Con los elementos primitivos del don Juan, creado por Tirso de Molina (un joven
calavera y libertino llamado don Juan, tras burlar a varias mujeres y cometer un
sacrilegio desafiando al comendador de Calatrava, muerto, en su tumba, es castigado
por Dios y llevado al infierno por el fantasma del propio comendador ultrajado), va
forjándose la versión definitiva del Tenorio, prototipo del caballero sevillano,
enamorado, audaz, cínico, y en último extremo arrepentido y piadoso.
A la leyenda primitiva de Tirso (quien seguramente bebió aquí en las fuentes
populares, puesto que sabemos que Tirso pasó en Sevilla algún tiempo en su
mocedad, y se hospedó en el convento de los frailes Mercedarios, hoy edificio del
Museo Provincial, donde permaneció algunos meses, preparando los trámites para
marchar a Indias) se añadirá algo después el elemento del suceso de la calle
Calatravas, aunque autores siguientes, para embellecerlo y darle suspense sacrílego,
convierten a la panadera en una novicia. Así, el trágico episodio amoroso de don
Pedrito Ribera queda modificado, y en lugar de enamorar a la mujer de un hornero, y
acabar acuchillado al pie de la Cruz del Rodeo, el personaje de don Juan robará en
ese mismo sitio a una novicia, doña Inés de Ulloa, y se la llevará en una falúa o
barquilla desde el lugar de La Barqueta, río abajo, hasta San Juan de Aznalfarache, a
cuyo pie del cerro hay todavía hoy, en 1975, las ruinas de una vieja quinta de recreo
del siglo XVII, que la fama supone ser la «Quinta de don Juan».
Hay otro episodio, que es el ocurrido a don Miguel de Mañara. La verdad
histórica, quitándole cualquier adorno, dice que el caballero sevillano don Miguel de
Mañara y Vicentelo de Leca, descendiente del riquísimo Vicentelo de Leca el Corso,
fue un hombre de carácter soberbio y de terrible mal genio. Ocurrió que le enviaron
de la sierra de Huelva unos jamones, y el oficial del Ayuntamiento encargado de los
arbitrios de consumo retuvo la partida de jamones en la Puerta de Triana, sin dejarla
pasar dentro de la ciudad, mientras no se pagase dicho impuesto. Mañara, que como
hemos dicho era soberbio y colérico, se puso furioso de que no hubieran dejado pasar
su mercancía, pagando después el impuesto, así que ciego de ira tomó la espada y
salió de su casa, que era en la calle Levíes, dispuesto a buscar al oficial municipal y
darle muerte, afrentado por haber sido tratado como un plebeyo y no como un
caballero. En su ciega rabia no vio un obstáculo, tropezó, cayó y se hirió en la cabeza.
Durante el tiempo que estuvo en el suelo, inconsciente, tuvo un sueño o alucinación;
en que le pareció que recogían su cadáver y le daban sepultura; miedo por otra parte
muy justificable en aquella época en que no habiendo diagnóstico médico cierto, era
muy fácil que enterrasen vivo a uno que pareciera difunto por estar conmocionado.
Una variante de este suceso la tenemos en la calle del Atahud, en la que según
dice un azulejo colocado en una fachada, a una de estas casas trajeron con engaños al
caballero don Miguel de Mañara, con ánimo de asesinarle, y antes de entrar oyó que
una voz decía: «Traed el Atahud, que éste ya está muerto», por lo que salió huyendo
despavorido. Algunos creen que ése fue el motivo de rotularse la calle con el nombre
del Atahud.
El miedo que pasó le hizo cambiar de carácter, y en lo sucesivo fue menos
violento, y se hizo hermano de la Santa Caridad, a cuya hermandad regaló el terreno
donde hoy está asentado el Hospital de San Jorge u Hospital de la Santa Caridad.
El suceso de Mañara, suponiendo que veía recoger su propio cadáver y enterrarlo,
es también utilizado por los escritores subsiguientes para añadirlo a la leyenda del
Tenorio, que así va enriqueciéndose en episodios novelescos.
La versión definitiva de esta leyenda la escribió don José Zorrilla, en su célebre
drama Don Juan Tenorio, cuyos actos se desarrollan, el primero en una Hostería del
Laurel, que sería una de las llamadas «Casas de la Gula» que hubo muchas en Sevilla.
El cementerio parece ser un hecho cierto, que una familia Tenorio tuvo cementerio
propio, en extramuros de Sevilla, donde hoy está situado el Instituto Murillo, puesto
que cuando se construyó este edificio, como pabellón para la Exposición
Iberoamericana de 1929, aparecieron al hacer los cimientos algunas lápidas, y una
precisamente con el nombre de don Juan Tenorio.
La escena del convento de las Calatravas, sería en el convento que está en dicha
calle, esquina a calle Fresa, y la casa que compró don Juan a su regreso del destierro,
sería en la calle Génova, hoy avenida de José Antonio, aproximadamente en donde
hoy está el «Banco Central», a cuya puerta muere, en la ficción teatral, don Juan
Tenorio, atravesado por la espada del capitán Centellas.
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