sábado, 30 de marzo de 2019

Leyenda de que la Virgen Macarena no puede entrar en el Hospital Central

Es ésta una leyenda, que aunque sin fundamento histórico aparente, ha calado
mucho en el ánimo de los sevillanos, y ha dado lugar en repetidas ocasiones a que se
produjeran movimientos de opinión pública, y casi incidentes de orden público en
tiempos relativamente recientes.
Afirma la leyenda que cuando se fundó la Hermandad de la Macarena, allá por el
siglo XVI, se estableció en la iglesia del convento de San Basilio que estaba en la calle
Redentor, calle Parras, y dando espalda a la calle Antonio Susillo. Todavía hoy existe
parte del edificio de aquel convento, destinado hoy a aserrería de maderas, panadería,
garaje, y otros usos industriales.
Al fundarse la Hermandad, no tenía imágenes, sino tan sólo un crucifijo, y sus
devociones y cultos consistían exclusivamente en actos piadosos en el propio templo,
misas, vigilias nocturnas y actos penitenciales. Más tarde se estableció la costumbre
de hacer estación en la Semana Santa, y los cofrades se vistieron con túnicas negras, a
las que después agregaron unas capas verdes.
La procesión primitiva, sería el Viernes Santo de madrugada, llevando en una
parihuela la imagen del Crucificado, y el itinerario procesional no llegaba a la
catedral, sino que se limitaba a ir desde San Basilio a la plaza de la Pila del Tesorero,
que estaba en la confluencia de calle Relator con calle Feria. Bajaba luego a la
Alameda, y daba la vuelta en la plazuela de la Cruz del Rodeo, llamada así
precisamente porque allí daban su rodeo las procesiones para regresar a sus templos.
Desde la Cruz del Rodeo, donde hacía estación, regresaba por la actual calle Peris
Mencheta hasta la calle Feria, en el lugar llamado La Cruz Verde, porque allí había
una cruz pintada de verde que señalaba la separación de las parroquias de Omnium
Sanctórum y San Juan de la Palma. Tras rezar ante la Cruz Verde una estación,
regresaba la Hermandad a su templo de San Basilio.
Pasado algún tiempo, y tras la reforma que introdujo en los desfiles procesionales
el cardenal don Rodrigo de Castro en 1584, la Hermandad de San Basilio decidió, al
igual que otras corporaciones penitenciales, tomar dos advocaciones, una de un
misterio de la Pasión, para lo que escogió la sentencia de Pilatos contra Jesús, y la
otra una advocación de la Virgen, decidiéndose por Nuestra Señora de la Esperanza.
Y aquí entra la leyenda, para afirmar que siendo la primitiva Hermandad muy
pobre, no disponía de medios para adquirir una imagen de la Virgen, teniendo en
cuenta que las esculturas religiosas en aquel entonces eran de un precio exorbitante,
por la gran demanda que había de todas las ciudades que se iban fundando en el
imperio colonial español del Nuevo Mundo, a medida que los misioneros iban
cristianizando desde California y México hasta el Río de la Plata y el altiplano de
Chile y Perú. Así que los escultores de Sevilla no daban abasto a labrar imágenes, y
se las hacían pagar a buen precio.
En esta situación, pobre la Hermandad de San Basilio, y sin imagen titular, llegó a
noticias de su mayordomo que en el «Hospital de las Cinco Llagas» había una
imagen de la Virgen, magnífica, y sin dueño. Un viajero que se dirigía a Indias,
enfermó en el puerto, antes de zarpar su barco en el convoy que cada año salía de
Sevilla, y que se llamaba «La Flota de la Carrera de Indias» y que al regresar, un año
después, con los galeones cargados de metales preciosos, perlas y ricas mercancías,
recibía el nombre de «La Flota de la Plata». Así pues, el viajero, que enfermó antes
de zarpar, fue trasladado al «Hospital de las Cinco Llagas», junto con su equipaje, y
murió sin poder testar, así que allí quedó el equipaje a disposición de quienes
pudieran reclamarlo como herederos. Pero pasado un año sin que apareciese ningún
reclamante, el equipaje fue abierto, y en él apareció, entre otros objetos que el difunto
pretendía llevarse a América, la bellísima imagen de la Virgen.
Como la capilla del hospital estaba bien alhajada de imágenes, las monjas no
encontraron un altar donde poner esta Virgen, pero en cambio hacía falta un reloj para
el servicio religioso de la comunidad y del propio hospital, así que propuso el
administrador cambiar la imagen de la Virgen por un reloj de campanas para la torre
de la capilla.
Providencialmente, la Hermandad era poseedora de un reloj, que años atrás le
había donado un devoto, para que pudieran seguir las horas de sus vigilias nocturnas,
cuyo reloj no se había usado, porque se servían del que tenían los monjes basilios en
el convento, pero permanecía guardado, en espera de que la Hermandad tuviera
alguna vez, andando el tiempo, una capilla propia.
Hicieron las gestiones los cofrades con el administrador de las «Cinco Llagas»,
para cambiar el reloj por la imagen, pero no queriendo el administrador perder
totalmente la imagen, propuso que en la escritura no constase como permuta
definitiva, sino como una cesión temporal sine die, en virtud de la cual la Hermandad
prestaba el reloj al hospital, y éste prestaba la imagen a la Hermandad, con la
condición de que solamente se podría cancelar este préstamo —exigieron los cofrades
— a petición de la propia Hermandad, pero no podría cancelarlo por sí el hospital. Y
para más seguridad de conservación de la imagen, añadieron los cofrades, que en
ningún caso se podría anular el pacto por simple acuerdo de la Junta de la
Hermandad, ni por negociación escrita, sino que tendría que ser llevada la imagen al
hospital para que pudiera surtir efecto la anulación de lo pactado.
Al poco tiempo de esto, el administrador del hospital, habiendo ya abundancia de
relojes en Sevilla, por haberse establecido aquí algunos famosos relojeros, quiso
devolver el reloj a la Hermandad, y que le devolvieran la Virgen, pero la Hermandad
se opuso, aduciendo que solamente si ella llevaba la Virgen por su voluntad al
hospital podría quedar cancelado el contrato.


La Virgen de la Esperanza Macarena, imagen atribuida a la escultora Luisa Roldán de
Mena, la Roldana, que fue cambiada por un reloj.
Pasaron los años, y ya la Hermandad había abandonado el convento de San
Basilio y se había establecido en San Gil. Cuando ocurrió cierto Viernes Santo, que
durante el rato que duró la procesión, se produjo el hundimiento en la techumbre de
la iglesia de San Gil, así que cuando la Cofradía regresaba procesionalmente a su
parroquia, se encontró con que no podían entrar en el templo. Entonces los cofrades
pensaron que lo más acertado era recogerse provisionalmente en la capilla del
«Hospital de las Cinco Llagas», por ser el templo más próximo a San Gil, y así
encaminaron la procesión, por el Arco de la Macarena, hacia la explanada del
hospital.
Pero cuando llegaban ya a la cruz de piedra que señalaba (donde ahora está la
parada de los autobuses del número 2) el límite donde empezaba el terreno propiedad
del hospital, empezó a dar voces un anciano diciendo:
—¡No la entréis, que la perderéis! ¡No entréis, que la perderéis! Se detuvo el
cortejo procesional justo en el límite de la explanada del hospital, y el viejo,
entrecortadamente, explicó al Hermano Mayor, que él sabía que si la Virgen de la
Macarena entraba en el hospital, se tendría que quedar ya para siempre en la capilla,
porque así estaba estipulado en el contrato que se había hecho ochenta años atrás.
—¿Y cómo sabéis eso? —preguntó el Hermano Mayor.
—Porque hace ochenta años, era yo aprendiz de relojero, y precisamente ayudé a
mi maestro a instalar el reloj que la Hermandad dio al hospital a cambio del préstamo
de la imagen de la Virgen.
Allí mismo, ante el Arco de la Macarena, celebraron un consejillo los cofrades de
la Junta de Gobierno y acordaron que en vez de meter la Virgen en el hospital, la
llevarían a la capilla de San Hermenegildo, junto a la Puerta de Córdoba, como así se
hizo, y allí permaneció los días necesarios hasta que se efectuaron las reparaciones de
la parroquia de San Gil.
Otras veces se ha repetido, con base en esta leyenda, la misma escena, de que si
en alguna solemnidad se ha querido llevar la Virgen de la Esperanza de la Macarena
al «Hospital Central», se ha opuesto el vecindario del barrio, por temor a que si
entraba ya no volvería a salir, y se quedaría sin ella la Hermandad.
Sin embargo, aunque la leyenda fuese cierta —que no lo sabemos—, el peligro ya
ha pasado definitivamente, puesto que hace veinte años, y con motivo de una Santa
Misión que se celebró en Sevilla, la imagen de la Macarena entró en el hospital, pero
a su salida no le pusieron obstáculos, y regresó a su basílica, con lo que se entiende
que el hospital hizo dejación de su derecho, si es que alguna vez lo había tenido. Y
ya, desde esa fecha, quedó libre la Hermandad de todo temor de perder su bendita y
venerada imagen de la Virgen de la Esperanza de la Macarena.

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