jueves, 7 de marzo de 2019

El Vaso Encantado

AL morir un monarca que gobernaba el Perú, durante el Imperio
de! Tiahuanaco, antes de que Manco Cápac fundara el Tahuantinsuyo,
dejó ei poder en manos de su hijo.
El ¡oven soberano era muy trabajador y completamente distinto
de varios de los anteriores reyes, que habían vivido en medio
de grandes diversiones y sin preocuparse de gobernar.
En cuanto ai pueblo, seguía ei ejemplo de sus emperadores
y se pasaba los días en banquetes y borracheras.
No existía maíz en los graneros y las mujeres y los niños
sufrían hambre y frío.
El nuevo rey, llamado Pirua, ordenó que todos volvieran a
trabajar inmediatamente, amenazando con dar muerte al que no
cumpliera esa orden. Al poco tiempo no se veía ya, por las calles,
un solo mendigo ni un borracho y aquel pueblo volvió a ser rico y
feliz.
Pero había un grupo de holgazanes que se hallaban muy
descontentos porque ya no podían vivir ociosos corno antes y entonces
comenzaron a esparcir, por todas partes, las voces de que Su
Majestad Pirua era un borracho, para que el pueblo se levantara
contra él y lo asesinara.
En cuanto el emperador se enteró, ordenó a diez fieles servidores
que fueron disfrazados, por toda la ciudad, y averiguaron
disimuladamente, quiénes eran aquellos malvados que así lo calumniaban.
Esa misma tarde, los diez espías, vestidos de modo que nadie
pudiera reconocerlos, se dispersaron por todas partes, y entrando en
casas, talleres y cuarteles, descubrieron pronto a los infames; los
ataron de pies y manos y los llevaron presos.
Pero cuando los jueces los interrogaron, aquellos mentirosos
negaron haber hablado mal del rey.
Entonces Su Majestad Pirua hizo llamar a un famoso adivino.
—Sabio mago; preguntóle, ¿qué podré hacer para que estos
malvados confiesen la verdad?
El buen anciano, sacando de una bolsa que llevaba oculta
cuidadosamente, un vaso de oro adornado con piedras preciosas,
dijo al rey-.
—¿Ves este vaso? Todo el que bebe en él se ve obligado,
aunque no quiera, a confesar la verdad a todo cuanto se le pregunte.
Manda preparar un banquete e invita a todos los prisioneros, d¡-
ciéndoles que, como son inocentes, vas a darles libertad; pero que
antes, deseas comer con ellos para desagraviarlos, y dales de beber
en este vaso.
Hízolo así el rey; sirvióles en platos de oro una opípara cena,
y al terminar, un copero fue ofreciendo chicha a cada comensal, en
el vaso mágico. Los diez infames bebieron encantados, pensando
que en cuanto se vieran libres, darían muerte a Pirua y se apoderarían
de todas sus riquezas.
Terminado el banquete, el emperador invitó a todos, a que
pasaran al gran salón con paredes forradas en oro y se sentó en su
trono, rodeado de los príncipes, de los generales y de toda la corte.
Entonces llamó a los jueces y les ordenó que volvieran a preguntar
a sus diez invitados si era cierto o no que lo habían calumniado.
Ellos, muy tranquilos, sin saber lo que les esperaba, fueron desfilando
ante los jueces. Estos les interrogaron y cuando los prisioneros
quisieron negar de nuevo lo que habían hecho; empezaron a
confesar, sin darse cuenta.
Entonces, espantados, cerraron la boca con todas sus fuerzas,
apretando los dientes y ajustando los labios,- pero éstos se abrieron
inmediatamente y comenzaron a decir la verdad.
Viendo esto, se taparon la boca con las dos manos, pero
sus labios se abrían de nuevo y se movían rápidamente hablando
con voz tan alta, que dejaba oír en toda la sala lo que sus dueños
querían ocultar.
Después de haberlos escuchado el emperador hizo una seña
e inmediatamente ingresaron en el gran salón veinte soldados que,
cogiendo a los infames, los llevaron fuera y les dieron muerte en el
acto.
Pirua mandó llamar luego al anciano mago, le obsequió
grandes riquezas y le nombró Adivino Primero del Imperio.
Desde aquel día, nadie pensó en sublevarse contra el emperador
y aquella nación llegó a ser el reino más grande y rico de la
tierra.

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