En Sevilla, se alternan irregularmente las épocas de sequía dramática, que agostan
los campos y aniquilan las cosechas, con temporales de lluvias intempestivas que
producen inundaciones, arriadas, y pudren los sembrados.
En ambos casos, cuando el labrador no encuentra remedio en los hombres, tiene
que volver la vista al cielo impetrando con fe, un remedio a sus calamidades.
Es frecuente, por tanto que se saque en rogativa a las imágenes de veneración más
popular, en cada comarca, para impetrar el beneficio de la lluvia, o para pedir que el
temporal cese. Por sequías catastróficas, en el siglo XVII, se llegó a sacar
procesionalmente por las calles la imagen de la Virgen de los Reyes, según hemos
leído en manuscritos antiguos. También en la inundación de 1626, la mayor conocida
en Sevilla, se impetró la bonanza, descubriendo el Santísimo Sacramento en el altar
mayor de la Catedral. En los pueblos se han hecho rogativas por una y otra necesidad,
con la Virgen de Consolación, en Utrera, con la de Setefilla en Lora del Río, con la de
Gracia en Carmona.
Pero también hay tradición curiosísima de lo que podríamos llamar «rogativas
menores» o rogativas privadas. Aquí no se trata de una calamidad de grandes
dimensiones, sino de evitar pequeñas tragedias domésticas. ¿Se imagina el lector, la
tragedia que supone para una novia haberse hecho un vestido blanco, con su velo,
haber comprometido al novio a que se vista de etiqueta, y que una lluvia intempestiva
les desluzca la entrada en la iglesia, en vez de entre la admiración del vecindario, a
pleno sol de la mañana, tener que salir del coche encogida, recogiéndose el traje para
no mancharlo de barro, y cubriéndose a duras penas con un paraguas? ¿No es ésta
una tragedia, mínima, pero lamentable y grotesca, para un día de bodas?
O haber preparado un grupo de chicos y chicas una excursión al campo,
prometiéndoselas muy felices, de merendar al aire libre, y amanecer ese día
lloviendo, y tener que comerse la tortilla de patatas y los filetes empanados, en el
andén de la estación, sin poder salir de ella.
Para estas pequeñas tragedias, tiene Sevilla también sus pequeñas rogativas.
Así, la mayoría de las novias, unos días antes de la fecha señalada para la boda
suelen acudir al convento de monjas de Santa Clara, en la calle de su mismo nombre.
Suelen acudir, un poco a escondidas, sin atreverse a comunicarlo ni a la familia. Y
llevan como donativo una docena de huevos. Así de sencillo: una docena de huevos
al convento de Santa Clara. Las monjas se encargan de rezar las preces para que ese
día determinado no llueva.
También hay en el convento de dominicas de Santa María de los Reyes, en la
calle Santiago, dos imágenes en su capilla, la Virgen del Sol y el Cristo de las Aguas,
y ya a una ya a otra, se dirigen las rogativas particulares, para que un cierto día llueva
o haga sol.
Finalmente señalaremos que en Sevilla hay dos hermandades de Penitencia, que
tienen como titulares a advocaciones del Señor y de la Virgen, de remoto origen de
rogativas por el agua: el Santísimo Cristo de las Aguas, de la hermandad de este
nombre, en la Iglesia de San Bartolomé, y María Santísima de las Aguas, co-titular de
la Hermandad del Cristo de la Expiración de la capilla del Museo. A las dos se han
vuelto los ojos de los labradores de la comarca sevillana en muchas ocasiones, para
pedir el milagro del agua, en épocas en que los campos han estado sedientos negando
el milagro de la espiga para el pan nuestro de cada día.
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