sábado, 30 de marzo de 2019

El regreso de la vuelta al mundo

Si pasáis el Puente de San Telmo, encontraréis al otro lado la Plaza de Cuba, y en
ella, a mano izquierda, un pequeño edificio en que una lápida recuerda que allí estuvo
el célebre «Muelle de las Mulas» donde se realizaban gran parte de los embarques
para Indias, y donde dio comienzo uno de los episodios más gallardos y tremendos de
nuestra época imperial.
En la primavera de 1520 se reunió en Sevilla una flota de cinco barcos para
intentar la más asombrosa aventura intentada hasta entonces: la de darle la vuelta al
mundo.
Desde el descubrimiento de América, veintiocho años antes, se venían realizando
innumerables viajes, a cada uno de los cuales se completaba más el conocimiento que
se tenía de nuestro planeta, pues se iban descubriendo nuevos países, como México y
el Perú, se había comprobado que había otro Polo en el Sur, tan helado como el Polo
Norte, al descubrirse la Patagonia, y se había hallado el Mar del Sur u Océano
Pacífico. Pero todavía nadie había dado la vuelta completa al globo, demostrando
claramente su redondez.
La expedición se organizó en Sevilla, al mando del navegante portugués
Fernando de Magallanes, quien llevaba entre sus oficiales a un marino vasco llamado
Juan Sebastián Elcano.
Poco antes de emprender la partida, Elcano estuvo en la catedral, que por
entonces no estaba aún terminada de construir, y en una de sus capillas hizo oración
de despedida, ante la imagen de la Virgen de la Antigua, patrona de los navegantes de
Indias. Aun cuando hay quien afirma que la Virgen de la Antigua no estaba entonces
en la catedral, sino en otro templo sevillano.
Tras la despedida de la Virgen, las naves emprendieron su viaje, río abajo, para
tomar la ruta del Atlántico. Nunca nadie había navegado hacia la India por Occidente,
pues los portugueses lo hacían siempre por el Cabo de Buena Esperanza. Magallanes
dirigió su flota a Nueva Granada, hoy Colombia, y desde allí descendió al Atlántico
sur, para pasar por el Cabo de las Tormentas, y cruzó del Atlántico al Pacífico por la
Patagonia, dando su nombre al Estrecho que separa ambos mares.
A partir de la entrada en el Pacífico, las cosas fueron muy mal para la expedición.
Hubo dos naufragios, perdiéndose por consiguiente no sólo dos barcos sino su
valioso material, armas y víveres. La gente quería regresar, y estalló una rebelión que
costó la muerte de varios jefes, y Magallanes se vio obligado a ahorcar a unos
cuantos de los marineros levantiscos.
La navegación era cada vez más difícil, por la falta de vientos, pues los
navegantes no conocían el régimen de vientos aprovechables en aquel hemisferio.
Durante cuatro meses permanecieron en una ocasión, parados en plena calma chicha.
Agotados los víveres, los infelices viajeros tuvieron que hervir los zapatos, los
cinturones, y las correas de los arcabuces, para comerlos. El escorbuto estalló entre
las tripulaciones, muriendo más de la mitad de los hombres.
Llegados a un archipiélago, las actuales islas Filipinas, Magallanes desembarcó al
mando de un grupo de famélicos soldados, con objeto de buscar alimentos y agua. No
era posible a estos hombres, sin fuerzas, y desconocedores del terreno, enfrentarse a
los tagalos, así que en una emboscada fueron muertos Fernando de Magallanes, y su
tropilla, a la vista de las naves.
Tomó entonces el mando el segundo comandante, Duartes de Mendoza, quien
prosiguió la navegación teniendo que abandonar otro barco, en los arrecifes.
Llegados a Cebú, volvieron a desembarcar, y se repitió la desdichada ocurrencia
de Filipinas. Duartes de Mendoza y sus compañeros de desembarco fueron muertos
por los indígenas.
Entonces tomó el mando Juan Sebastián Elcano, quien redujo la flota a un solo
barco, llamado Victoria, de poco más de cien toneladas, llegando hasta las islas
Molucas, lugar extremo de las navegaciones portuguesas hacia Oriente. Es decir que
navegando hacia Occidente, se había enlazado ya con la ruta portuguesa de Oriente,
demostrando la redondez de la Tierra.
Cargó en las Molucas barriles de clavo, canela y ámbar, y emprendió el regreso
hacia España, dando la vuelta por el Cabo de Buena Esperanza, llegando dos meses
después de salir de Timor, a las islas del Cabo Verde. Pero al darse cuenta de que los
portugueses, furiosos por la nueva ruta descubierta por los españoles, intentaban
apresarle, como habían hecho con varios de sus marineros que desembarcaron, levó
anclas, y a toda vela se dirigió a España, sin acopiar víveres ni agua, terminando así
penosamente, entre hambre y sed, el viaje. La nave Victoria entró en el puerto de
Sevilla el día 8 de setiembre de 1522 con sólo 31 hombres, de los 264 que habían
salido. El viaje había durado casi tres años, y se habían recorrido 14 460 leguas,
equivalente a 79 530 kilómetros.
Elcano desembarcó con su tripulación de espectros, y se dirigió a orar ante la
Virgen de la Antigua dándole gracias por haberles dado la gloria de ser primeros en
dar la vuelta al mundo.
El emperador Carlos I otorgó a Juan Sebastián Elcano el privilegio de usar un
escudo nobiliario con un globo terráqueo alrededor del cual figura un rótulo con estas
palabras Primus circundedisti me; «Tú fuiste el primero que me circundó».

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