Jerónimo mal
herido, pasado de una a otra parte por una mortal herida.
Se dice que dio la casualidad de que un clérigo llamado el Licenciado Hontiveros,
que era gran aficionado a pescar y que había ido de día con su caña al río Guadaira,
viendo lo sucedido se acercó corriendo a aquel lugar y tuvo tiempo suficiente para
dar la absolución in articulo mortis a don Blas Rodríguez de Medina quien expiró al
momento. El cadáver quedó en el campo al cuidado del clérigo, mientras su
apadrinado don José Gutiérrez Tello, salió a todo galope hacia Sevilla y volvió en
seguida con parientes y otros caballeros, quienes condujeron en seguida el cuerpo
muerto de don Blas, y le dieron sepultura en la bóveda que su familia tenía en la
iglesia parroquial de San Bartolomé». (Hasta aquí hemos copiado literalmente la
crónica de la época. Lo que sigue es resumen del resto).
Entretanto, don José de Zuleta aprovechando que un coche pasaba por aquel lugar
(que era el camino real hacia Jerez), hizo cargar en él a su primo y padrino don
Jerónimo de Viedma que estaba malherido, y le condujo al convento de San Diego
(que estaba situado en los terrenos que hoy ocupa el casino de la Exposición, el
«Teatro Lope de Vega», y jardines de San Telmo).
El asistente y la Justicia informados acudieron al campo, donde ya no encontraron
ni el muerto ni el herido. Intentaron sacar al herido del convento, pero los frailes
dieguinos y la autoridad eclesiástica se opusieron, y hubo de retirarse el asistente y
sus guardias. Don Jerónimo permaneció entre la vida y la muerte veinte días, y expiró
el 4 de junio, día de Pascua de Pentecostés en el propio convento, y allí lo enterraron.
También hubo algún intento de que el cadáver de don Blas fuera sacado de la
iglesia de San Bartolomé, por haber muerto en duelo, y no tener derecho a sepultura
en sagrado, pero el testimonio del Licenciado Hontiveros de que murió reconciliado y
absuelto sirvió para que se le dejase reposar en la sepultura donde le habían
enterrado.
En el lugar donde ocurrió este dramático suceso se erigió una cruz con peana de
albañilería, que se llamó «La Cruz de los Caballeros» la cual existió desde 1645 hasta
mediado el siglo XIX en que durante la época anticlerical se retiraron muchas cruces
públicas. Y para evitar su destrucción, la célebre escritora doña Cecilia Bohl de
Faber, que firmaba sus libros con el seudónimo de Fernán Caballero la retiró de la
orilla del Guadaira, y la trasladó a su finca de Dos Hermanas, donde aún existe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario