EN 1797 Goethe cumple cuarenta y siete años y ya es considerado un «predilecto
de los dioses». Desde 1775 reside en la ciudad de Weimar, donde fue llamado por el
duque Carlos Augusto para ser consejero suyo, y poco a poco se convierte en el
director político y cultural del pequeño ducado. Gracias a la refinada influencia de
Charlotte von Stein y a su viaje a Italia de 1786, ha ido evolucionando hacia un
clasicismo de concepción armónica. Ahora rechaza (aunque sin suprimir del todo) las
exaltadas bases estéticas del Sturm und Drang en favor de una nueva concepción de
la vida y del arte de la que será su introductor y principal representante en Alemania.
Es la época de su fecunda amistad con Schiller, período marcado por una incansable
actividad administrativa y cultural, y por una constante curiosidad insaciable en
profundizar en todo conocimiento concreto de las leyes de la naturaleza y de la vida.
A principios de ese mismo año en que termina Germán y Dorotea, inicia una
intensa correspondencia con Schiller; en su transcurso, Goethe saca a relucir su idea
de Fausto, abandonada durante treinta y tres años y que encuentra en Schiller su
mejor impulso; en una carta Goethe llega a pedir a su amigo «la llave de sus sueños»,
que no tarda en llegar, pues concibe durante la correspondencia la totalidad del
argumento, incluyendo lo que será la segunda parte y escribe la célebre Dedicatoria y
el Prólogo del Cielo.
Pero 1797 no sólo es el año germinal del Fausto, es, sobre todo, «el año de las
baladas», según anota en su diario, dada la cantidad de ellas que compone a lo largo
de este breve período. La balada (Heder) tuvo siempre un encanto especial para
Goethe, que veía en ella, muy acorde con sus teorías morfológicas, la planta
primigenia del jardín poético, la que permitía descubrir el trasfondo de un mundo
ancestral lleno de tesoros simbólicos; una especie de archivo del inconsciente que,
proveniente de las canciones populares o de las leyendas griegas y orientales, servía
para explicar muchas cosas oscuras sobre el alma humana.
Una de sus baladas más conocidas es Die Braut von Korint, escrita entre el cuatro
y cinco de junio de 1797. Según su Diario, era una historia que llevaba tiempo
acariciando; una idea quizá suscitada por las leyendas y habladurías que llegaban de
Hungría y de los países sureslavos sobre vampiros, pero que en realidad está
inspirada en fuentes clásicas, exactamente en un libro de Joan Präterius que
reproducía un relato de Flegon de Tralles, un esclavo griego liberto del siglo II
escritor de una obra titulada De Rebus Mirabilis. En el poema, la vampiresa es una
cristiana conversa y su amante un pagano. Él no sabe que su prometida ha muerto, y
«la pasión con fuerza los estrecha»; la muerta se ha levantado de su tumba para
buscar a su amado y «beber la sangre de su sien». Así surge la primera narración
europea sobre vampiros. Goethe acaba de dar forma literaria a una nueva obsesión
que recorrerá todo el siglo siguiente; una época literaria donde el sexo, la muerte y el
Mal ocuparán ostensiblemente el centro en las obras de la imaginación.
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