En Juanjui, cierta noche bien oscura, don Eduardo
Peña, al regresar de velar un cadáver en una casa que estaba
a unas seis cuadras de la suya, encontró una luz que
parecía ser llevada por un hombre invisible.
Don Eduardo cambió inmediatamente de rumbo,
tomando otra calle, porque no era posible aventurarse a
pasar por ese lugar, ya que esa luz era la Lamparilla, horrible
fantasma. Pero al llegar a la otra calle volvió a ver al
fantasma a una cuadra de distancia; én el mismo instante,
tornó, corriendo, a la calle anterior, pero ya la luz estaba
también allí con el propósito de impedirle el paso. Ante
esta situación, el señor Peña, se puso a meditar en la forma
de librarse del fantasma: regresar al lugar del velorio,
que no quedaba más que dos cuadras atrás, para pasar allí
la noche, no le convenía; porque en todo caso le preguntarían
el motivo de su vuelta, y al relatar la aventura corría
el peligro de que lo tomaran por cobarde; pero irse
contra el fantasma era más peligrosa aventura. Mientras
reflexionaba así, la luz seguía alumbrando, paseándose por
la bocacalle por donde debía pasar, desafiándolo en esta
forma. El señor Peña, no encontrando otro medio que cobrar
ánimo, cogió una caña y siguió adelante, con paso
resuelto, pero del mismo modo la luz venía a su encuentro
y ya muy cerca, los rayos luminosos le impedían ver al fantasma,
pero, sin perder tiempo, arremetió a golpes contra
él; la lucha duraba ya diez minutos, sin que don Eduardo
lograra alcanzar golpe alguno al fantasma, mientras
este daba vueltas vertiginosas a su alrededor; pero ansioso
de dominar a su enemigo cuanto antes, don Eduardo
asestaba golpes a diestra y siniestra, hasta que, cansada,
la Lamparilla abandonó la pelea, persiguiéndola el infatigable
señor Peña, hasta que logró alcanzarle un tremendo
golpe, viendo como consecuencia caer a la Lamparilla y
desaparecer la luz.
Inmediatamente prendió un fósforo y solo encontró en
el suelo un insecto de seis centímetros de largo por tres de
diámetro, más o menos, y sin alas; comenzó a despedazarlo
con la punta de la caña, pero antes de que terminara su
tarea se apagó el fósforo, y cuando prendió otro fósforo ya
no encontró al insecto muerto; había desaparecido.
Es así como el valiente don Eduardo Peña mató, en
Juanjui, a la horrible Lamparilla, terror de los trasnochadores.
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