sábado, 30 de marzo de 2019

Tradición del lagarto de la Catedral

Si visitáis la Catedral de Sevilla, veréis en el Patio de los Naranjos, colgados de
las vigas del techo de una de las naves, a gran altura, tres objetos sorprendentes: un
cocodrilo, de tamaño natural, un bocado o freno de caballo, de gran tamaño, y un
bastón de mando. Tan curiosos objetos, y colgados allá arriba, en un patio
catedralicio, merecen nuestra explicación.
Por los años de 1260, noticioso el Soldán o Sultán de Egipto, de que el reino de
Castilla, tras la reconquista de Andalucía, había pasado a ser una gran potencia
europea, deseoso de entablar relaciones políticas y económicas, envió una embajada
al rey Alfonso X el Sabio, para pedirle la mano de su hija Berenguela. La embajada
trajo diversos presentes, entre ellos un hermoso colmillo de elefante, un cocodrilo del
Nilo, vivo y feroz, debidamente enjaulado, y una altísima y tímida jirafa,
domesticada, con su montura y su freno y bridas.
El lagarto de la Catedral.


Rechazó el rey castellano cortésmente la petición de mano de su hija, devolvió la
embajada cargada de buenas palabras, y de regalos para el Sultán, y aquí quedaron el
cocodrilo, al que se echó en una alberca de los jardines del Alcázar, y la jirafa, que
aburrió su soledad y doncellez, ramoneando las copas de los árboles en los mismos
jardines. Pasado el tiempo y muerto el cocodrilo se le disecó, y su piel rellena de paja
fue colgada en el Patio de los Naranjos de la catedral, junto con el freno de la jirafa.
Años después al regresar de Egipto el embajador castellano que había ido a
cumplimentar al Soldán, su vara o insignia, ya inútil, también se colgó para recuerdo
junto a los otros pacíficos trofeos, y allí permanecen todavía para sorpresa de
visitantes, y regocijo de chiquillos.

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