sábado, 30 de marzo de 2019

Prisión y muerte de Almotamid

Al marcharse Zaida de Sevilla pareció descender sobre Almotamid una mala
ventura. El emir Taschfin de Marruecos y su yerno Alfonso VI que hasta entonces
habían sido amigos del sevillano, movieron guerras contra él. El de Marruecos
instigado por los «ulemas» o sacerdotes de la religión musulmana, quienes acusaban
a Almotamid de impiedad, por haberse casado con una sola mujer, lo que equivalía a
despreciar las tradiciones y costumbres coránicas. También le acusaban de que su
mujer Itimad, había suprimido el uso de llevar las mujeres mahometanas la cara
cubierta y que había participado en la vida de las artes y las letras, en vez de
permanecer recluida en el quehacer doméstico, como ordena el Corán.
Por su parte Alfonso VI, que veía con preocupación el aumento del poderío de
Marruecos, deseaba ocupar territorios en Andalucía para crear una línea defensiva
contra el emir Yusuf. Alfonso exigió a su suegro Almotamid que le concediera bases
estratégicas, pero el consejo real de Almotamid, en el que figuraba su propio hijo
Raxid acordó que entre los dos peligros, el de invasión marroquí y el de invasión
castellana, era preferible soportar el marroquí, por ser de su misma religión, tesis que
prevaleció, al expresar el príncipe Raxid su idea con estas palabras que la Historia ha
conservado:
«Prefiero mil veces acabar mis días siendo un simple camellero en Marruecos,
que seguir siendo príncipe y estar sometido al cristiano Alfonso».
Los acontecimientos se precipitaron. Alfonso envió tropas contra Sevilla, para
apoderarse por la fuerza de las bases que había pedido por la diplomacia. Almotamid,
atendiendo a lo acordado en el consejo, abrió las puertas de Sevilla al emir Yusuf para
que impidiera la invasión castellana. Y Taschfin, una vez que estuvo dentro de
Sevilla, mandó prender a Almotamid y a su familia, cargarlo de cadenas, y
embarcarlos para Marruecos, suprimiendo el reino de Sevilla y convirtiendo a esta
ciudad en una provincia de Marruecos.
La salida de Almotamid de la ciudad que había sido su corte, está descrita con
dramáticas palabras por el historiador árabe Aben Labana: «Fueron empujados hacia
un navío que estaba anclado en el Guadalquivir. La multitud se apiñaba a las orillas
del río; las mujeres arañabanse el rostro en señal de dolor. En el momento de la
despedida, ¡cuántos gritos, cuántas lágrimas! ¿Qué nos queda ya?»
Almotamid en su desgracia fue tan grande como lo había sido en su prosperidad.
Cuando desembarcó en Tánger, un poeta burlesco, El Josri, por hacer mofa de él le
recordó que en tiempos pasados había sido espléndido y generoso. Entonces
Almotamid, con gran trabajo porque llevaba las manos encadenadas, se agachó, se
quitó un zapato, y sacando de él una moneda de oro, único caudal que había sacado
oculto de Sevilla, se lo arrojó a la cara al bufón diciéndole: «Toma, y di que
Almotamid no despidió nunca a un poeta sin darle alguna dádiva».
En la mazmorra Almotamid improvisaba versos, guardándolos en su memoria
para dictarlos a algunos amigos poetas que, sobornando a los carceleros, le visitaban
alguna tarde, entre ellos Abu Mohamed el Hichari.
Itimad y sus hijas, aunque habían sido libertadas vivían en la miseria, y tenían que
ganarse la vida hilando y tejiendo. Sin embargo tampoco les había abandonado el
buen ánimo, ni el ingenio; y así cuando la segunda de ellas Fetoma o Fátima quiso
contraer matrimonio, no habiendo obtenido permiso del alcaide de la prisión para
visitar a su padre, se las ingenió para que Almotamid pudiera saber la noticia y le
diera su consentimiento. Para ello se fingió cantora ambulante, y tocando una guzla,
se puso a cantar y a pedir limosna junto a la ventana de la prisión, y valiéndose de la
letra de las canciones, logró que su padre se enterase. Almotamid, desde la celda, le
contestó cantando y le dio el permiso que solicitaba para contraer matrimonio, y le
envió su bendición. Este suceso lo cuentan los cronistas musulmanes. Por nuestra
parte suponemos que quizá Fetoma cantaría precisamente esas palabras en castellano,
lengua que en Marruecos el vulgo ignoraba.
El hijo mayor de Almotamid, el príncipe Raxid, había muerto luchando contra
Yusuf, en Algeciras. Más tarde el hijo menor, Abd-el Chabar intentó promover en
Sevilla una sublevación para devolver la independencia a la ciudad, pero también fue
muerto tras un combate con las tropas del emir Yusuf de Marruecos. Este mismo año
1095 murió Itimad, y el desgraciado Almotamid no pudo soportar más sufrimientos y
expiró en el calabozo de la cárcel de Agmat.

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