Contento y agradecido Almotamid porque el ingenio de Abenamar, su poeta y
consejero, había salvado a Sevilla, le premió con las mayores mercedes, confiándole
el mando de sus ejércitos al frente de los cuales Abenamar conquistó Murcia, de cuya
ciudad Almotamid le nombró walí o gobernador.
Pero muy pronto el poeta dio muestras de haberse ensoberbecido en el cargo,
hasta el punto de firmar los documentos y sentencias por sí, omitiendo el nombre del
rey.
Parece que esta conducta del walí poeta no era rebeldía, sino solamente vanidad,
y Almotamid que le conocía de sobras, le hubiera disculpado sin darle mayor
importancia. Pero los nobles de la corte de Sevilla, envidiosos de la buena fortuna de
Abenamar y de la privanza que disfrutaba, comenzaron a encender el fuego del recelo
en el corazón del monarca, sobre todos Abu Bequer Ben Zaidum, el cual cierto día,
cuando Almotamid recibía una audiencia, cubierto con el gorro alto que empleaban
los reyes como símbolo protocolario ante sus visitantes (equivalente a la corona de
los reyes cristianos), le dijo malévolamente:
—Es lástima, Almotamid, que en Sevilla haga tanto calor, pues seguramente el
gorro real te molesta en la cabeza mucho más que a Abenamar, el cual como el clima
de Murcia es más suave no tiene que quitárselo para limpiarse el sudor, como a ti te
ocurre.
Estas palabras, dichas en público, tenían todo el carácter de una acusación o
denuncia contra Abenamar indicando que usurpaba incluso el uso de la prenda
simbólica real. Almotamid se vio obligado, pues, a enviar una áspera carta a su amigo
y walí, diciéndole que en lo sucesivo se abstuviera de usar insignias reales, pues era
solamente un gobernador dependiente del rey.
Se agravaron las cosas cuando, promovida una rebelión en Valencia contra el rey
de aquella comarca llamado Abd-el-Hazziz, que era muy amigo y aliado de
Almotamid, el gobernador de Murcia en vez de ayudar al monarca aliado de Sevilla
ayudó a los rebeldes, y como no se olvidaba de que era poeta, escribió unos versos
altisonantes incitando a los valencianos a luchar contra la tiranía de Abd-el-Hazziz,
poema del que circularon copias por todo el reino de Valencia, y que naturalmente
llegó a manos del rey levantino. Éste envió una copia al rey Almotamid, quejándose
de la conducta del walí de Murcia, aun cuando la rebelión no había alcanzado éxito.
Almotamid al leer el poema de Abenamar lo encontró ridículo o impertinente,
pero en lugar de castigarle se limitó a tratar el asunto dentro del terreno literario, y
como también el monarca sevillano era gran poeta escribió una sátira en la que se
burlaba de la arenga poética de Abenamar, arenga de tan escasa elocuencia que no
había sido capaz de inflamar de espíritu combativo a los valencianos.
El walí tomó a mal esta burla, que le dolía más que si le hubieran destituido, y en
lugar de reconocer que la tenía merecida por haberse extralimitado, y agradecer que
Almotamid una vez más hubiera tenido benevolencia con él sin destituirle siquiera,
Abenamar escribió unos versos agresivos, en los que no sólo insultaba a Almotamid,
sino que también ofendía a la reina Itimad con toda clase de calumnias e infamias.
Almotamid hubiera perdonado las injurias contra él, pero enamorado como estaba
de su esposa no perdonó que Abenamar la difamase, por lo que juró solemnemente
darle muerte. Envió un ejército de Sevilla para detener al walí de Murcia, y éste,
aunque intentó defender aquella ciudad no fue capaz de mantenerla mucho tiempo,
así que huyó secretamente de Murcia, refugiándose en una casa de campo.
Desde allí envió cartas al rey Aben Racsid, de Zaragoza, y a Alfonso VI de
Castilla, pidiéndoles tropas con las que pretendía derrotar a Almotamid.
Alfonso VI no quiso tomar partido en aquella contienda, y Aben Racsid exigió a
Abenamar un crecido precio por su ayuda. La historia no está muy clara en este
asunto, pero parece que el rey moro de Zaragoza tomó el dinero anticipado y después
no envió a Abenamar las tropas prometidas. Hay una gran confusión en lo ocurrido
en los meses siguientes, hasta que Abenamar aparece, provisto de un pequeño ejército
rebelde en la sierra de Segura, ocupando por sorpresa el castillo de Segura,
importante fortaleza. Allí le fue a buscar Almotamid quien personalmente dirigió el
asalto, conquistó el castillo y tomó prisionero a Abenamar, a quien dio muerte por su
propia mano atravesándole con su lanza, no sin amargura porque el rey sevillano
había querido como un hermano a quien tan ingratamente se portó con él.
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