La verdadera causa del destierro de Rodrigo, expulsado de Castilla por
Alfonso VI, no fue la jura de Santa Gadea, sino su viaje a Sevilla.
Cuando Rodrigo, vencedor de los granadinos y murcianos, llegó a Sevilla, el rey
Almotamid le recibió con grandes muestras de amistad y agradecimiento, y le colmó
de valiosos regalos. Tras este brillante episodio, Rodrigo de Vivar, con sus cien
jinetes, y transportando los quintales de plata, los caballos y las mulas que constituían
el tributo anual o impuesto de «parias» que pagaba Almotamid al rey Alfonso VI,
emprendió el regreso a Castilla, adonde llegó unas semanas después.
Alfonso VI se mostró en principio muy satisfecho, tanto del buen mandado que
había hecho Rodrigo, trayendo sin contratiempos el tesoro de los parias, como de las
gestiones diplomáticas y militares que Rodrigo había hecho, manteniendo el
postulado de que nadie que estuviera aliado con Castilla y bajo la protección de ésta,
podía ser atacado impunemente.
Pero pasados unos días, Alfonso VI, tras algunas conversaciones con sus
consejeros cambió de actitud hacia Rodrigo. ¿Por qué? Pues porque comprendió o le
hicieron comprender que Rodrigo no había obrado correctamente. En primer lugar,
¿quién era él para poner en libertad a los condes de Navarra, Aragón y Barcelona?
¿Por qué no los había traído prisioneros a Castilla, donde podrían ser de gran utilidad
como rehenes, a su rey Alfonso? En segundo lugar, ¿con qué autoridad había Rodrigo
entregado al rey Almotamid los prisioneros y el botín de guerra, que podían haber
valido a Castilla un buen precio como rescate? Indudablemente Rodrigo se había
excedido en sus atribuciones, y siendo un mero embajador, o menos aún, siendo un
mero jefe de escolta para conducir caudales públicos, se había atrevido a ejercer
prerrogativas en asuntos cuya resolución solamente podía tocar el mismo rey.
Finalmente quedaba una grave sospecha contra Rodrigo. Sospecha que
expresamente relata el Poema de Mio Cid (versión Menéndez Pidal), cuando por boca
de los judíos Raquel y Vidas se dice: «No vive sin sospecha qui haber trae
monedado» (no vive sin sospechas quien trae dineros). El que Rodrigo a su regreso a
Castilla llevase consigo abundantes regalos, riquísimos regalos, que le había hecho el
rey Almotamid, dejaba en el aire la sospecha de si eran simples regalos, o la
compensación económica de haber entregado al rey de Sevilla los prisioneros
granadinos y murcianos.
Estas consideraciones, pues, las de abuso de autoridad, usurpación de funciones y
prerrogativas regias, y finalmente la sospecha (imposible de probar pero imposible de
negar) de soborno, fueron las causas auténticas que determinaron el que el rey
Alfonso VI en lugar de iniciar un largo y enojoso pleito, que hubiera podido
perjudicar no sólo el buen nombre del Cid sino el prestigio de la nobleza castellana en
general, prefirió desterrar a Rodrigo. El poema, si lo leemos con atención, nos da esta
misma explicación atribuyendo al viaje a Sevilla, y a malos «mestuneros», o sea a los
consejeros del rey envidiosos o suspicaces, la causa del destierro.
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