jueves, 28 de marzo de 2019

BREVE HISTORIA DE LAS LEYENDAS MEDIEVALES : WILLIAM WALLACE, EL «CORAZÓN VALIENTE»

William Wallace es un personaje histórico, como todos los protagonistas de las
leyendas de este capítulo, que luchó contra el rey inglés Eduardo I para defender las
libertades de los escoceses. Desconocemos muchos de los detalles de su vida por la
falta de fuentes contemporáneas a los hechos y es por ello que, como sucede a
menudo, la leyenda ha contribuido a magnificar sus gestas y su resistencia lo elevó a
la categoría de héroe nacional en Escocia.
Eduardo I de Inglaterra, llamado Longshanks o el Zanquilargo por su estatura, fue
el primer rey de la dinastía de los Plantagenêt que intentó terminar la conquista
inglesa de las islas Británicas. En 1277 dirigió personalmente una campaña contra los
galeses y les sometió a las Common Law inglesas. Las revueltas fueron severamente
castigadas y líderes como Llywelyn y su hermano David murieron en el campo de
batalla o ajusticiados. A partir de 1301 Eduardo I concedió a su primogénito el título
de príncipe de Gales, honor que los reyes de Inglaterra han conservado hasta la
actualidad. Otro de sus planes era la anexión de Escocia, que parecía un objetivo fácil
debido a que muchos nobles de la provincia escocesa de Lothian tenían posesiones a
ambos lados de la frontera y no aparentaba ser un problema poder pactar con ellos.
Cuando murió el rey de Escocia Alejandro III dejando como única heredera a su
nieta, que vivía en Noruega, el rey inglés propuso un matrimonio entre su hijo y la
princesa de dos años de edad, conocida como Margarita «hija de Noruega». Pero la
niña no superó las dificultades del viaje a Inglaterra y murió en alta mar.
Inmediatamente, la nobleza escocesa empezó a disputarse la corona y Eduardo I tomó
partido por el candidato John Balliol, que fue coronado en la abadía escocesa de
Scone.
Eduardo I exigió a la nobleza escocesa que reconociera su posición de soberano.
Igual que en Gales, tuvo una actitud inicial misericordiosa con sus vasallos, pero fue
inflexible en la aplicación de las leyes inglesas. Tras descubrir los pactos de John
Balliol con el rey Felipe IV de Francia, y la negativa de aquel a prestar sus ejércitos
para combatir a los franceses, Eduardo I decidió invadir Escocia. Derrotó a los
escoceses en la batalla de Dunbar en 1296 apoderándose de la Piedra del Destino, la
roca sagrada de Scone donde los reyes escoceses eran coronados y cuya leyenda
veremos en el capítulo Objetos sagrados y lugares mágicos. El rey inglés había
acabado con la oposición de los barones, pero un líder imprevisto surgió en escena
liderando la revuelta del pueblo escocés, era William Wallace.
El poema Blind Harry (Harry el Ciego) cuenta cómo el alguacil inglés Lanark
mató a la esposa de William Wallace y este se rebeló contra la autoridad del rey
matando al asesino de su mujer y liderando la revuelta escocesa. Lo cierto es que no
hay fuentes contemporáneas de la vida de William Wallace. El poema Blind Harry es
muy posterior, de la década de 1470, y se hace difícil el estudio de los orígenes del
héroe escocés sin más evidencias documentales.
Las tropas inglesas sufrieron una espectacular y dolorosa derrota el 11 de
septiembre de 1297 en la batalla del puente de Stirling. Los ingleses, dirigidos por
John de Warenne y Hugh de Cressingham, se confiaron por su superioridad numérica
y la reciente victoria en Dunbar. Los rebeldes William Wallace y Andrew Murray
esperaron con sus hombres en la orilla del rio Forth, y aprovecharon la ansiedad
inglesa por obtener una victoria rápida para convertir el puente de Stirling en una
trampa mortal. La crónica de Lanercost cuenta de forma legendaria cómo el cuerpo
de Hugh de Cressingham fue despellejado tal y como él había despellejado Escocia
con sus impuestos. William Wallace utilizó las tiras de su piel para fabricar una funda
para su espada, y el resto fue repartida por todo el país para informar de la derrota de
los ingleses.

Detalle de la escultura de William Wallace en la torre situada en la cima del monte Abbey Craig, cerca de Stirling. La torre, de 70 metros de altura, es conocida como el Monumento Nacional a William Wallace y se
construyó en el siglo XIX gracias a una campaña de recaudación de fondos en la que participaron personajes
como el revolucionario italiano Giusseppe Garibaldi.

En el invierno de 1297 William Wallace dirigió sus ejércitos al norte de Inglaterra
para dinamitar el prestigio del rey. Artesanos y granjeros escoceses se habían
convertido en guerreros que, por cinco semanas, expoliaron los territorios de
Northumberland y Cumbria sin recibir un rasguño de los ingleses. Eduardo I no
estaba dispuesto a ir a la mesa de negociación con un plebeyo por la quema de cuatro
casas, y en marzo de 1298 volvió de Flandes para preparar una nueva invasión de
Escocia y restaurar el prestigio de su corona. El rey reunió el mayor y mejor dotado
ejército, con 12.000 soldados de infantería y 2.000 de caballería pesada. Esta vez lo
lideraría él mismo.
El 16 de mayo de 1298 Eduardo I estaba en York; pensando que la campaña sería
breve, trasladó su corte con él creyendo facilitar así la administración de la guerra.
Mantener un ejército tan grande no era sencillo, los ingleses sufrieron problemas de
intendencia y conflictos entre la infantería inglesa y galesa que mermaron su moral.
Eduardo I quería forzar a los escoceses a la batalla, una victoria era la mejor forma de
eliminar el descontento de sus vasallos por los impuestos extraordinarios y las quintas
de soldados. Wallace era consciente de que podía resistir pero no enfrentarse cara a
cara con el rey inglés y evitó el enfrentamiento. Pero unos espías informaron a
Eduardo I que Wallace se encontraba a solo 8 o 10 kilómetros y acudió a su

encuentro.

Óleo sobre tela titulado El juicio de William Wallace en Westminster, obra del artista británico William Bell Scott
de alrededor de 1870 y conservado en la Guildhall Art Gallery de Londres. A las acusaciones de traición, William
Wallace respondió: «Nunca pude traicionar al rey Eduardo I porque jamás fui su súbdito», dando a entender que
su verdadero rey era el escocés John Balliol.
La batalla definitiva tuvo lugar en Falkirk en julio de 1298, y en ella William
Wallace desarrolló sus dotes como estratega creando un arma secreta contra la
poderosa caballería pesada inglesa: los schiltroms, soldados con unas lanzas de más
de dos metros de altura que tenían que frenar el avance enemigo. En el fragor de la
batalla la caballería escocesa al mando de John Comyn desertó abandonando a los

hombres de Wallace. Entonces, Eduardo I recurrió a la táctica de los arqueros que
inundaron con una lluvia de flechas el campo de batalla y, si bien los escoceses
fueron destrozados, William Wallace consiguió escapar.
Wallace, decepcionado de la nobleza escocesa, se distanció de ella y viajó por
Europa para defender la causa de su pueblo hasta ser traicionado por su sirviente, que
lo delató a los ingleses en agosto de 1305. Eduardo I no mostró piedad y, tras un
juicio parcial en Londres, lo condenó a una muerte despiadada. Lo arrastraron con un
caballo durante ocho kilómetros desde Westminster hasta Simthfield, le abrieron en
canal para arrancarle los intestinos y solo murió cuando le arrancaron el corazón. Su
cuerpo fue decapitado y descuartizado; repartieron los restos por toda Escocia, y su
cabeza colgó del puente de Londres.
No obstante, pese al aplastamiento de la figura de William Wallace, todos los
esfuerzos de Eduardo I para someter a los escoceses fueron inútiles. Al igual que
ocurrió con la dominación de los romanos, mejor hubiera sido reconocer que una
victoria en Escocia era el preludio de una derrota. Al final de su vida, Eduardo I
estaba enfermo y la última campaña de Escocia acabó con su vida en julio de 1307.
En su última voluntad, pidió a sus hijos que su corazón fuera enviado a Tierra Santa
por cien caballeros, y su cuerpo no se sepultara hasta que los escoceses fueran
derrotados. Los huesos de Eduardo I eran trasladados al campo de batalla, para que
vivo o muerto fuera él quien condujera las tropas a la victoria.
La vida y leyenda de William Wallace dieron la vuelta al mundo en 1995 con la
película Braveheart, ganadora de cinco Óscar de Hollywood, dirigida y
protagonizada por Mel Gibson y con Patrick McGoohan como el rey inglés Eduardo
I. Los anales del cine recogerán para siempre la frase que resume el espíritu nacional
de los escoceses durante la revuelta de Wallace: «Pueden quitarnos la vida pero jamás
nos quitarán la libertad». En realidad es una adaptación moderna extraída de la obra
Enrique V de William Shakespeare.

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