sábado, 30 de marzo de 2019

La matanza de la judería sevillana (episodio histórico)

No puede dejar de relatarse en una enumeración de sucesos históricos de Sevilla,
el dramático episodio de la matanza de la Judería sevillana en el año 1391.
Los datos de este trágico suceso figuran en la Historia de España de don Modesto
Lafuente, en la Historia de la Ciudad de Sevilla de Joaquín Guichot, y en otros textos
de indiscutible veracidad, y de nada sospechosa integridad moral. Quiero aclarar esto,
puntualizando bien que no se trata de una página de la «leyenda negra» antiespañola,
sino de un hecho cierto, comprobado, y relatado por serios y veraces historiadores,
incluso sacerdotes.
Los hechos ocurrieron así. En la primavera de 1391, el Arcediano de Écija, don
Fernando Martínez, comenzó a recorrer la ciudad de Sevilla, arengando y exhortando
a los sevillanos en contra de la raza judía. En aquella época vivían en Sevilla, sin
mayores dificultades en su convivencia, judíos, moriscos y cristianos, de modo
semejante a como hoy en 1968 viven las tres razas y las tres religiones en Ceuta o en
Melilla, o como vivieron hasta hace poco tiempo bajo el Protectorado español en
Marruecos.
Desde la conquista de Sevilla por San Fernando, la autoridad de los reyes había
velado por respetar y hacer respetar los derechos de las minorías hebrea y
musulmana, dejándoles el libre culto de sus religiones respectivas, en una mezquita
sita en la Plaza de San Pedro actual y las tres sinagogas, la una en lo que ahora es
solar de la Plaza de Santa Cruz, otra en lo que ahora es iglesia de Santa María la
Blanca, y otra en el actual templo de San Bartolomé.
Tanto San Fernando, como don Alfonso el Sabio y sus sucesores habían impedido
que a los moriscos y judíos se les hiciera ninguna fuerza ni perjuicio.
Ocurrió, pues, que don Fernando Martínez, llevó sus predicaciones mucho más
allá de lo que la prudencia aconsejaba, soliviantando los ánimos populares contra los
judíos, so color de un acendrado fervor religioso.
En el mes de marzo estalló al fin el odio sembrado por el Arcediano de Écija,
promoviéndose un motín popular, en el que la plebe, siempre dispuesta a toda clase
de excesos, entró por el barrio de la Judería, saqueando las tiendas, y maltratando a
los moradores.
Al saber la noticia de lo que estaba ocurriendo, acudieron inmediatamente con
alguaciles don Álvar Pérez de Guzmán, que ocupaba el cargo de Alguacil Mayor de
la Ciudad, y los alcaldes mayores Rui Pérez de Esquivel y Fernando Arias de
Cuadros, prendieron a algunos alborotadores y desmandados, dos de los cuales fueron
condenados a azotes.
Sin embargo el Arcediano de Écija no cejó en sus predicaciones contra los judíos,
antes las exacerbó más, y el pueblo excitado nuevamente se entró por el barrio judío
saqueando las tiendas y apaleando e hiriendo a los hebreos. La asonada fue de tales
proporciones que el Alguacil Mayor don Álvar Pérez de Guzmán, no encontrándose
con fuerzas bastantes de alguaciles para reprimir el alboroto solicitó el concurso de
toda la nobleza, que acudió al barrio con numerosos lacayos armados, escuderos, y
algunos hombres de armas, y a duras penas se pudo reprimir el alboroto popular,
teniendo incluso el Alguacil Mayor que ofrecer el perdón de los que habían sido
condenados a azotes en el motín anterior.
Pero esta impunidad alentó al populacho, que enardecido con nuevas palabras del
Arcediano de Écija, el día 6 de junio a los gritos de “a muerte los judíos”, entraron
nuevamente en el ya saqueado barrio. Esta vez el pueblo bajo no se detuvo en saquear
sino que con cuchillos, dagas, y herramientas se dieron a buscar a los judíos
persiguiéndoles como a fieras por las estrechas calles de la Judería, En aquel entonces
la Judería comprendía los actuales barrios de Santa Cruz, Santa María la Blanca y
San Bartolomé, y estaba separado del resto de la ciudad por un muro, casi muralla,
que bajaba desde el comienzo de la calle Conde Ibarra, pasando por la Plaza de las
Mercedarias, hasta la muralla de la ciudad. Así el barrio judío quedaba encerrado, por
un lado, por el muro del Alcázar, callejón del Agua arriba. Por otro lado, por ese
muro de la calle Conde Ibarra; por abajo por la muralla de la ciudad que iba
bordeando la Puerta de Carmona, Puerta de la Carne, a enlazar con el Alcázar. Y por
arriba otro muro desde Santa Marta al Alcázar y por Mateos Gago a Conde de Ibarra.
Este barrio judío solamente tenía dos puertas, una en Mateos Gago, y otra, la Puerta
de la Carne, al campo.
Por ambas puertas, a la vez, se precipitó el populacho, para impedir la huida de
los míseros hebreos. Hombres, mujeres y niños fueron degollados sin piedad, en las
calles, en sus propias casas, y en las sinagogas. La matanza duró un día entero y
perecieron la enorme cifra de cuatro mil criaturas.
Los pocos supervivientes, que lo fueron aquellos que de los alborotos de días
anteriores huyeron fuera de Sevilla, al conocer la terrible noticia, acudieron a la
Regencia en demanda de protección y de garantías, dada la terrible situación.
No pudo la Regencia dar muchas seguridades, ya que en aquellos tiempos en que
el rey tenía once años de edad, la autoridad andaba fragmentada en varias manos, y
difícilmente era respetada. Precisamente por esta falta de gobierno había sucedido
todo aquello.
Pasado algún tiempo, y no sin recelo volvieron algunas familias judías a Sevilla,
reconstruyendo sus tiendas y sus casas. Sin embargo, jamás volvió a haber ya un
barrio judío. De las tres sinagogas, dos fueron expropiadas, y convertidas, la una en
parroquia de Santa María de las Nieves —vulgarmente llamada la Blanca—, y otra en
parroquia de Santa Cruz, pero no la actual, sino que estuvo en el terreno que hoy
ocupa la Plaza de Santa Cruz.
Pasados algunos años, cuando Enrique III alcanzó la mayoría de edad para reinar,
uno de sus primeros actos de gobierno fue procesar y encarcelar al Arcediano de
Écija don Fernando Martínez, quien con sus imprudentes predicaciones había
desencadenado la inhumana persecución y matanza de los judíos de la judería
sevillana en 1391. El cronista Gil González Dávila escribe estas severas palabras: «El
rey castigó así al Arcediano, porque ninguno con apariencia de piedad no entienda
levantar al pueblo».
Asimismo impuso el rey una crecidísima multa al vecindario de Sevilla y a su
Ayuntamiento, tan elevada que no fue posible pagarla de contado, y durante más de
diez años estuvo el municipio de Sevilla abonando cantidades de oro, para pagar la
pena impuesta por la destrucción de la Judería, según vemos en las cuentas del «Libro
del Mayorazgo» en el archivo municipal.
Los judíos de Sevilla no volvieron a reponerse de aquel exterminio. La Judería,
que había llegado a contar más de cinco mil vecinos, quedó reducida a unas docenas,
que con dificultad pudieron componer el número suficiente para organizar una
sinagoga, siendo ésta la que hoy está convertida en iglesia parroquial de San
Bartolomé, construida después de aquella matanza. La decadencia de la Judería fue
tal que a fines del siglo XV no había prácticamente judíos en Sevilla, por lo cual el
decreto de expulsión de los judíos dictado por los Reyes Católicos en 1492 fue
notado en todas las ciudades del reino, menos en Sevilla, de donde no se expulsó
prácticamente a nadie, puesto que no había ya judíos en nuestra ciudad.

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