sábado, 30 de marzo de 2019

Leyenda de doña María Coronel

Doña María Fernández Coronel era una bella joven, perteneciente a una familia
muy principal, que tenía su casa en la esquina de la calle Arrayán con el mercado de
la Feria, casa que en parte ha sido derribada en el año 1973, y una fachada queda aún,
la que da al Mercado, donde se conserva un hermosísimo ventanal de estilo mudéjar,
cuya casa ha sido en los siglos XVI al XIX palacio de los marqueses de la Algaba, y
durante el XIX y XX, teatro, corral de vecindad, bodega y almacén.
Casó doña María Fernández Coronel, con el caballero don Juan de la Cerda,
descendiente de la familia real de León. Y cuando se alzaron contra el rey don
Pedro I sus hermanos bastardos, encabezados por don Enrique de Trastámara, se
adhirió al bando de éstos el caballero don Juan de la Cerda, aportando dineros, armas,
y soldados a la causa de don Enrique. Esto motivó que el rey legítimo le condenase
por traidor, y habiéndole cogido prisionero en una batalla, lo mandó decapitar.
Pasado algún tiempo, el rey don Pedro conoció a doña María Fernández Coronel,
quien ya consolada en parte de la muerte de su esposo, vivía tranquila, administrando
los bienes que le pertenecían a ella por su dote, puesto que los bienes de su esposo
habían sido incautados por el rey, y su casa situada junto a la iglesia de San Pedro
había sido derribada y sembrado su suelo de sal para que ni naciera allí la hierba,
como escarmiento para traidores.
Conocerla y enamorarse de ella fue todo uno, y desde aquel día, el rey don Pedro
persiguió a doña María Coronel, con ánimo de rendirla, aun cuando ella lo rechazaba
y huía de donde él pudiera encontrarla. Por esto, se refugió en casa de sus padres, en
la calle Arrayán, confiando en eludir esta persecución.
Pero el rey, inflamado de deseos amorosos se propuso robarla de la casa de sus
padres y habiéndole ella sentido llegar con unos criados, mientras el rey asaltaba el
edificio por un lado huyó doña Mara cubierta con un velo, saliendo por la puerta que
daba frente a la iglesia de Omnium Sanctorum, y desde allí corriendo cruzó la Feria,
rodeó la Laguna (hoy paseo de la Alameda) y llegó desolada a pedir amparo y refugio
en el convento de monjas de Santa Clara.
Las monjas, imaginando que el rey no tardaría en llegar allí a buscarla, la
ocultaron en una zanja que había en el jardín, sobre la que pusieron unas tablas y la
cubrieron con un poco de tierra. Al amanecer, llegó en efecto el rey, quien había
recibido una confidencia y recorrió todo el convento buscándola, sin encontrarla. Las
monjas cuentan que milagrosamente hizo Dios que sobre la tierra que cubría aquel
improvisado refugio naciera hierba y brotaran flores en un momento, con lo que el
rey no pudo descubrirla.
Pasado algún tiempo y confirmado nuevamente en sus sospechas el rey, se
presentó de improviso en el convento, donde doña María Coronel estaba viviendo ya
más descuidada. No le dio tiempo a esconderse, y el rey la persiguió por los
corredores, con ánimo de reducirla y llevársela al Alcázar. Pero ella en su carrera
entró en la cocina, donde estaban en aquel momento preparando la comida unas
legas. Doña María se dirigió al hogar, cogió una sartén que estaba llena de aceite
hirviendo, y se la derramó por la cara, deseando desfigurarse para que así el rey no
sintiera más apetito por ella. En efecto, el aceite le produjo horrorosas quemaduras
que desfiguraron su bello rostro, y cuando el rey entró en la cocina y vio aquella cara,
desollada, chorreando sangre, y contraída por el horrible dolor, huyó despavorido y
desconsolado.
Mandó el rey a la abadesa de Santa Clara que cuidase y atendiese muy bien a
doña María Coronel, que él estaba arrepentido y no volvería a molestarla, y le
concedería cuanto ella pidiese.
Entonces doña María Coronel, una vez que estuvo repuesta, pidió al rey que le
devolviese el solar de la casa de su marido, junto a la iglesia de San Pedro, donde ella
se proponía fundar un convento.
El rey le dio el solar, donde ella hizo construir el Convento de Santa Inés, y una
vez edificado, organizó comunidad, siendo ella la primera priora que tuvo.
Doña María fue priora durante muchos años, pues murió de avanzada edad. Fue
enterrada en el coro, pero en el siglo XVI, al hacer unas obras, encontraron su ataúd y
al abrirlo apareció el cadáver perfectamente conservado, por lo que las monjas lo
colocaron en una urna de cristal, al descubierto. Todos los años el día 2 de diciembre
puede visitarse en la iglesia de Santa Inés esta urna, donde se ve el cuerpo de la
fundadora, y pueden apreciarse en su rostro las cicatrices que le produjo el aceite
hirviendo.

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