Tras la conquista de Sevilla por los romanos había sobrevenido una época de
laboriosa paz. Pero he aquí que cuando ya estaban tranquilizados los belicosos
españoles que tanto trabajo había costado a Roma dominar, se produce la discordia
entre los propios romanos, a causa de la rivalidad de los dos bandos políticos,
encabezados por los senadores Mario y Sila. Los dos bandos tienen por jefes en
España a Sertorio y Metelo, respectivamente.
Sertorio supo ganarse la confianza de los sevillanos, explotando hábilmente el
sentido de lo mágico y lo milagroso que la psicología de nuestro pueblo tiene como
principal característica. En general se hacía acompañar de una cierva blanca, de piel
inmaculada, la cual había domesticado pacientemente. El hermoso animal aprendió a
acercar su hocico a la oreja de Sertorio, moviendo los belfos y emitiendo un suave
sonido como si le hablase al oído. Sertorio hizo correr entre el pueblo la voz de que
aquella cierva era un animal sagrado, y que los dioses a través de ella transmitían a
Sertorio sus consejos y órdenes. De este modo, cada decisión de Sertorio era acatada
con temor y reverencia, no como un mandato de gobernante, sino como un designio
de la propia voluntad de los cielos.
La guerra terminó desastrosamente para el bando de Sertorio, y su enemigo,
Metelo, conquistó Sevilla, derrotando no directamente a Sertorio, sino a su
lugarteniente el general Hyrtuleyo, en una batalla que dio en la Vega de Triana, o en
las proximidades de Itálica.
Metelo castigó a Sevilla por haber sido sertoriana, imponiéndole un fortísimo
tributo de guerra, y después unos impuestos exorbitantes que agobiaban al vecindario.
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