jueves, 7 de marzo de 2019

Doña Zorra y su Compadre Gallinazo

DOÑA Zorra se hallaba sentada, una tarde, al borde de una
laguna clara como el cristal, contemplando el cielo. De pronto
vio a su compadre, don Gallinazo, que volaba allá arriba e inmediatamente
pensó:
—¡Ridículo animal. Con ese cuello pelado, ese color horrible
que tiene y poder volar tan alto! En cambio, yo, que soy bonita y
que poseo una piel tan fina, no puedo levantarme del suelo, ni siquiera
una cuarta.
Al cabo de largo rato, bajó don Gallinazo y fuese a parar
¡unto a doña Zorra.
—¡Hola, compadrito!; saludóle ella, amablemente. ¡Cuánto
gusto de poder hablarle! Durante media hora he estado contemplándolo.
¡Qué espléndidamente vuela usted!
—Gracias, gracias; contestó él complacido.
—Pero, vea; siguió ella,- no crea que solamente volando, se
va con rapidez de un sitio a otro. Yo le aseguro que corriendo se
llega mucho más ligero.
—Comadre, está usted equivocada; replicóle muy serio, su
amigo, moviendo a derecha e izquierda la pelada cabeza.
—¡Já, ¡á, já; rió ella. Ustedes, las aves, creen saberlo todo;
cuando, en realidad, somos nosotros los animales de cuatro patas,
los que más sabemos. Y si no, hagamos una apuesta.
—Bueno; respondió don Gallinazo.
—Compadre, le aseguro que yo liego antes que usted, al otro
lado de la laguna.
—¡Cuidado, que va a perder, comadrita!; contestó el pájaro.
—Esa es cuenta mía; dijo ella. Yo beberé primero, toda el
agua, para poder cruzar por en medio de la laguna y así tendré que
correr menos.
—Pero, si es tan profunda que ni siquiera se ve el fondo;
respondió él.
—Déjeme usted, no más. Párese en esa piedra y espere ahí
a que yo termine.
El ave obedeció y miró a la zorra que hundió el hocico en el
agua y principió a beber.
Shui-shui, sonaba el agua al entrar en su boca; glu-glu, hacía,
al pasar por su garganta.
Al cabo de un rato vio don Gallinazo que la barriga de su
amiga iba creciendo.
—Doña Zorra, no beba usted tanto. Le va a pasar algo. Mejor
dejemos la apuesta; díjole.
—¿Y a usted qué le importa, compadre?; contestóle y siguió
bebiendo.
Don Gallinazo volvió a mirarla y notó que el vientre de la
muy porfiada se iba inflando más y más a cada instante.
—¡Doña Zorra, va usted a reventar!; le gritó. Mas, la muy
terca, continuaba bebiendo.
De repente sintió el ave un ruido tremendo que retumbó en
los cerros y vio que su amiga había estallado, lo mismo que un globo.
En ese mismo instante asomó por entre las peñas, una huashua
y caminando con sus coloradas patitas, acercóse al cadáver de
la porfiada y luego dijo al otro pájaro:
—¡Gracias a Dios que murió esta ladrona! Al cabo podré
dormir tranquila, sin temor de que me robe a mis pobres hijitos y
se los coma!
—¡Por fin vivirán en paz los pájaros de estos contornos. Ya
nadie los asaltará para devorarlos!; exclamó don Gallinazo.
Y batiendo las alas muy contento, emprendió el vuelo hacia
su nido.
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