sábado, 30 de marzo de 2019

El titiritero conquistador de América

Los Reyes Católicos se encontraban en Sevilla, a donde había venido doña Isabel
a dar a luz, y pasados algunos días del nacimiento del príncipe heredero, salió la reina
del Alcázar para ir a misa de parida en la santa Catedral hispalense. Iba con gran
acompañamiento de nobles, clérigos y damas principales, y el público se agolpaba en
el trayecto del palacio a la iglesia, para verla pasar.
De repente, se interrumpieron los vítores y aplausos y todo el mundo comenzó a
mirar hacia arriba, y se oyeron algunos gritos de susto entre las mujeres. Miró la reina
a lo alto, como todos hacían, y vio que en la torre de la catedral, y por una larga viga
que sobresalía varias varas por el ventanal más elevado, un niño, salía haciendo
equilibrios, hasta llegar al extremo de la viga, y se detenía allí.

El niño sacó de su faltriquera dos naranjas y comenzó a lanzarlas al aire y
recogerlas cambiándolas de mano, con la habilidad de un artista de circo. Este juego
de manos, en inverosímil equilibrio sobre una estrecha viga, y a tal altura, ponía
pavor en el ánimo de los espectadores, y la inmensa multitud que presenciaba el paso
de la reina, estaba en silencio, y casi sin atreverse a respirar, esperando y temiendo
que de un momento a otro, el muchacho caería desde la torre a la calle. Sin embargo,
no parecía él preocuparse en absoluto del peligro, pues se puso a saltar en la punta de
la viga, y cuando se cansó de estos peligrosos brincos, volvió a caminar desde el
extremo del palo hacia la torre y allí levantando un pie lo apoyó contra los ladrillos
de la pared y en esa posición lanzó con todas sus fuerzas las dos naranjas para que
pasando por encima del campanario cayeran al otro lado del edificio. Después de toda
esta diversión, el muchacho volvió a meterse por el ventanal de la torre y desapareció
de la vista de los espectadores, que dieron un suspiro de alivio al ver que había salido
con bien de su travesura. Mandó la reina que lo detuvieran y lo trajeran a su
presencia, y en efecto, varios soldados entraron en la torre de la Giralda y subiendo la
rampa encontraron al juvenil titiritero, quien no opuso resistencia a dejarse coger.
Lleváronle al Alcázar, y terminada la misa lo presentaron a la reina doña Isabel,
quien al reconocerle quedó muy sorprendida, ya que se trataba de un paje de su real
servicio.
—¿Cómo te has atrevido, Alonsillo, a realizar semejante locura? ¿No sabías que
podías matarte?
—Sí, Alteza, pero lo hacía para llamar la atención de una persona, que solamente
haciendo una cosa tan arriesgada como ésa podría fijarse en mí.
—¿Y quién es esa persona que tanto te interesa que te viera? ¿Alguna camarista
tal vez? Temprano empiezas a enamorarte, Alonsillo.
—No, Alteza, no era por amores sino por algo que me interesa más. Necesitaba
llamar la atención de la reina, para pedirle que me conceda una gracia.
—Estás loco, Alonsillo. ¿Y piensas tú que para hacer yo una gracia a cualquiera
de mis pajes, necesito que arriesgue su vida como titiritero?
—En este caso sí. Porque la gracia que quiero es que me concedáis una plaza en
el ejército. Y tenía que demostrar que aunque no tengo más que trece años, soy
valiente, y capaz de arriesgar la vida sin miedo.
La reina quedó maravillada del atrevimiento del paje, pero encontró muy puesto
en razón el concederle aquella merced que pedía, aunque no fuera más que pensando
en que la había ganado de sobra al afrontar semejante peligro. Así pues, le otorgó una
banda de alférez, con lo que Alonso de Ojeda vino a ser el oficial más joven del
ejército con sólo trece años de edad.
Acreditó que la reina no se había equivocado al darle aquel grado, pues se
distinguió mucho en las guerras, y pasó a América ya con el grado de capitán que
había ganado por sus méritos en los campos de Italia.

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