miércoles, 27 de marzo de 2019

EL HOMBRE Y EL GATO Eskoriatza, Gipuzkoa

En muchas leyendas vascas, las brujas y brujos adoptan formas de animales (buitres, carneros, bueyes, cerdos e incluso hormigas) para llevar a cabo sus malas artes o para trasladarse de un lado para otro sin que nadie se fije en ellos, aunque lo más normal es que la forma que adopten sea la de un gato negro. 
El siguiente relato fue recogido tanto por J. M. de Barandiaran como por R.  de Azkue. 

En un caserío de Eskoriatza, cuando toda la familia se había ido a dormir, la señora de la casa solía quedarse hilando al lado del hogar. 
Una noche, un gato negro se deslizó por la chimenea, dio varias vueltas alrededor de la atemorizada mujer y le dijo: 
—¿Los de la casa durmiendo y tú hilando? 
Y, riendo como un ser humano, desapareció. 
La señora de la casa creyó que se trataba de un sueño, que probablemente se había quedado adormilada al calor del fuego, y no le dio más importancia. 
Pero, a la noche siguiente, cuando de nuevo se hallaba la mujer hilando, apareció de nuevo el gato, dio varias vueltas a su alrededor y repitió la misma frase de la noche anterior. 
—¿Los de la casa durmiendo y tú hilando? —y desapareció. 
La escena se repitió noche tras noche hasta que, finalmente, la etxekoandre optó por contarle a su marido lo que ocurría. Después de pensarlo un rato, el hombre pidió a su mujer que le prestase uno de sus vestidos, con pañuelo para la cabeza incluido. 
—Esta noche me quedaré yo hilando junto al fuego, y ya veremos lo que ocurre. 
En efecto, una vez llegada la noche, el hombre disfrazado con las ropas de su mujer se sentó a hilar junto a la chimenea. 
Al poco rato apareció el gato que, como de costumbre, dio varias vueltas y se lo quedó mirando. Enseguida reconoció que aquélla no era la señora de la casa porque, entre otras cosas, el hombre tenía una barba negra y espesa que asomaba entre los pliegues del pañuelo. 
—¿Cómo? ¿Cómo? —rió el gato—. ¿Siendo hombre e hilando? 
—¿Cómo? ¿Cómo? —respondió éste—. ¿Siendo gato y hablando? 
Y, tras coger el asador del fuego, el hombre golpeó al gato en la cabeza y lo mató; luego abrió la ventana de la cocina y lo arrojó a la huerta. 
Al día siguiente apareció el cadáver de una de sus vecinas en la huerta. 


Existe otra versión final: 
El hombre cogió un tizón de la chimenea y golpeó al gato en una pata. Al día siguiente apareció una vecina con el brazo vendado y, aunque le preguntaron qué era lo que le había ocurrido, no contestó, pero nunca más volvió a molestar a nadie. 

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