sábado, 30 de marzo de 2019

Las manchas de sangre del maestre

Si visitáis el Alcázar Real de Sevilla, al entrar en una pieza llamada Sala de los
Azulejos, el guía os señalará unas manchas que hay en el suelo, y os explicará que
son las manchas de sangre del Maestre de Santiago don Fadrique, hermano bastardo
del rey don Pedro I. Absorbida por las losas, de blanco mármol, ha quedado la
mancha pardo rojiza, como un testimonio imborrable de un trágico suceso ocurrido
allá por los años de 1350.
El episodio nos lo cuenta con estremecedoras palabras el célebre cronista don
Pedro López de Ayala:
«Estando el rei don Pedro en Sevilla, en el su Alcázar, martes veintinueve, deste
año, llegó su hermano don Fadrique, Maestre de Santiago. E luego como llegó, fué a
facer reverencia al rey; e fallóle que jugaba a las tablas en el su Alcázar. E luego que
llegó besóle la mano, él e muchos caballeros que venían con él».
A continuación pasó don Fadrique con todo su lucido acompañamiento a visitar a
la reina doña María de Padilla y cumplimentarla también.
«E doña María sabía todo lo que estaba acordado contra el Maestre, e quando lo
vió fizo tan triste cara que todos lo podían entender, ca ella era dueña muy buena, e
pesábale mucho de la muerte que era ordenada dar al Maestre. E el Maestre, desque
vió a doña María e a las fijas del rey sus sobrinas partió de allí e fuese al corral del
Alcázar a do tenía sus mulas»
Sala de los Azulejos, Alcázar de Sevilla.
Sin embargo en el corral o Patio de la Montería, donde tenía sus mulas, y cuando
se disponía a marchar, porque había comprendido que corría peligro, recibió un
recado de que volviera a la presencia del rey, que le aguardaba en el Palacio del Yeso,
que es una de las alas del Alcázar. Turbado por siniestros presagios, aunque no
atemorizado porque no era hombre cobarde, el Maestre abandonó su mula ricamente
enjaezada, dejándole las riendas a un criado, y volvió hacia el Alcázar con su
acompañamiento. Pero al ir a entrar, los centinelas retuvieron a los escuderos en el
patio, y dejaron pasar al interior del edificio solamente a los caballeros, que eran
como dieciséis, de su séquito.
Al final de una galería, otros centinelas retuvieron también a los caballeros,
dejando pasar solamente con don Fadrique, al Maestre de Calatrava don Diego
García, y a los dos comendadores, uno de Santiago y otro de Calatrava, que les
acompañaban. Los cuatro pasaron a la antecámara del rey, en la que estaban de
guardia los ballesteros de maza, que eran Pero López de Padilla, Nuño Fernández,
Garci Díaz, Rodrigo Pérez de Castro, y el siniestro Juan Diente, de fama terrible,
porque era el que siempre ejecutaba las muertes que el rey ordenaba.
La antecámara era una sala cuadrada, espaciosa, y con sólo dos puertas, la que
daba a la galería, y la que comunicaba con el aposento del rey. Esta puerta, grande y
recia, tenía un pequeño ventanillo o mirilla, cuya puerta estaba cerrada. Y al entrar
los cuatro en la antecámara, los centinelas que estaban por fuera, cerraron también la
puerta de la galería. Quedaron los cuatro nobles suspensos, y sin atreverse a hablar,
esperando cada uno de ellos lo peor, pues ninguno está informado, y solamente
habían podido sospechar una terrible amenaza, deduciéndolo de las lágrimas de la
reina.
Pasado así un largo rato, en total silencio, se abrió la mirilla de la puerta del
aposento del rey, y se oyó la voz de don Pedro que ordenó solemnemente:
—Ballesteros, matad al Maestre.
Mudóse el color en el rostro de ambos, don Fadrique, el de Santiago, y don Diego
García, el de Calatrava, pues cada uno pensaba que era él quien había de morir.
El ballestero Juan Diente, dirigiéndose hacia el ventanillo preguntó:
—Señor, ¿a cuál Maestre mataré?
Y la voz del rey volvió a oírse a través de la rejilla:
—Matad al Maestre de Santiago.
Al oír estas palabras, don Fadrique intentó escapar, empujando la puerta de la
galería, pero la halló fuertemente cerrada con cerrojos por fuera. Se revolvió y dando
saltos de un lado a otro, de pared a pared pretendía hurtarse a los golpes que le
tiraban con sus mazas los ballesteros, mientras desesperadamente intentaba sacar su
«broncha» o puñal.
El Maestre pugnaba por sacar una broncha que traía. Mas nunca lo pudo
conseguir porque el puño se le trabó en la cinta.
Por fin en una de sus embestidas contra la puerta de la antecámara consiguió
forzarla y escapó perseguido por los ballesteros, hasta refugiarse en esta Sala de los
Azulejos, en donde Juan Diente le dio alcance, golpeándole la cabeza con su maza
derribándole en tierra.
Llegó después el rey don Pedro, y viendo a su hermano que se retorcía en el suelo
en un charco de sangre, sacó su puñal y se lo alargó al ballestero Juan Diente para
que hiciera misericordia del Maestre acabándole de matar, para que no sufriera más.
Esta muerte la ordenó el rey don Pedro, porque su hermano, aun siendo bastardo
de su padre y de doña Leonor de Guzmán, había sido recibido por don Pedro con
tanto amor y cuidado como si fuera hermano legítimo, y cuando llegó a edad
oportuna le dio grandes mercedes y cargos. Y habiendo deseado el rey casarse con la
sobrina del rey de Francia, doña Blanca de Borbón, envió a su hermano don Fadrique
como embajador a traerla desde París a Sevilla. Mas por el camino don Fadrique
requirió de amores a doña Blanca, y ella le correspondió, con lo que aunque doña
Blanca casó con don Pedro, fue la manceba de don Fadrique y tuvo con él un hijo. Y
cuando el rey don Pedro lo supo mandó poner en prisiones a doña Blanca en un fuerte
castillo y después la mandó matar, y una vez muerta ella, se casó el rey con doña
María de Padilla. Y cuando don Fadrique vino a Sevilla le hizo quitar la vida en la
forma que queda dicha.

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