A Corinto, de Atenas venido,
Llegó un joven, que nadie acogió.
Fuese a ver a un burgués bien nacido
Al que antaño su padre ayudó:
Mucho tiempo atrás,
Por siempre jamás,
Casarlo con su hija se acordó.
Mas ¿será ahora bien recibido
Quien no puede favores prestar?
Son paganos joven y apellido
Y ellos se han hecho ya bautizar.
Con la nueva fe,
La amistad que fue
Cual cizaña se quiere extirpar.
Ya se hallaba en silencio la casa,
Sólo en vela a la madre encontró.
Como un hijo la puerta traspasa,
Pues como a hijo se le recibió.
Vino tinto y pan
Muy pronto le dan.
Buenas noches se le deseó.
Pero aquel banquete generoso
Su hambre no consigue despertar,
El cansancio lo invita al reposo
Y él deja abandonado el yantar.
Y se duerme ya
Pero alguien, quizá,
Por la puerta se dispone a entrar.
Porque ve, a la luz resplandeciente,
Entre velos, una aparición:
Cinta negra y oro hay en la frente
De la joven de su habitación.
Cuando ella lo ve,
Detiene su pie,
Llévase la mano al corazón.
—¿Soy acaso —exclama— tan ajena
Que de un huésped no he sabido hoy?
¡Ah, muy grande debe ser mi pena!
Y ahora, abochornada, ya me voy.
Reposa tú pues,
Ahí donde estés,
Que yo vuelvo al claustro donde estoy.
—¡Tente, hermosa joven! —dice el mozo
Y álzase del lecho en frenesí—.
Baco y Ceres me han dado su gozo
Y ahora es el Amor quien viene a mí.
Muy pálida estás:
Conmigo verás
Que los dioses te han traído aquí.
—No te acerques, joven, sigue echado:
No se hizo la dicha para mí.
Ha ocurrido ya lo inesperado,
Pues mi madre lo ha jurado así.
Por lograr salud,
Hoy mi juventud
Pertenece al cielo desde aquí.
Y es que aquel tropel de viejos dioses
La casa en seguida abandonó.
Un Dios han dejado en sus adioses
Y una cruz, en que ese Dios murió.
Pero nada acá
Los recuerda ya:
¡Matar buey u oveja se acabó!
Y él se atreve a preguntarle todo
Lo que pasa en su imaginación:
—¿Es posible que así, de este modo,
Haya hecho mi novia aparición?
Oh, sé mía ya,
Pues que tanto da
Y contamos con su bendición.
—No podrás tenerme, alma sincera,
Mi segunda hermana sí tendrás.
Si yo vuelvo al claustro, lastimera,
En sus brazos desfallecerás.
Piensa en mí, amor,
Que todo es dolor
Y pronto enterrada me verás.
—¡No! Por esta llama te lo juro
Que a Himeneo nos anuncia ya;
De tu dicha puedo estar seguro,
Pues mi padre nos acogerá.
¡Quédate, amor!
Será encantador
Celebrar nuestro banquete acá.
E intercambian entre sí presentes:
Ella áurea cadena le va a dar
Y él le da, con manos impacientes,
Copa argéntea, única y sin par.
—No la quiero, no.
—Te lo ruego yo.
—Pues un rizo tuyo me has de dar.
De fantasmas da el reloj la hora
Y ella entonces se siente mejor.
El vino que sus labios colora
De sangre tiene rojo el color.
Mas del pan candeal Que él le ofrece leal,
Ni un pedazo prueba con temor.
Ella brinda al joven con su copa
Y él, como ella, bebe hasta apurar.
Por amor su corazón galopa
Pues Amor lo vino a visitar.
Ella se echa atrás:
Todo es por demás,
Y él regresa al lecho a sollozar.
Ella entonces se hinca de rodillas:
—¡Cómo me entristece tu dolor!
Mas si tocas mis carnes sencillas
Sentirás de su frío el horror.
Como nieve son
Y sin emoción,
He de confesarlo con candor.
Él la toma entonces en sus brazos
Dando rienda suelta a su pasión:
—¡Abrasarte deben mis abrazos
Aun siendo el sepulcro tu mansión!
Tu aliento y tu voz
Con ritmo veloz
¡Causan en mi pecho una explosión!
La pasión con fuerza los estrecha,
Lágrimas se mezclan al placer.
De el ardor de él ella aprovecha,
Cada uno cree languidecer.
Fuego abrasador
a ella da color,
Mas no logra su alma estremecer.
Entre tanto aún la madre vela
Aunque es tarde y hora es de dormir,
A la puerta escucha con cautela
Los sonidos que se hacen sentir.
Quejas y risas,
Voces sumisas
Que apenas se pueden describir,
Permanece inmóvil en la puerta
Y por fin se ha de convencer:
No hay duda de que está despierta
Y son voces, voces de mujer.
—¡Gallos cantan ya!
—Mañana quizá…
—Mañana sin falta he de volver.
No pudo la madre contenerse,
Quita de la puerta el pasador:
—¿Quién es la ramera en atreverse,
Dándose a un extraño sin rubor?
¡Fuera! —digo yo.
Más de pronto vio
Que era de su hija el impudor.
Quiere el joven, en su sobresalto,
Cubrir a la joven con su chal,
Ocultarla con su manto en alto,
Mas ella lo hace ya, virginal.
Y se alza allá:
Por el aire va
Movida por fuerza espiritual.
—¡Madre, madre! —dice la doncella—.
¿Qué hice yo para esto merecer?
¿Me arrebatas a esta noche bella
En que empiezo ahora a ser mujer?
¿Es que no os bastó
Que, cuando murió,
Mi cuerpo en la tumba fue a yacer?
»Pero del sepulcro mal cerrado
Un impulso ya me liberó.
Con preces mortuorias el prelado
En la tumba no me aprisionó.
Una bendición
Es una canción
Que nunca al Amor encadenó.
»Este joven me fue prometido
Cuando Venus tenía su altar.
La palabra cayó en el olvido
Como falsa promesa al azar.
Pero nunca un dios
Separará a dos,
Aunque pueda una madre llorar.
»De la tumba yo me he levantado
A buscar mi prometido bien,
Para hallar al hombre por mí amado
Y beber la sangre de su sien.
Cuando ocurra así,
Yo me iré de aquí
A buscar a otros hombres también.
»Bello joven, no vivirás mucho
Porque hoy mismo ya perecerás.
Mi cadena no es por lo que lucho…
Es el rizo oscuro que me das.
¡Míralo ahora bien!
Porque ese rehén
Será lo que quede de ti atrás.
»Oye, madre, mi último deseo:
Una gran hoguera has de encender.
Abre mi pequeño mausoleo
Y a los que aman déjalos arder.
Cuando el fuego ya
Nos consuma acá,
Volará a los dioses nuestro ser.
[1] Traducción de Miguel Sáenz. <<
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