sábado, 30 de marzo de 2019

ORIGEN DEL MAIZ

EN tiempos muy remotos en que las tribus vivían alejadas y los hombres
proveían separadamente y por sí solos al sustento de sus familias, yendo todos los di
as á la caza ó á la pesca; existieron dos cazadores que se criaron juntos y en la misma
comarca.
Cuando llegaron á la edad viril los unía la mas estrecha amistad y eran los únicos
que se ayudaban en la caza y compartían las piezas obtenidas, llevando cada uno
iguales alimentos á su choza.
En la misma estación se resolvieron á tomar mujer y pasaron por las pruebas de
práctica en la tribu, construyendo sus cabañas próximas una de otra.
Como aquellos cazadores eran dotados de buenos sentimientos y tenían la salud y
la fuerza que abunda en la juventud, el gran espíritu no olvidó velar por ellos y
muchos hijos vinieron á rodearlos recíprocamente, en el transcurso de muy poco
tiempo.
Un dia que procuraban pescar á orilla de un remanso, uno de ellos dijo al otro; ¿no
será posible que Ñandeyára que manda las aves del cielo y los animales para
alimentarnos y alimentar á nuestros hijos, haya puesto también sobre la tierra, otra
clase de alimentos mas fáciles de conseguir?
Las frutas silvestres tienen su estación para madurar, repuso el compañero, la caza
y la pesca suele faltarnos algunas veces, y muy mal nos veríamos si las raíces de
algunas plantas ó los cogollos de palmera no sirvieran también para nutrirnos.
Platicando así se pasaron las horas y en aquella ocasión la pesca no fué abundante.
Al dia siguiente los cazadores prepararon temprano sus arcos y sus flechas y se
dirigieron al bosque en busca de pollonas ó gallinetas.

Mucho caminaron, deteniéndose á veces, solo el tiempo necesario para escuchar
los ruidos que pudiese promover en la espesura la res apetecida, al huir del cazador.
Pero la batida no dió mejor resultado que la pesca del dia anterior, porque las aves y
los cuadrúpedos se habían retirado á otras comarcas, y apenas obtuvieron lo
indispensable para el sustento.
La escasez se hizo sentir durante toda aquella luna y una noche los dos cazadores
se sentaron tristes y pensativos en el tronco rústico que á la puerta de la cabaña les
servía de asiento. Conversaban sobre la necesidad que había de conocer las plantas
alimenticias, cuando de pronto se presentó delante un guerrero fuerte, que salía de la
oscuridad envuelto en llamas de luz. Aproximándose les dijo que era enviado de
Ñandeyára, el que desde la oscuridad había oído la conversación que habían tenido, y
lo enviaba para proporcionarles el alimento que les faltaba, á cuyo objeto debía
batirse con ellos para saber cual era el mas fuerte, debiendo el mas débil sacrificarse
y ser enterrado en la proximidad, pues de su tumba nacería una planta útil al hombre,
la que daría frutos exquisitos y suficientes para mantener en todo tiempo á las dos
familias y á cuantas criaturas la cultivasen.
La lucha se estableció inmediatamente en el patio de la cabaña. Las familias indias
no habían comido desde hacia dos dias. El mas débil de los cazadores fué Avatí, á
quien sepultaron debajo de la tierra, entre su amigo sobreviviente, que lamentaba la
separación ineludible y el guerrero aparecido, quien concluida la operación aquella
misma noche, se perdió entre las sombras de que había salido.
Como aquella muerte se efectuó de noche no se apercibieron de que al indio
enterrado le quedaba descubierta la nariz, y la familia del cazador pudo encontrarlo,
por esa circunstancia, llorando muchas veces en los dias subsiguientes, sobre aquella
tumba.
La mujer y los hijos del difunto cuidaron siempre de quitar las malas yerbas que
crecían en la proximidad, y el cazador que quedaba solitario, aun que nada dijo de su
secreto, tuvo que trabajar con ahinco y demorar mas tiempo en los bosques ó en los
lagos para proporcionar el alimento indispensable á su familia y la de su amigo
sacrificado.
Ñandeyára y el guerrero de luz le espantaron la caza para el lado de su cabaña y lo
encargaron de los hijos del muerto, mientras que la planta que había de nacer no
producía alimento.
Un dia al empezar la primavera, todos fueron sorprendidos por la agradable nueva
de que en la tumba de Avatí, precisamente donde antes se veía asomar la nariz, había
nacido una hermosa planta de grandes hojas y verdes espigas doradas.
El cazador vió entonces cumplida la promesa hecha por el luchador aparecido y
tranquilizándose, comprendió de la gran sabiduría de Ñandeyára, que puede
sacrificar á un hombre bueno en bien de todas sus criaturas.
Desde entonces llaman los guaraníes á aquella planta el Avatí (nariz del indio)
(maíz) en recuerdo del cazador sacrificado y los naturales de toda la tierra cultivaron
en adelante con esmero en sus pequeñas huertas el exquisito grano, cuya espiga al ser
pasada de unas á otras manos, entre los que la cultivan, simboliza la unión y la
afectuosa amistad, pues ningún buen indio olvida que la abundancia que proporciona
ese exquisito alimento, tanto al cazador y á sus familias, como á todos los animales,
proviene del sacrificio de un amigo fiel.
Después de escrita esta leyenda encontramos en el libro de Mr. O. Mathews,
viajero inglés que ha recorrido las comarcas indias de los Estados-Unidos, y cuya
obra nos ha facilitado nuestro distinguido amigo el naturalista Dr. Eduardo L.
Holmberg, la siguiente leyenda análoga que nos complacemos en traducir para que el
lector conozca también el origen que los indios Pieles Rojas atribuyen á tan estimable
grano.

WUNZH Ó EL ORIGEN DEL MAÍZ
(De Mister C. Mathews)

En un tiempo muy remoto, nosotros no sabríamos decir justamente en que época,
un pobre indio vivía, con su mujer y sus hijos, en un magnífico país.
Estando solo le era costoso procurarse el sustento para su familia: sus hijos eran
todavía muy jóvenes para compartir los trabajos.
A pesar de su miseria este hombre se encontraba feliz y no dejaba nunca de dar
gracias al gran espíritu por todo lo que le enviaba. Se quedaba á veces durante la
tarde, en el dintel de su cabaña, para bendecir los pájaros que pasaban, miéntras que
si hubiese sido de un carácter envidioso, hubiera sin duda sentido no verlos sobre su
mesa, para su comida de la noche.
Wunzh, su hijo mayor que había llegado á esa edad en que se ayuna
habitualmente, para saber que suerte le está reservada y que espíritu protejerá su
existencia, había heredado el feliz natural de su padre.
Desde su mas tierna infancia, se había mostrado afable y obediente, por eso era el
querido de toda la familia.
Tan pronto como aparecieron los primeros brotos de la primavera y que los frescos
perfumes del nuevo año embalsamaron los campos, el padre de familia y sus hijos
mas jóvenes, construyeron para Wunzh, la pequeña cabaña solitaria, donde debía
cumplir su ayuno solemne, según el rito acostumbrado.
Con el fin de prepararse mejor, el joven trataba de arrojar de su corazón, todo lo
que podía tener de reprensible, para desarrollar por el contrario los sentimientos mas
laudables y los mas elevados.
Durante los primeros dias de su ayuno, Wunzh se paseaba por los bosques y por
las montañas, para examinar las plantas nuevas y las flores, y procurarse sueños que
fueran agradables.
Sus correrías en plena campaña, hicieron nacer en él un ardiente deseo de saber
como las yerbas, las plantas y los arbustos pueden crecer sin el menor socorro
humano; hubiese deseado también conocer las dife rentes especies de plantas, para
distinguir las que son venenosas, medicinales ó buenas para comer.

Cuando el joven se encontró demasiado débil para salir, se encerró en su pequeña
cabaña, y repasando todas estas ideas en su espíritu, deseaba soñar alguna cosa que
pudiera ser útil á su familia y á sus semejantes.
Es cierto, se decía Wunzh, que el gran espíritu ha hecho todas las cosas y es á él,
que nosotros le debemos la existencia. ¿No podría darnos otro alimento que la carne
de los animales ó de los pescados, que nosotros no podemos procurarnos mas que á
fuerza de muchas penas? ¡Si por felicidad, yo pudiera encontrar este secreto en mis
visiones!
El tercer dia Wunzh se encontró tan débil que no pudo levantarse del lecho. De
pronto creyó apercibir á la puerta de su cabaña una brillante claridad, en medio de la
cual descendió del cielo un hermoso joven vestido de rosa y blanco, entrelazado su
rico vestido de cintas verdes y amarillas de nubes diferentes. Tenía sobré su cabeza
un ramo de plumas, que sus graciosos movimientos hacían ondular ligeramente; todo
en este extranjero le recordaba á Wunzh la fresca verdura del musgo, el claro azul del
cielo y la apasible brisa del verano. El hermoso extranjero se paró sobre un pequeño
tronco que estaba situado precisamente en frente de la puerta de la cabaña.
Mi amigo, dijo la voz melodiosa del mensagero celeste, el gran espíritu que ha
creado todas las cosas en el cielo y en la tierra, me envía hacia vos. El conoce los
motivos que os han impulsado á ayunar, sabe que vos no deseáis obtener ni la fuerza
en los combates, ni la gloria en los consejos de los hombres; pero que os sentís
movido por el caritativo deseo de hacer bien á vuestros semejantes; yo vengo pues
para instruiros y enseñaros como podéis cumplir vuestros deseos.
El extranjero invitó al joven á levantarse para luchar con él, pues sería el único
medio para lograr sus fines.
Wunzh se sentía débil, pero la voz del mensagero era tan tentadora, que el joven
sintió renacer su corage y que se tomó la resolución de morir, antes de ser vencido.
Corage, valiente Wunzh y vuestro resultado será debido á la resolución que os anima
en este momento.
Después de un largo combate que había casi agotado las fuerzas del joven, el
extranjero le dijo sonriéndose: Mi amigo, es bastante por esta vez, pero yo volveré
todavía y desapareció en los aires tan súbitamente como había venido.
Al dia siguiente aunque Wunzh oyó el gorgeo de las aves y vió abrir las flores
salvages en el tallo de los árboles del bosque, tardaba en ver el enviado celeste y
escuchar de nuevo su voz melodiosa.
Con gran alegría de Wunzh el hermoso extranjero volvió é presentarse como la
víspera á la puesta del sol, para desafiarlo á la lucha.
El valiente Wunzh se encontraba todavía mas débil que el dia anterior, miéntras
que por el contrario parecía haber crecido. El extranjero notando que su adversario
luchaba con mas energía, le repitió las palabras de que se había servido ya una vez, y
agregó:
Mañana tendrá lugar nuestra última prueba, tened buen corage mi amigo, pues es
necesario que puedas vencerme para obtener la realización de vuestros deseos.
Y el rayo de luz que rodeaba al enviado celeste brillaba con mas fuerza que nunca.
El tercer dia se renovó todavía la lucha. El pobre Wunzh estaba ya bien débil de
cuerpo: pero su eorage era mas firme que nunca y se había decidido á vencer ó morir.
Combatía con la última energía y después de una lucha, mas tenaz que las
precedentes el extranjero se declaró vencido.
Por primera vez entró en la pequeña cabaña donde se sentó cerca de Wunzh, con el
propósito de enseñarle como debía aprovechar su victoria.
Vos habéis llenado, dijo el enviado celeste, las condiciones que el gran espíritu
imponía para colmar vuestros deseos. Habéis luchado valientemente. Mañana
séptimo dia de vuestro ayuno, vuestro padre os traerá comida y yo lucharé por la
última vez con vos. Vos seréis vencedor, estoy bien convencido; inmediatamente que
me hayáis derrotado, me sacaréis los vestidos, despojarás á esa huerta de las malas
yerbas que han crecido, renovarás la tierra y me enterrarás. Después dejaréis mi
cuerpo en reposo sin tocarlo, pero vendréis de tiempo en tiempo á visitar ese lugar
para ver si he tomado una nueva vida, y sobre todo que ninguna mala yerba crezca
sobre mi tumba, en la cual una vez por mes, renovaréis la tierra. Si seguís
exactamente mis instrucciones, podréis un dia asegurar el bienestar de vuestros
semejantes mostrándoles lo que hoy os enseño.
El mensajero celeste estrechó la mano del joven y desapareció tan de pronto, que
Wunzh, no hubiera sabido decir que dirección había tomado.
Al dia siguiente de mañana el padre de Wunzh llegó á la pequeña cabaña con
algunos alimentos para su hijo.
Mi hijo, le dijo, vos habéis ayunado bastante tiempo. Si el gran espíritu hubiera
tenido la intención de favoreceros debía haberlo hecho ya, pues hace siete dias que
ayunáis y no es necesario sacrificar vuestra salud. El dueño de la vida no exije
semejante ofrenda.
Mi padre, contestó Wunzh, tened la bondad de separaros hasta que el sol se oculte
en el ocaso. Tengo razones que me obligan á prolongar mi ayuno hasta esa hora.
Está bien mi hijo, respondió el anciano, esperaré hasta que estéis dispuesto á tomar
alguna cosa.
A su hora habitual el mensagero apareció y dió principio á la ludia.
Aunque Wunzh había rehusado el alimentó que su padre le había traído, el joven
sentía nuevo vigor.
La esperanza de cumplir una gran obra sostenía al valiente niño.
Era semejante al águila que desde la cima de un árbol elevado, extiende á lo largo
sus alas para remontar su temerario vuelo.
El joven, sostenido por una fuerza sobrenatural, dió en tierra al fin con su celeste
adversario y siguiendo las recomendaciones de este último, lo despojó de sus ricos
vestidos y de sus hermosas plumas, después viendo que el extranjero estaba muerto,
lo enterró en su huerta con las prescripciones establecidas, conservando siempre la
esperanza de que su amigo tomaría una nueva vida.
Wunzh volvió enseguida á la cabaña paternal, donde toda la familia lo recibió con
felicidad, pues antes del ayuno se encontraba en comunicación importante con el gran
espíritu. El joven no había visto durante todo este tiempo mas que á su padre, imágen
viviente para sus hijos del padre todopoderoso que vivía en los cielos.
Wunzh tomó parte sobriamente en el festín que le habían preparado y compartió
de nuevo los trabajos y alegrías de la familia. Pero no olvidó miéntras duró la
Primavera, de ir á visitar la tumba de su amigo cuyas yerbas parásitas arrancaba
manteniendo la tierra en buen estado. Algunas veces al pensar que su amigo podría
haberlo abandonado para siempre, las lágrimas del valiente Wunzh, corrían sobre la
tierra de su mausoleo.
El joven vió pronto, salir unas plumas verdes, que crecían tanto mas ligero, cuanto
que Wunzh seguía fielmente las instrucciones de su amigo, y cada dia idolatraba mas
la memoria de éste.
Semanas y meses pasaron así; el verano tocaba á su fin, cuando un dia después de
una cacería que había durado mucho tiempo, Wunzh, que no había confiado nunca
este secreto á su padre, le rogó que lo acompañara al sitio solitario donde había
ayunado.
La pequeña cabaña había sido destruida, y se había impedido que los arbustos
brotaran sobro el lugar que ellos ocupaban anteriormente, solo en el centro se
levantaba una graciosa planta de hojas largas, que coronaban verdes plumas
ondulantes y ricas espigas doradas. Había en el aspecto de esta planta algo que hacía
recordar la fresca verdura del musgo, el claro azul del cielo y la apasible brisa del
verano.
Es mi amigo! gritó Wunzh con trasporte; es el amigo del género humano. Es
Mondawnem: Nuestro trigo indio! Nuestra existencia no dependerá de la caza
solamente; pues siempre que se tenga cuidado de esta preciosa planta la tierra nos
proporcionará nuestro alimento.
Ved mi padre, presentándole una espiga, ved aquí lo que he obtenido con mis
ayunos. El gran espíritu ha querido escuchar mis ruegos y nos ha enviado este
precioso regalo. De hoy en adelante nuestra existencia no dependerá mas de nuestra
suerte en la caza ó en la pesca.
Wunzh repitió á su padre las explicaciones que había dado el hermoso extranjero;
le dijo que la espiga debía ser despojada de las verdes hojas, como lo había sido el
extranjero de sus ropas después de la lucha, y que enseguida la espiga debía colocarse
delante del fuego, hasta que su corteza se volviera color ceniza, lo mismo que los
colores de su celeste amigo se habían coloreado á los rayos del sol, porque entonces
el grano de maíz, conservaría en su interior todas las sustancias alimenticias.
En su reconocimiento hacia el árbitro de la existencia que había tenido piedad de
ellos, la familia del joven hizo una gran fiesta en honor de las espigas.
Es de esta manera que este don tan precioso llegó al mundo, y nosotros debemos á
los sueños y al corage del valiente Wunzh, las magníficas cosechas de espigas
amarillentas que cubren nuestras planicies indias.



No hay comentarios:

Publicar un comentario