Cuentan que un señor tenía su hacienda llamada
Semán. Este señor tenía sus chacras en las cuales estaban
trillando; y por temor a que le robaran el arroz, mandó a
diez guardianes; ellos entraron en una choza y se sentaron
en rústicos asientos; todos tomaron café; después, nueve
de ellos se fueron a resguardar los campos de arroz, dispersándose
de tres en tres. El décimo guardián se quedó
en la choza, cuidando por los alrededores de esta; al cabo
de un momento se le presentó el capataz y le dijo, en un
tono burlesco: «Hijo mío, ¿ves tú lo que yo veo?». «¿Qué
es lo que usted ve y yo no veo?», fue la respuesta del guardián.
Aquel respondió: «Mira por la cima de los montes y
cuenta las linternas». El guardián obedeció, y miró hacia
ellas y con gran sorpresa exclamó: «Pero, ¿estoy soñando
o es verdad lo que veo?». «Ciertamente, es verdad», respondió
el capataz. «Aquella linterna que ves, cuya llama
es de color rojo intenso, no es una linterna como las nuestras,
ella está encantada, y si quieres convencerte vamos a
seguirla y verás adonde nos lleva». Y ambos, armados con
sus machetes y palas, se encaminaron a la búsqueda. Pero
sucedió algo extraño; conforme se iban aproximando, la
linterna se retiraba más y más. Dándose cuenta el capataz
y el guardián que se habían retirado de la choza más de la
cuenta, al ver que era grande la distancia, se detuvieron.
La linterna, poco a poco, se fue transformando en un toro
de oro que subía hasta la plataforma de una huaca; una vez
que llegó allí, comenzó el toro a mugir, haciendo temblar
totalmente la huaca. Dicen que esta linterna está encantada
y se pasea por todos esos sitios.
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