Una de las óperas más conocidas, es sin duda Carmen, de Bizet, algunos de cuyos
números, como la Marcha del Toreador han servido para simbolizar a España
convencionalmente en el extranjero.
No vamos a discutir en este libro, si es justa o no la visión de la España de
pandereta que tienen algunos países. Sin embargo, no cabe duda de que cuando en el
siglo XIX visitan España Próspero Merimée, Washington Irving, Beaumarchais y otros
escritores extranjeros, encontraron ciertamente —no se lo inventaron—, bandidos,
corridas de toros, crímenes pasionales y otros granos de pimienta con lo que aderezar
el espléndido guiso de las novelas y comedias sobre España. Más o menos
deformadas, pero auténtica en lo esencial, España ha sido siempre un poco y un
mucho España de pandereta.
La ópera Carmen ha servido para que muchas gentes conozcan a Sevilla aunque
sólo sea de nombre y esto hemos de agradecer.
Carmen era una muchacha que vivía por la calle Betis y que trabajaba como
cigarrera en la «Real Fábrica de Tabacos». Sin duda la conoció personalmente
Próspero Merimée y la oyó cantar en algún corral de vecindad con ocasión de las
Cruces de Mayo o en alguna romería como las de Valme o Torrijo. En torno a esta
Carmen de carne y hueso, y tal vez a sus desgraciados amores, hilvanó su leyenda el
gran novelista francés.
Carmen estaba enamorada de un sargento de Migueletes. Con ocasión de una riña
de vecindad, el sargento que se llamaba José es encargado de conducir a las personas
que han sido detenidas en aquel tumulto. Carmen está entre ellas, y poniendo en
juego los eternos ardides de la coquetería femenina, consigue que el sargento la deje
escapar, por lo que éste es castigado a la degradación.
Carmen al ver que por su causa el sargento ha perdido los galones, lo consuela
entregándole su amor y al mismo tiempo le incita a que se rebele. La casualidad hace
que un teniente piropee a Carmen, José se interpone, así que éste saca la espada
contra su superior, con lo que para evitar la prisión tiene que echarse al monte,
uniéndose a una partida de contrabandistas.
Carmen había abandonado ya su trabajo de cigarrera y junto con José se marcha a
la Sierra; participando en el peligroso juego del contrabando de tabaco por la frontera
de Gibraltar.
Sin embargo, para poner discordia entre los amantes, suplanta un torero a José en
el corazón de la inflamable sevillana. Pocos días después, Carmen es llamada a
Sevilla donde su madre está agonizando y en la ciudad vuelve a encontrarse con el
torero reanudándose entre los dos un ardoroso idilio.
José, que desde la Sierra sigue a través de espías los pasos de Carmen, al saber
que ella tiene relaciones con el torero, baja de la Sierra y sorprende a Carmen una
tarde de corrida en la plaza de la Maestranza. Se sienta en la fila inmediata a la
cigarrera, y cuando ve que ella aplaudiendo al lidiador le arroja al ruedo un anillo que
el propio José le había regalado, ciego por los celos saca la navaja y apuñala a la
ingrata mujer mientras el público sin darse cuenta de la tragedia que se desarrolla en
aquel tendido, aclama al lidiador triunfante que da la vuelta al ruedo.
La calle Betis, la «Real Fábrica de Tabacos» y la Plaza de Toros de la Maestranza,
son pues los escenarios de esta leyenda sevillana a la que puso incomparables acentos
dramáticos en su partitura de ópera el genio de Bizet.
La Real Fábrica de Tabacos, donde trabajaba como cigarrera la célebre Carmen,
protagonista de la novela y ópera de Mérimée.
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