En los años 700 y principio del 1300, fueron construidos gran parte de
los edificios de Chichen Itza en México.
Entre ellos se encuentra la pirámide levantada en honor a
Quetzalcóatl, dios de la vida y la sabiduría, representado por una serpiente
emplumada llamada Kuklkán.
Por aquellos tiempos, Quetzalcóatl llegó desde el oeste a la península
de Yucatán, para civilizar a los mayas. Allí permaneció durante diez años y con
sus enseñanzas elevaron su cultura y mejoraron su nivel de vida.
Los indígenas llegaron a respetarlo y a quererlo y fue considerado el
gran maestro, dios creador, protector y padre de la humanidad.
Mientras duró su estada fueron épocas felices, hasta que un día
Quetzalcóatl debió partir hacia otras tierras.
Los mayas entonces decidieron levantar un monumento en su honor y
construyeron una pirámide.
En su extremo, sobre la terraza se encontraba el templo, y para llegar
a él, se eleva sobre sus cuatro lados una escalinata de noventa y un escalones
que sumados hacen trescientos sesenta y cuatro, los días de un año.
Como celosa guardiana del templo, al pie de una de esas escalinatas,
se encuentra la enorme cabeza de una serpiente.
Allí, todos los años, al inicio de cada ciclo agrícola, se hicieron
rituales pidiendo buenas cosechas.
Pasó el tiempo y curiosamente, dos veces al año, se repite un extraño
fenómeno en esta pirámide.
Durante los equinoccios del veintiuno de septiembre y del veintidós de
marzo, alrededor de las 15 horas, precisamente sobre la escalinata que tiene la
cabeza de serpiente, la luz del sol se va proyectando en los escalones,
dibujando una serpiente emplumada de unos treinta y cuatro metros de largo.
Esta imagen luminosa, que comienza en su parte más alta, va
descendiendo lentamente hasta unirse a la cabeza, completando la imagen de la
serpiente emplumada.
Los lugareños dicen que es el descenso simbólico de Quetzalcóatl y que
su espíritu estuvo siempre allí, para proteger a los mayas.
Leyenda de México
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