sábado, 30 de marzo de 2019

La temeridad de san Fernando

Por relatos de cronistas de su tiempo sabemos que Fernando III el Santo, fue
hombre de valor increíble, rayano en la temeridad. Cierto día mientras sitiaba a
Sevilla, viendo que no era fácil tomar la ciudad por asalto a causa de sus poderosas
murallas y la gran cantidad de gente que la guarnecían, pensó buscar algún punto
flaco en las defensas sevillanas, para atacar por allí más reciamente, y, no teniendo
posibilidad de adquirir datos del interior de la plaza pensó ser él mismo quien
personalmente los obtuviese.
Sin comunicar la idea con sus capitanes, que no le hubiesen dejado realizarla, se
disfrazó de moro, y durante la noche se arrimó a un portillo de la muralla que estaba
junto a la Puerta de Córdoba (hoy Ronda de Capuchinos) y permaneció allí escondido
al socaire del arco del portillo todo el resto de la noche, oyendo hablar los centinelas
enemigos. Se enteró de que la Puerta de Córdoba la abrían a cierta hora de la
madrugada para que entrasen por ella algunas gentes que cultivaban huertas por
aquella parte y que traían a la ciudad vituallas con que la abastecían, aunque
precariamente. Se dirigió entonces san Fernando a la Puerta de Córdoba, y
aprovechando el momento en que la abrían, se entró en Sevilla mezclado con los
hortelanos, y una vez dentro de la ciudad recorrió las murallas por su interior para
observar su sistema defensivo.
Desde la Puerta de Córdoba llegó san Fernando hasta la Puerta del Alcázar,
reconociendo igualmente la muralla del mismo, en lo que hoy es la Puerta de la
Montería.
Mientras tanto los caballeros del real habían echado de menos al rey, y como
conocían su atrevimiento y audacia, y sabían que estaba preocupado por conocer las
defensas de Sevilla, pensaron inmediatamente en que el rey había cometido la
temeridad de entrar en la ciudad. Don Rodrigo González de Girón, los hermanos
Fernán Yáñez, don Juan de Mendoza y otros caballeros decidieron ir a buscarle, así
que se presentaron ante la Puerta de Jerez, echaron un garfio con una cuerda, treparon
a la muralla y se descolgaron dentro de Sevilla, caminando espada en mano hasta la
Mezquita Mayor, ante cuya torre (hoy la Giralda), fueron descubiertos por los moros.
Nunca había ocurrido caso semejante, y la ciudad se despertó sobresaltada en un
tumulto de gritos que decían:
—Los cristianos están entrando en Sevilla.
Gran número de soldados y de caballeros musulmanes salieron de sus casas
armándose a toda prisa, para contener a lo que ellos creían que era todo el ejército
cristiano, cuando en realidad eran cinco o seis caballeros. Ante la Mezquita, en lo que
hoy es calle Alemanes, tuvieron un terrible choque, pero por fortuna para ellos
pudieron salir con bien, y durante el encuentro se les unió el rey san Fernando que al
oír el tumulto comprendió que habían entrado los suyos para ayudarle a salir.
Defendiéndose bizarramente se retiraron otra vez hacia la Puerta de Jerez, sin
tener bajas, y cuando consiguieron salir al campo el rey san Fernando comenzó a
amonestar a sus caballeros por haber entrado en la ciudad metiéndose literalmente en
la boca del lobo, pero don Rodrigo González de Girón le contestó entre atrevido y
burlón:
—En paz estamos señor, que también vos os metisteis en Sevilla sin pedirnos
consejo.
Y todos juntos, satisfechos de tan buen lance, regresaron al real de Tablada.
Parece increíble, pero es un suceso completamente auténtico del que existen
testimonios fehacientes, quedando así probado el valor de aquel rey, quizás el único
monarca que yendo al frente de su ejército, se atrevió a entrar solo y disfrazado en
una plaza enemiga.

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