sábado, 30 de marzo de 2019

El zapatero convertido en Rey

Desde el año 750 en que los árabes decidieron constituir el Califato de Córdoba,
hasta el año 1030, transcurrieron tres siglos en los cuales Córdoba fue la capital de
España, perla de la civilización musulmana, y Sevilla quedó convertida en una
provincia, rica e importante, pero sin rango político.
En el año 1030 va a ocurrir un suceso maravilloso, misterioso y pintoresco. El
califa de Córdoba Hixen II, muere en circunstancias oscuras. Nadie llega a ver su
cadáver, pues los cortesanos y altos jefes militares incumpliendo la costumbre
tradicional de exponer al duelo público el cuerpo del monarca fallecido, lo mandan
meter en un ataúd, y con fuerte escolta es conducido al cementerio de la mezquita
cordobesa.
Es entonces cuando el gobernador o walí de Sevilla, llamado Abul Kasim, lanza
al público una sorprendente declaración: el califa de Córdoba, el poderoso rey de los
creyentes, Hixen II no ha muerto sino que ha sido secuestrado por sus ministros, pero
ha conseguido huir, y él, el gobernador Abul Kasim, le ha dado protección, y ha
instalado la capital del califato en Sevilla.
En efecto, el califa Hixen II, aparece en Sevilla, se aloja en el Alcázar del Yeso,
en la parte que da hacia la ciudad, y asiste a una audiencia, a la que acuden los
alcaides y personas más notables de Sevilla para rendirle su respeto. El califa sale del
Alcázar (por la puerta que da a la recientemente abierta calle Joaquín Romero
Murube, entre la Plaza del Triunfo y la Placita de la Alianza) y se dirige a la
Mezquita Mayor, que era entonces la mezquita hoy iglesia Colegial del Salvador, en
la Plaza del Salvador, para hacer sus oraciones de acción de gracias a Alá.
Naturalmente que en todos sus pasos va acompañado celosamente por Abul Kasim el
gobernador, quien en seguida empieza a dictar leyes y decretos, firmándolos como
visir y primer ministro de Hixen II.
Muchas ciudades de España reconocieron a Hixen II como califa, y reconocieron
a Sevilla como capital del Califato. Otras no; y ello dio lugar a que el antiguo Califato
de Córdoba se desmoronase y se dividiera en pedazos que se llamaron reinos de
taifas, siendo los principales el de Zaragoza, el de Valencia, el de Murcia, el de
Granada y el de Badajoz. Sin embargo aunque estas ciudades se constituyeron en
reinos, todos los reyes reconocieron la autoridad suprema religiosa de Sevilla como
capital califal, a excepción de Granada, y naturalmente de Córdoba.
Abul Kasim continuó durante años gobernando el reino de Sevilla, y aunque en
los documentos ponían siempre el nombre de Hixen II, lo cierto es que quien
gobernaba de hecho era Abul Kasim. El califa era una mera sombra que no intervenía
en nada. Se le veía algunas veces asomarse a las ceremonias, pasear en una falúa por
el río, o asistir a una «azala» en la mezquita.
Después dejó incluso de vérsele en esas fiestas, y ya no volvió a hablarse de él.
Por España se había esparcido la noticia de que en realidad el Hixen II que se llamaba
Califa de los Creyentes españoles, y rey de Sevilla, no era el auténtico Hixen, sino
que Hixen había muerto años atrás cuando lo anunciaron los cortesanos cordobeses, y
que el Hixen de Sevilla era un zapatero, de gran parecido físico con el califa de
Córdoba, y a quien el astuto y ambicioso gobernador Abul Kasim había puesto en el
trono sevillano para gobernar en su nombre.
Es éste uno de los grandes enigmas de la Historia Universal, similar al del falso
rey don Sebastián de Portugal, el célebre «Pastelero de Madrigal», y similar al de
Boris Godunov, el falso zar de todas las Rusias.
Nunca podrá saberse si en realidad el Hixen II que convirtió a Sevilla en reino
independiente, y en capital del califato andaluz, era en verdad el último de los
Omeyas, o si era un zapatero puesto como figura decorativa por Abul Kasim Abbas.

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