sábado, 30 de marzo de 2019

La obra de Murillo

A lo largo de su larga vida, aparte de infinidad de trabajos para familias
particulares que le encargaban cuadros religiosos, Murillo hizo gran número de
cuadros para la catedral de Sevilla, el convento de la Merced (situado donde hoy está
el Museo Provincial), Hospital de la Santa Caridad, y sobre todo para el convento de
Capuchinos. Veinticuatro cuadros por lo menos pintó para el de Capuchinos, catorce
para la catedral, siete para la Santa Caridad, dos para el Palacio arzobispal, y de
diversas procedencias se conservan en el Museo del Prado, de Madrid, treinta y
cuatro cuadros de este autor.
Entre ellos destacan las célebres «Inmaculadas», tema al que fue muy adicto,
habiendo creado Murillo el verdadero prototipo de la Virgen en el Misterio de esta
advocación, en figura de mujer bellísima, vestida con ropaje blanco y un manto color
azul celeste, de la que hizo tres versiones, como pueden verse en el Museo de Sevilla:
la «Niña», que se muestra en el candor de los doce o trece años; «la del Padre
Eterno», en figura de mujer de veinte años, llena de espiritualidad y misticismo, y «la
Grande», en figura de mujer de treinta años, que transmite su protección al mundo.
Muchos cuadros de Murillo son de temas profanos, generalmente tomando
personajes y escenas populares sevillanas, que tan bien conocía, y sobre todo,
relacionadas con la pobreza en que se desenvolvió su infancia, pero sin poner en ellos
amargura, sino por el contrario, cuanto hay de ternura y de humor. Así, Abuela
despiojando a su nieto, Niños comiendo fruta, Niños comiendo un melón, algunos de
cuyos cuadros se encuentran en museos de Francia, Alemania, Rusia y Estados
Unidos. Para que se haga una idea el lector de la cotización de los cuadros de
Murillo, baste decir que el cuadro de la Inmaculada Concepción, que se conserva en
el Museo del Louvre, no siendo de los mejores, fue pagado, a fines del siglo XIX, por
dicho museo, en la formidable suma de seiscientos quince mil francos oro. La
diferencia entre la cotización de la moneda entonces y hoy, puede muy bien hacer
multiplicar por mil el valor de dicha obra. Y aún otras han valido más.
Un cuadro curioso, y que tiene su leyenda, es el de la Virgen de la Servilleta, que
se conserva en el Museo de Sevilla.
La leyenda asegura que habiendo dedicado Murillo dieciocho años de su vida a
pintar cuadros para la iglesia del convento de Capuchinos, diariamente le llevaba el
almuerzo al propio lugar de su trabajo un hermano lego. Y habiendo terminado
Murillo de pintar su formidable retablo, se despidió de los frailes.
El hermano lego que le había servido, le dijo:
—Señor Murillo, ya que os he acompañado y servido todo este tiempo, ¿me
querríais hacer la merced de regalarme algún pequeño dibujo para vuestro recuerdo?
—¿Y qué dibujo queréis que os haga?
—Una virgencita para ponerla en mi celda. Así le rezaré todos los días y a la vez
os recordaré a vos.
Entonces Murillo le pidió la servilleta o mantelito en que le traía diariamente el
almuerzo, y sobre esa tela pintó en breves minutos, con firme y rápido trazo, la
maravillosa figura de la Virgen con el Niño en brazos, que con el nombre de Virgen
de Belén o Virgen de la Servilleta se exhibe en lugar preferente del Museo Provincial.
Por cierto que otra leyenda afirma que ese Niño Jesús que aparece en éste y otros
cuadros de Murillo, podría muy bien ser un hijo «de ganancia» que Murillo tuviera
fuera de su matrimonio, quizá con una panadera del barrio de la Merced, dueña de un
horno de pan cocer de la calle de los Monsalves.

La Virgen de la Servilleta, obra de Murillo (Museo Provincial).
Murillo, hombre generoso, y que conocía las dificultades con que los jóvenes
tropiezan para formarse artísticamente, creó la primera Escuela de Artes de Sevilla,
no sólo costeando de su bolsillo los materiales, sino dando él gratuitamente las
enseñanzas, consiguiendo después la ayuda de otros pintores, y el apoyo de las
autoridades. La escuela funcionó desde 1660 en la Casa Lonja.
Tenía más de 60 años y aún estaba Murillo tan vigoroso y joven que aceptó pintar
el cuadro de Los desposorios de Santa Catalina en el convento de los Capuchinos de
Cádiz, a pesar de que había de trabajar en lo alto de un andamio, de peligrosa
disposición, y grandísima incomodidad. Ocurrió que a la terminación del cuadro,
sufrió una caída, de la que resultó Murillo mortalmente herido. Acostado en un
carruaje sobre un montón de paja, y soportando valientemente el dolor de las
múltiples fracturas y lesiones internas, se hizo conducir desde Cádiz a Sevilla, a
donde llegó moribundo. Murió a 3 de abril de 1682, al parecer en la casa número 5 de
la plaza de Santa Cruz, aun cuando otros creen que en la calle Santa Teresa, frente al
convento de las Carmelitas.

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