En una pequeña aldea vasca vivía una muchacha, huérfana de padre y madre, que tenia que
ganarse la vida pastoreando el ganado. muy de mañana recogía los rebaños y marchaba con ellos
al monte; allí elegía una verde pradera para que pastasen, mientras ella sentada en la hierba, se
entretenía en fabricar con cañas y trozos de boj, encina u otra madera, algún instrumento musical
como flautas y silbatos con los que luego tocaba bellas melodías, pues sentía una gran afición.
Imitaba con sus sones el canto de los pájaros que, satisfechos, acudían a su alrededor para
hacerle coros con sus trinos (¡¡Viva Walt Disney!!).
Era esta zagala muy devota. Rezaba el rosario a Maria Santísima todos los días mientras estaba
en la pradera cuidando rebaños y no dejaba de invocar con un Avemaría a la Virgen cada vez que
llegaban hasta ella las campanadas de la lejana iglesia.
Estaba un día rezando cuando se le apareció la Virgen y con voz dulce le dijo:
- Hija mía, pídeme lo que quieras y te sea concedido.
La pastorcilla repuso:
- Yo quisiera, Divina Madre, un silbato con el que hacer bailar a todo aquel que lo oyese.
La Virgen le entrego lo que pedía desapareciendo al momento.
Llena de jubilo comenzó a tocarlo, y todas las ovejas y corderos del rebaño empezaron a bailar al
oirlo, y ello hizo la felicidad de la pastora que los contemplaba extasiada.
Ocurrió que el cura de la aldea había salido a cazar por aquellos andurriales y estaba oculto en
una choza que había construido con troncos y ramajes para acechar desde allí el paso de las
liebres. El sacerdote al oir aquella música, sin poder evitarlo ni resistirse, sintió enormes deseos
de danzar y a ello se aplico sin demasiado descanso ni desmayo y continuaba bailando, aunque
sus fuerzas al final se agotaron, sus vestidos estaban rasgados y su piel con heridas y sangrando
porque se había rozado con alguna de las zarzas que recubrían troncos y ramas; sentía ya
grandes dolores y no podía pararse a pesar de todos sus esfuerzos por estarse quieto, y así
continuo hasta que la pastora dejo de tocar el silbato.
Cuando termino, salió furioso y fue corriendo al pueblo para denunciarla diciendo que era una
bruja.
Fue detenida y llevada ante el tribunal de la Santa Inquisición y condenada a muerte por brujería.
Al día siguiente, al amanecer, iba a cumplirse la sentencia; la sacaron de la prisión y, seguida de
todo el pueblo que estaba dividido en opiniones a favor y en contra de la condena, fue llevada
hasta el patíbulo donde la subieron. La pastora pidió que la desataran las manos porque las tenia
doloridas por los cordeles. Le fue concedido el acto que pedía.
El sacerdote, al verla con las manos libres, pidió que le atasen fuertemente a el al eje de un
martinete. La pastora saco rápidamente su silbato de la faltriquera y se puso a tocarlo sin tregua
ni reposo y todos los espectadores se entregaron de inmediato a un frenético baile al son de
aquella música, y hasta los verdugos y el mismo sacerdote, a pesar de estar atado, bailaban y se
reían a carcajadas.
Cuando la pastora dejo de tocar, todos los vecinos del pueblo entusiasmados con aquella música
dulce y agradable, fueron a pedir el indulto de la muchacha, que fue concedido.
Y desde entonces la zagala les amenizaba todas sus fiestas y solemnidades con la música
celestial de su silbato.
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