miércoles, 13 de diciembre de 2017

El Puente del Beso

Durante la Edad Media, los mares españoles
estaban infestados de piratas. En el Mediterráneo,
los bajeles turcos y argelinos capturaban cuantas
naves encontraban en sus aguas, apoderándose del
botín, asesinaban a los tripulantes y hundían la
nave después del saqueo. A veces llegaron a asaltar
algunos pueblos costeros, robando doncellas, con
las que luego traficaban en los mercados de Argel y
Constantinopla.
En el Cantábrico, el famoso pirata africano
Cambaral, que capitaneaba un ligero bajel, sem-
braba el terror en sus correrías por aquéllas aguas.
Los pocos navíos que se aventuraban a surcar este
mar eran seguras presas del corsario. Los pesca-
dores estaban atemorizados, sin atreverse a embar-
car, con sus naves fondeadas en los puertos y dár-
senas, mientras el hambre se cebaba en sus pobres
familias; pero el temor de encontrar al pirata les
impedía salir a la pesca.

Tomó parte en ello el Gobierno, enviando unos
barcos de guerra para capturar al bandido; le per-
siguieron con ahínco, con la orden de cumplir la
ley, que condenaba al pirata hallado in fraganti a
ser colgado del palo mayor de su propio navío. Mas
no lograron dar alcance a la ligera goleta, que na-
vegaba veloz a toda vela, rompiendo con su proa
las impetuosas olas, que barrían la cubierta, y de-
jaba tras de sí una larga estela de espuma. Desa-
lentados los perseguidores, tenían que volver al
puerto, y el temido Cambaral quedaba dueño de
aquellas aguas.
En la hermosa y pintoresca villa de Luarca alzá-
base, a la orilla del mar, construido sobre la roca
viva, un suntuoso palacio señorial, de espesos muros,
a los que llegaban las olas en las fuertes galernas
del Cantábrico. Habitaba en él un noble caballero,
que, indignado ante tal estado de cosas, se propuso
capturar por su cuenta y riesgo al endiablado pirata.
Preparó para ello algunos navios de su propiedad y,
embarcando a sus hombres de armas, marchó al
frente de ellos en busca del corsario. Varias millas
habían recorrido, cuando el noble señor divisó en
lontananza un bergantín con todo el aparejo des-
plegado y llevando izada la bandera negra de los
piratas. Dio orden el señor de ir hacia él; pero el
velero, cuyo capitán, sobre el puente, con su cata-
lejo, oteaba el horizonte, ya había descubierto la
flota enemiga, y se dirigía veloz hacia ella, pensando
que fueran nuevas presas. Con gran arrogancia
había dado orden al timonel de acercarse a las
naves, mientras él reunía a sus hombres en la proa
y les daba instrucciones para el ataque, revisando
bien los cuchillos y otras armas blancas. Pronto el
buque pirata llegó al abordaje junto al barco enemi-
go, y unos y otros saltaron a la nave contraria,
trabándose encarnizados combates cuerpo a cuerpo,
en medio de la más terrible confusión, continua-
mente caían por la borda los cuerpos ensangren-
tados de los combatientes. Se buscó a Cambaral y
fue encontrado sobre cubierta, en un charco de
sangre, con heridas en la cabeza y en todo el cuerpo,
que le habían privado del sentido. Herido el capitán,
fácilmente fueron sometidos sus hombres.
El señor, desde el puesto de mando, dio órdenes:
que el herido fuera trasladado a su nave; los ca-
dáveres, arrojados al mar, y los corsarios quedaran
presos en la bodega. Y, bien cerradas las escotillas
del barco pirata, fue remolcado hasta Luarca.
Allí, el caballeroso hidalgo decidió curar al ban-
dido antes de entregarle a la justicia, y mandó
llevarle a su casa y acostarle en un blando lecho,
encargando que se le atendiera y se le curara. Llamó
para ello a su bellísima hija, que ayudó con sus
delicadas manos a restañar las sangre de las heridas
del pirata.
Cuando el capitán recobró el conocimiento, se
encontró en una suntuosa estancia, y junto a su
lecho vio a una joven de fascinadora belleza, de tez
de nácar, que le miraba con sus grandes y sonadores
ojos negros. El pirata, al verla, pensó en una hurí
del paraíso, y trató de preguntar si era una apari-
ción; pero ella, llevándose un dedo a los labios, le
obligó a guardar silencio. El bandido, entonces,
sintió todo el dolor atroz de sus heridas y creyó
llegada su última hora; pero la muerte le parecía
aún dulce al lado de aquella deidad. Varios días pasó
el herido entre la vida y la muerte, continuada-
mente atendido por la bella asturiana, que le había
llegado hasta el fondo de su alma, y con un senti-
miento para él desconocido, creyó amarla más que
a su vida, y díjose que era preferible morir a sepa-
rarse de ella. También la doncella se había ena-
morado del gallardo y valeroso pirata, que había
hecho presa de su corazón, y los dos se comuni-
caban su amor en sus encendidas miradas. Llegó la
ocasión en que mutuamente se descubrieron sus
sentimientos, y ya desbordada la pasión contenida,
se sumergieron en un mar de dichas y embriaga-
dores ensueños. Decidieron huir a donde nadie se
opusiera a su dicha, y una noche se dieron cita a la
orilla del mar. Esperó la muchacha a que su padre
durmiera, y con refinada cautela salió de la casa,
deslizándose como una sombra por la puerta en-
treabierta. Llegó al embarcadero, que estaba a unos
metros de su palacio, y allí ya la esperaba el altivo
pirata junto a la nave que iba a conducirlos a lejanos
mares. Las olas lamían las rocas de la orilla,
mientras un rayo de luna, rompiendo la bruma, caía
sobre las dormidas aguas y dejaba sobre ellas su
rostro de plata bruñida. El pirata transido de amor,
recibió en sus brazos a la doncella, y al notar su
palpitar amoroso, sintió el fuego en sus venas, y sus
almas se unieron en un apasionado beso. En aquel
momento, el padre, que había sido avisado de la
fuga de su hija, sorprendió a los enamorados en el
supremo instante y, ciego de ira, levantó en su
fuerte brazo la afilada espada y segó de un solo tajo
las cabezas de los dos amantes, que rodaron al mar,
mientras sus cuerpos quedaron para siempre fuer-
temente abrazados.
Todavía se conserva vivo el recuerdo de este
hecho. El barrio de pescadores situado en torno de
la dársena luarquesa sigue llamándose el «barrio de
Cambaral» en memoria del famoso pirata. Y sobre
el mismo sitio en que cayeron los cuerpos de los
dos enamorados se construyó más tarde un puente,
del que todos los habitantes conocen la historia, y
que conserva el nombre del Puente del Beso.

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