miércoles, 3 de abril de 2019

LOS ARGONAUTAS Y ORFEO FRENTE A LAS SIRENAS

Pero no fue Ulises el único héroe que logró salir indemne del arriesgado encuentro. En una ocasión semejante otros navegantes escaparon con éxito parecido de la emboscada de las sirenas. Fueron los héroes viajeros de la nave Argo, a los que capitaneaba el tesalio Jasón, que regresaban por mar a Grecia de su prodigiosa expedición con su espléndido botín: el vellocino de oro. Según la cronología mítica, su aventura fue anterior a la de Ulises, pero el relato que tenemos de ella se escribió mucho después de Homero, ya en época helenística. Es decir, los argonautas se encontraron con las sirenas antes, pero este relato del encuentro lo escribió mucho después un poeta helenístico que conocía bien la Odisea homérica, y tal vez algún texto más sobre las hazañas y el viaje de Jasón, un héroe aventurero que en su peregrinaje marinero recordaba a Ulises.
Los famosos navegantes de la Argo lograron escapar a su vez de los hechizos melódicos de las pérfidas y atractivas cantoras gracias a que con ellos viajaba otro músico formidable: Orfeo. El itinerario marino de la famosa Argo en un buen trecho coincide con el de Ulises, como sabía ya el autor de la Odisea.18 Los pasajeros de la Argo pertenecen, según las genealogías míticas, a una generación anterior a la de los héroes que fueron a Troya, aunque el relato de sus aventuras que nos ha llegado está en un texto helenístico, unos cinco siglos posterior al homérico. En su espléndido poema épico El viaje de los argonautas (Argonáutika) el alejandrino Apolonio de Rodas, nos cuenta cómo los tripulantes de la Argo capitaneados por Jasón, se salvaron de la ligazón de las sirenas gracias al estupendo cantautor que llevaban a bordo: el fabuloso Orfeo.
Vamos a recordar esos versos (IV, 890-919).
Un firme viento impulsaba la nave. De pronto
avizoraron la bella isla Antemoesa, donde las sirenas
de voz clara, hijas de Aqueloo, asaltan con el hechizo
de sus dulces cantos a cualquiera que por allí se aproxime.19
Las dio a luz, de su amoroso encuentro con Aqueloo,
la hermosa Terpsícore, una de las musas, y en otros tiempos,
cantando en coro, festejaban a la gloriosa hija de Deméter,
cuando aún era doncella. Pero ahora eran en su figura semejantes
en una mitad a los pájaros y en parte a muchachas,
y siempre estaban en acecho desde su atalaya de buen anclaje.
¡Cuán a menudo arrebataron a muchos el dulce regreso al hogar,
llevándolos a perecer devorados! Sin reparos también para ellos
dejaron fluir de sus bocas su melodioso canto.
A punto estuvieron de lanzar entonces las amarras de su nave
sobre aquellas riberas, de no ser por el hijo de Eagro, el tracio Orfeo.
Tomó él en sus manos su lira Bistonia, e hizo resonar
el rápido ritmo de una melodía de marcha ligera,
para que los oídos que escucharan se estremecieran al son
de sus cuerdas. Y la lira se impuso sobre la voz de las doncellas.20
A un tiempo el céfiro y una ola resonante que impulsó la popa
los apartaron y las sirenas lanzaron ya lejos su voz imperceptible.
Pero aún así hubo uno de los héroes, el noble hijo de Teleonte,
Butes, que, enardecido en su ánimo por la voz de las sirenas,
solo entre sus compañeros saltó presuroso de su pulido banco
al mar, y nadaba entre las olas purpúreas para alcanzar la orilla.
¡Desdichado! ¡Qué pronto ellas le habrían arrebatado el regreso!
Pero se compadeció de él la soberana del monte Erice,
la diosa Cipria, y cuando aún estaba entre los torbellinos del mar,
lo recogió y lo salvó, llevándolo benévola a habitar el monte Lilibeo.21
Los demás, abrumados por la pena, las dejaron atrás…
En esta ocasión es el canto inspirado del divino Orfeo, hijo de Apolo, chamán de mágicos poderes, lo que anula la atracción de las sirenas, cubriendo su voz con los sones de la lira y su propio canto. Solo entre el tropel de héroes hay uno, Butes, que se precipita en saltar al mar cautivado por su seducción. Pero en ese último momento la diosa del amor, Afrodita –que no guarda buena relación con las sirenas y sí, en cambio, con Jasón y la expedición de los argonautas– lo salva de las olas y se lo lleva a su santuario, en un famoso monte, el Lilibeo, en un promontorio extremo de Sicilia.
Hay en este texto algunos detalles sobre el aspecto de las sirenas que no nos contaba la Odisea (y que no sabemos si los conocía ya el público de Homero, y estaban en el mito más antiguo o se agregaron luego). Se señala su figura híbrida: son medio mujeres y medio aves. Las hijas de la musa y el famoso dios fluvial, recuerda el poeta helenístico, fueron antaño compañeras alegres de Perséfone, la hija de Deméter, antes de que esta fuera raptada por su tío Hades y convertida en su esposa y señora de los muertos. Y sufrieron luego una ligera metamorfosis: cobraron alas.
Pero sobre la mágica evolución de las sirenas podemos informarnos con más precisión en un texto poético muy posterior: las Metamorfosis del gran poeta latino Ovidio, aficionado a contar transformaciones pintorescas y buen lector de Apolonio.
En efecto, de cómo las sirenas, hijas del divino Aqueloo y la musa Terpsícore, cobraron cuerpo y alas de ave, lo relata muy bien en su largo poema (VSS. 555-563):
… Pero vosotras, aquelóides, ¿por qué
tenéis plumas y patas de ave, pero rostro de doncellas?
¿Acaso porque cuando Proserpina cogía flores primaverales
os contabais entre sus acompañantes, sabias sirenas?
Luego que la buscasteis en vano por el mundo entero,
entonces, para que los mares conocieran vuestro afán
deseasteis posaros sobre las olas con los remos
de unas alas, y encontrasteis dioses propicios y visteis cómo
de repente vuestro cuerpo se cubría de un dorado plumaje.
Pero para que aquel canto, destinado al deleite de los oídos,
y tan grandes dotes vocales no perdieran el uso del habla,
subsistieron vuestras caras de doncella y vuestra voz humana.
ORFEO Y EL FINAL DE LAS SIRENAS
Aclarado este asunto, volvamos al intrigante duelo poético y musical entre Orfeo y las sirenas. Hemos de acudir a un poema tardío, no muy conocido y bastante pintoresco: las Argonáuticas órficas, de autor anónimo, probablemente ya del siglo IV de nuestra era, un relato de la expedición argonáutica puesto en boca del mismo Orfeo. Este poema tardío vuelve a contarnos las peripecias de los héroes de la Argo, pero aquí Orfeo obtiene un mayor protagonismo, presentándose como el aedo y autor del mismo. El texto, compuesto seis o siete siglos después del de Apolonio, es de factura no muy brillante, por más que intente acreditarse como producto literario del antiguo vate tan prestigioso e inspirado. Pero, en fin, ahora solo nos interesa citar aquí unas líneas del texto que aportan algunas novedades a propósito del famoso encuentro con las sirenas.

Como en las versiones de Apolonio y la Odisea, el navío se acerca a la costa fatídica desde donde emiten su pérfido reclamo las sirenas. Dice, pues, el texto:
Entonces navegando llegamos, a no mucha distancia,
un promontorio rocoso: atalaya que se alza abrupta
albergando bajo sus peñas cortadas a pico una cueva,
y en su interior resuena rugiente el oleaje azulado.
En lo alto unas muchachas dejan oír su voz sonora
y seducen a los hombres que les prestan oídos,
haciendo que se olviden del regreso.
Cautivó, entonces, a los minias el reclamo de la canción
de las sirenas; no sentían deseos de apartarse de la melodía
perniciosa y dejaron caer los remos de sus manos,
y Anceo hubiera timoneado el barco hacia la escarpada colina,
de no ser porque yo comienzo a entonar, guiado por mi madre
alzando en mis manos la lira, un canto de dulce melodía.
Con resonantes voces comencé a cantar un canto maravilloso,
que decía cómo, antaño, disputaron por unos caballos,
raudos como el vendaval, Zeus que truena en las alturas
y el dios marino que agita la tierra.
Y Poseidón de la oscura cabellera, enfurecido contra el padre Zeus,
golpeó con su áureo tridente la tierra Lictonia, y, con su golpe,
la dispersó en el infinito ponto originando islas marinas,
a las que denominaron Cerdeña, Eubea, y Chipre, la ventosa.
Con que, mientras seguía yo pulsando mi forminge,
desde lo alto del grisáceo escollo se pasmaron las sirenas
y cesaron su canto: una dejó caer de su mano la flauta, otra la lira.
Dieron un horrible sollozo, porque el lúgubre destino
de una muerte fatal les había llegado. Y desde la cumbre
de la escarpada roca se precipitaron al fondo del estruendoso mar
y su cuerpo y su arrogante figura se transformaron en rocas.22
En esta versión tardía se cuenta al final la muerte de las sirenas, derrotadas en la poética competencia por el héroe y cantor tracio. Notemos que, de las dos sirenas, una toca la flauta y la otra la lira, mientras que Orfeo pulsa también su habitual lira (cítara o forminge), como hijo de Apolo e inspirado al parecer por su madre, la musa Calíope. Es la última versión griega del famoso episodio. Como se ve, su función es destacar el protagonismo salvador del vate mágico. Orfeo es quien cuenta el certamen y quien refiere el tema de su canto, superponiendo su canto a lo que cantaban las sirenas.23 El certamen tiene, por ambas partes, acompañamiento musical. Tal vez se podría decir que aquí se enfrentan dos músicas: una de mortífera seducción, la de las sirenas, y la otra apolínea y portadora de salvación, la del aedo inspirado e hijo de una musa.
OCASIONAL DERROTA Y DESPLUME DE LAS SIRENAS
Desde luego, si las dos seductoras sirenas –una con flauta y con cítara la otra– se hubieran suicidado entonces, no se las habría encontrado Ulises unos años después.24 Pues sobre ese suicidio. hay una versión más, aunque menos espectacular y de menor resonancia literaria. Pero conviene recordar, aunque el texto pueda considerarse marginal y distante de la leyenda heroica, el desastroso desplume final de las cantoras.
Es un episodio que solo cuenta Pausanias, el erudito autor de la guía de viajes por Grecia más acreditada del mundo antiguo, ya del siglo II de nuestra era, en sus apuntes sobre un santuario de la diosa Hera en Beocia. Cuenta, pues, que la relación de las sirenas con las musas no fue siempre amistosa, ya que cierta vez llegaron a enfrentarse en un desafío musical. En ese duelo de cantantes vencieron las musas y les arrancaron las plumas de sus alas a las sirenas y se hicieron coronas con ellas. Pausanias escribe (en su Descripción de Grecia IX, 34,3) que en el templo de Hera en Coronea (Beocia) podía verse una antigua estatua de la diosa, obra del escultor tebano Pitodoro, que tenía en sus manos unas sirenas. En su ekphrasis resume la leyenda local sobre el enfrentamiento de las musas y las sirenas, en una competición musical. Las sirenas, al parecer a instancias de Hera, habrían retado a sus tías a ese alocado desafío. Fue un acto temerario, podemos pensar. Pues, no menos que en el certamen entre el sátiro Marsias y el liróforo Apolo, el triunfo de las hijas de Zeus estaba cantado de antemano. ¿Cómo iban las sirenas a triunfar sobre el coro divino y apolíneo de las musas? Como castigo, en su derrota, las alocadas sirenas –del mismo modo que el grajo vanidoso de la fábula– se vieron infame y despiadadamente desplumadas.
Es probable que, como apunta algún comentarista, la vergüenza por su derrota impulsara a las cantantes desplumadas a arrojarse al mar, junto a las islas Blancas (Leukaí).25 Tal vez desde entonces se quedaron en el fondo del agua sin volver a cantar.
LAS TUMBAS DE LAS SIRENAS EN EL SUR DE ITALIA
Unos versos del poeta helenístico Licofrón nos dan noticias de cómo los cadáveres de las sirenas –tres en esta versión, llamadas Parténope, Leucosia y Ligea– que se suicidaron tras el paso de Ulises fueron a parar a diversos lugares de la costa itálica. La tendencia a situar los encuentros narrados en la Odisea en lugares de las costas del sur de Italia, desarrollada en la época de la primera literatura latina, encuentra aquí uno de sus mejores ejemplos. Recordemos los versos (712-31) de su enigmático y barroco poema, Alejandra, que aluden a esos últimos lugares donde fueron a parar los cuerpos exánimes de las tres cantoras suicidas. Como todo el poema es una narración de la troyana Casandra (Alejandra) su visión profética se da en futuro. Daré primero los versos de Licofrón en traducción poética, y luego una versión más llana de los mismos, realizadas en uno y otro caso, por Manuel Fernández-Galiano.26

Y del hijo de Tetys matará a las tres hijas
que aprendieron el canto de su armoniosa madre
y que en salto suicida desde la alta atalaya
se hundirán con sus alas en las olas tirsénicas
adonde el fatal hilo de sus hados las lleve.
A una, devuelta a tierra, las torres del Falero
la acogerán y el Glanis, que baña la región;
cuya tumba alzarán los indígenas para
a la alada y divina Parténope anualmente
honrar con libaciones y víctimas bovinas.
Y Leucosia, a la costa saliente de Enipeo
arrojada, su nombre largo tiempo dará
a la roca a que fluyen las ondas impetuosas
con que el Is borbotea y el Laris, su vecino.
Y, comitando el agua salada, hasta Terina
arribará Ligea, y allí los navegantes
en costeros peñones la enterrarán, cercana
a las voraginosas corrientes del Ocínaro,
que, como Ares taurino, bañará y pulirá
con sus linfas la tumba de la doncella alada.
La traducción en prosa o explicación del críptico pasaje es la siguiente:
Y (Odiseo) provocará la muerte de las tres sirenas (las hijas del hijo de la diosa marina Tetys, es decir, el río Aqueloo), que se lanzarán al mar Tirreno según decisión del hado hilado por las moiras y se convertirán en islotes. A una de ellas, la llamada Parténope, las olas la llevarán a Falero, vecino al río Glanis, donde le rendirán culto; a otra, Leucosia, el mar la depositará en la islilla así llamada, cercana al cabo Enipeo y a la desembocadura del Is y del Laris; y la tercera, Ligea, llegará ahogada a Terina y recibirá sepultura cerca del Ocínaro.
Aclaremos que esos “islotes” son las islas llamadas Sirenusas, hoy Galli, al sureste de Sorrento; Falero es un antiguo nombre de Neápolis, hoy Nápoles; Enipeo es el cabo llamado también Poseidón, hoy Licosia, en Lucania; Ocínaro es el río llamado ahora Savuto; y muy cerca estaba la isla Ligea. Los otros nombres, peor identificados, remiten a la misma zona suritálica. La tradición popular mantuvo famosa la tumba de Parténope en Nápoles.
Como una nota curiosa más, quisiera recordar que, en un pasaje anterior del mismo poema (vss. 670-73), Licofrón alude a las sirenas, de manera muy enigmática:
¿Qué estéril ruiseñor matador de centauros,
etólico o curético, no querrá con su varia música
que olvidados de comer se marchiten?
Es en medio de un pasaje en que se refiere a todos los peligros marineros a los que Ulises y sus compañeros tendrán que enfrentarse. Llamar a una sirena “ruiseñor matador de centauros” no deja de ser una metáfora o un kenning sorprendente.
En todo caso, a propósito de ese adjetivo de “matador de centauros”, podríamos mencionar la extraña actuación de las sirenas que contaba un raro mitógrafo del siglo I o II de nuestra era, Ptolomeo Quenno, en su Kainé historía o Historia inédita, texto que aún pudo leer el patriarca Focio en el siglo X. El erudito bizantino dice que el peregrino mitógrafo contaba cómo las sirenas habían matado a los centauros, los cuales, atrapados por el hechizo de sus voces, quedaron como petrificados y se murieron de hambre.27
Pero, en relación con los centauros, podríamos recordar las advertencias del Fisiólogo, ese pintoresco y anónimo bestiario, un texto cristiano y alegórico, de amplia difusión y estilo sencillo, probablemente ya del siglo III, que habla de numerosos animales, e introduce un breve capítulo en que comenta el significado simbólico de sirenas y centauros. Doy una traducción de las primeras líneas:28
SOBRE SIRENAS E HIPOCENTAUROS
Dijo el profeta Isaías: ‘Demonios, sirenas y erizos bailarán en Babilonia’. El Fisiólogo habló sobre las sirenas y los centauros. Hay en el mar unas bestias llamadas sirenas, que como las musas cantan con sus voces melódicamente, y cuando los marineros al pasar las oyen se arrojan al mar y mueren. Y en su mitad superior hasta el ombligo tienen forma humana, pero de la mitad para abajo de ganso. Del mismo modo los centauros tiene medio cuerpo de hombre y la mitad a partir del pecho de caballo.
Y sigue el texto explicando como esos seres híbridos son una imagen, una alegoría, de “cualquier hombre de doble alma” (pas anér dípsychos). Como las sirenas, tales hombres “engañan con sus hábiles palabras y bellos discursos los corazones de los ingenuos y sus tratos malvados destruyen las buenas costumbres”.
En ese texto vemos ya cómo un motivo mítico sirve para una exégesis alegórica. Algo parecido encontramos ya antes, en el capítulo 13 de De cosas increíbles, titulado “sirenas”, del mitógrafo Heráclito (siglos I-II de nuestra era):
Cuenta el mito que estas tenían una naturaleza doble, pues las extremidades inferiores las tenían de ave, pero el resto de su cuerpo era de mujer, y que aniquilaban a los que pasaban navegando a su lado.
Eran unas cortesanas destacadísimas en el manejo de instrumentos musicales y por la dulzura de su canto, bellísimas, los que topaban con ellas veían consumidas sus haciendas. Y se decía que sus extremidades inferiores eran de ave por la rapidez con que se apartaban de los que habían perdido sus bienes.29
Encontramos ya en estas torpes líneas una clara interpretación evemerista, que encontrará un enorme éxito en los escritores medievales, adictos a la lectura alegórica y a la versión moralista de los mitos. Pero eso lo veremos más adelante.
UN RESUMEN ERUDITO
Leamos, para resumir en un vistazo final los rasgos de esas antiguas sirenas, el texto de un mitógrafo del siglo V de nuestra era, un tal Lactancio Plácido, que recoge las varias noticias al respecto. (Con los nombres de los dioses en latín y una coda alegórica, como las que hemos visto):

Las sirenas eran hijas de la musa Melpómene y del río Aqueloo. Cuando Proserpina fue raptada por Plutón, se lanzaron en su búsqueda, pero no lograron encontrarla. Por eso, al final, rogaron a los dioses que las transformaran en aves, para poder proseguir buscándola no solo por tierra, sino también por el mar. Los dioses se lo concedieron, y la búsqueda duró largo tiempo; finalmente llegaron a un acantilado sobre el mar, y allí se quedaron. Les fue permitido vivir mientras su voz fuera escuchada. Su aspecto era mitad aves, mitad doncellas, con patas de gallina. Componían su melodía las tres juntas, una con la voz, otra con la flauta y la tercera con la lira. Los marineros que se acercaban a la roca sobre la cual cantaban, atraídos por sus sones, naufragaban –sus barcos se destrozaban en los escollos– y las sirenas los devoraban. Solo Ulises, desafiándolas, las llevó a la muerte. Mientras pasaba por delante de su morada, tapó los oídos de sus compañeros con cera para que no las oyeran y se hizo atar al mástil de su nave. De tal modo logró escuchar la dulzura de su canto y evitar el peligro. Pero el dolor de su derrota fue para ellas tan grande que se arrojaron al mar y así encontraron la muerte.
En realidad se trataba de prostitutas: puesto que reducían a la pobreza a los navegantes, se imaginó que provocaban sus naufragios. En griego se llaman seirenes, en latín trahitoriae, las atrapadoras. De tres maneras se puede atrapar o seducir: con el canto, con el aspecto, y con el trato frecuente. Se dice que eran volátiles porque los ánimos de los amantes cambian velozmente. Por eso se las imagina con patas de gallina, porque todo lo que se obtiene bajo el impulso del placer se esparce. En cuanto a Ulises, cuyo nombre significa “extraño a todo” (hólon xenos, es decir, omnium peregrinus), se cuenta que fue él quien las empujó a la muerte, porque la sabiduría es extraña a todas las mentiras del mundo”.30
TRES CLASES DE SIRENAS
Según el filósofo neoplatónico Proclo, en su Comentario a la República de Platón, pueden distinguirse claramente tres clases de sirenas: las celestes, mencionadas en el mito de Er (en el libro X de la Politeia platónica), las que se mencionan en la Odisea (y Platón en Fedro, 259a), y las que están encantadas en el Hades (según el Crátilo 403d): “Así es que hay tres clases de sirenas según él (Platón): las celestiales de Zeus, las que actúan en este mundo, de Poseidón; y las subterráneas, que son las de Plutón. Es común a las tres clases contribuir a la armonía de lo corpóreo, mientras que las musas garantizan sobre todo la armonía intelectual. Por esa razón se dice que dominan a las sirenas y que se han coronado con sus plumas. Porque ciertamente las atraen así y las someten a ellas, ajustando las virtudes de aquellas a su inteligencia”.31

De estas tres clases nos interesamos aquí tan solo por las que Proclo llamaba “de Poseidón”, es decir, las que tienen que ver con el dominio del dios del mar y del mundo terrestre, dejando de lado las celestes y las infernales. Pero no está de más notar que Platón menciona a unas y otras. Son muy interesantes los pasajes platónicos donde se alude a los encantos de las sirenas: en el Banquete, 216a, es Alcibíades quien compara a Sócrates con las sirenas (de cuyo encanto debe escapar tapándose los oídos); en el Fedro, 259a, es Sócrates quien compara el canto de las cigarras con el de las sirenas; y en el Crátilo, 403e-404b, Sócrates dice que “ninguno de los que están allá desea volver, ni siquiera las mismas sirenas, que están como los demás hechizadas por los hermosos relatos que sabe contar Hades”. He aquí que Sócrates, las cigarras y el dios de los muertos son asimilados, irónicamente, con las sabias cantoras que quisieron hechizar a Ulises. La ironía platónica se hace evidente en el último caso, al imaginar que algunas sirenas se encuentran “encantadas” (katakekelesménas) en el mundo de los muertos, apresadas por los deliciosos relatos del dios Hades, que resulta, según dice Sócrates, “un perfecto sofista” (téleos sophistés),32 un seductor insuperable de sirenas.33
UNAS LÍNEAS SOBRE BUTES, EL ARGONAUTA DEL SALTO PELIGROSO
Como leemos en el texto de Apolonio, hubo uno de los héroes de la Argo que, sin quedar retenido por el canto de Orfeo, se arrojó al mar y echó a nadar hacia la isla de las sirenas, seducido por su hechizante melodía y sus promesas de gran placer. Curioso personaje que abandona al resto de sus compañeros, olvida el deber del regreso y se lanza a las olas, urgido por la llamada musical de las doncellas de la isla misteriosa.
En un libro reciente titulado Butes, Pascal Quignard ha comentado con muy sugestiva glosa el gesto audaz del “disidente” Argonauta, mártir frustrado del encanto musical de las sirenas, al que en el último momento salvó la rauda Afrodita de la trampa sirénica.34 Un párrafo resume lo que sabemos de este héroe, “belicoso y venido de la tierra de Cécrope”, según Apolonio de Rodas. Dice Quignard


¿Quién era Butes? Se sabe poco de Butes. El nombre muy común de Butes o Boutas en griego significa “el boyero”. Su padre se llamaba Teleón. Su castillo estaba situado en el Ática. Una vez que fue lanzado por la diosa sobre el cabo Lilibeo, fundó la ciudad de Marsala. Butes tuvo un hijo de ella, fue el día en que la diosa lo arrancó de las garras de las sirenas; ella lo concibió mientras le cogía de las aguas y lo elevaba por los aires. La diosa llamó a este hijo Érice. Se convirtió en el señor de la montaña siciliana a la que los sicilianos le han dado su nombre. En su cima, el hijo hizo construir para su madre un templo, el templo de Afrodita Ericina.35
La diosa Afrodita actuó, según el texto, impulsada por la piedad y tal vez atraída por la belleza del argonauta nadador. Esos rescates maravillosos los practicaba la diosa ya en Homero, donde salva en situaciones de apuro a Paris y a Eneas. En el caso de Butes el rescate se acompaña con un fugaz y oportuno enlace amoroso, del que nace Érice. Rápido y productivo amorío, que parece semejante al encuentro famoso de la diosa con el troyano Anquises, el padre de Eneas, que relata el Himno homérico a Afrodita. Por otra parte, parece que Afrodita no se llevaba bien con las antiguas sirenas, cuyos encantos, como hemos visto, no eran esencialmente eróticos.

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