lunes, 25 de marzo de 2019

EL BANQUETE CELESTIAL

Era época remota cuándo ocurrió lo siguiente: El Atoj aún tenía la boca pequeñita y los pájaros vivían como hoy en los árboles, pero se alimentaban en el cielo. 
Un día, Mallcu se encontró con el Atoj y éste rogó al señor de los aires lo invitara a uno de esos banquetes que tanto daban que hablar a los animales de la tierra, y que se verificaban en esas alturas, donde no se comía carne putrefacta sino deliciosos alimentos y con preferencia uno que parecía arena. 
–Bueno –díjole el arrogante Mailcu–, te llevaré, pero con la condición de que no hagas ninguna "malacrianza", especialmente esa de roer huesos. 
Atoj aceptó la proposición y, acto seguido, fue cogido por Mallcu, cuyas garras se prendieron de su lomo escuálido y elevado a altura increíble. Le depositó sobre un enorme nubarrón. A poco tiempo llegaron todas las aves de la creación y dieron principio al festín cotidiano. Sobre enormes aguayos había maíz, quinua y cañahua en abundancia, y, más allá, carnes de animales salvajes para las aves carnívoras. 
Terminado el festín, todos satisfechos, abandonaron la mesa del convite. Atoj, solapadamente, se atrasó, y cuando se vio solo cayó en la tentación de roer los huesos mondados por los picos de los cóndores. 
–¡Aja! –dijo atronadoramente Mallcu, saliendo detrás de una nube–; quería comprobar si cumplías tu promesa; siempre serás falso. Tu castigo será dejarte en esta altura y se elevó volando majestuoso. 
El pobre Atoj corría de un lado para otro, viendo desde el pretil la descomunal distancia que le separaba de la tierra. Lamentábase de su suerte con aullidos prolongados, que fueron oídos por unos papachiuchis (pájaros de la región), y percatados de lo que ocurra a Tío Antoño decidieron ayudarlo trayéndole una soga hecha de cortaderas. 
Bajaba Atoj por la soga de cortaderas y vio pasar cerca una bandada de loros. Y como es parlanchín y fastidioso, les gritó para molestarlos: 
–¡Loros hecha siquisl... (Loros con diarrea.) Los loros, que seguían su vuelo, escucharon el insulto y regresaron a cortar afanosos con sus filosos picos la soga. Entonces, Atoj les convenció que era una burla amigable. Los loros aceptaron la disculpa y se fueron, pero el zorro no pudo contener su despecho y en la seguridad que se encontraban lejos les volvió a insultar: 
¡Loros kkechi michisl. .. (Loros trapos sucios.) Los loritos volvieron e iban a repetir su venganza, pero el astuto zorro, con mil zalamerías, los convenció nuevamente que era una burla amistosa. Cuando por segunda vez se alejaban, Atoj, viendo que le restaba muy poco para llegar a tierra, les gritó: 
–¡Loros kkechichisl. .. (Loros insignificantes.) Los insultados retornaron enfurecidos, y sin escuchar explicaciones ni aullidos de terror del zorro, cortaron vertiginosamente la cuerda, y Atoj se vio en el aire sin ningún sostén y gritando: 
–¡Tiendan apichusisl ... ¡Tiendan manteos.... (Tiendan tejidos de lana.) 
Y como nadie lo oía o no quería oírle por su fama de mentiroso y solapado, cayó al suelo reventando como una naranja madura. 
De este modo, hay en la tierra –dicen los indios-maíz, quinua y cañahua, porque al reventar la barriga del zorro se esparció todo lo que había comido en el cielo. 


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