1. Los jefes de los Tuatha De Danann convertidos en
hombres y reyes en el siglo XI. 2. Milé y Bilé, ancestros de la raza céltica.
3. La doctrina según la cual los irlandeses llegan de España y que les atribuye
Escitia y Egipto como país de origen. 4. Ith y la torre de Bregón. 5. España y
la isla de Bretaña confundidas con el país de los muertos. 6. Expedición de Ith
a Irlanda. 1. Las mitologías irlandesa y griega. Ith y Prometeo.
1.
Los
jefes de los Tuatha De Danann convertidos en hombres y reyes en el siglo XI.
Si creemos al poema cronológico compuesto hacia
mediados del siglo XI por Gula Coemain, que murió en 1072, después de la
segunda batalla de Mag Tured los Tuatha De Danann fueron amos de Irlanda
durante ciento sesenta y nueve años —que, según los cálculos de los Cuatro
Maestros, eruditos irlandeses del siglo XVII, comenzaron el año 1869 y
terminaron el 1700 a.J.C—. Su primer rey fue Lug, y reinó durante cuarenta
años; a continuación ocupó el trono Dagdé durante ochenta años; luego Delbaeth
durante diez años, y Fiachach Findgil, hijo de Delbaeth, otros diez años más.
Una vez que los tres nietos de Dagdé: Mac Cuill, Mac Cecht y Mac Grené, se
hubieron repartido Irlanda, reinaron simultáneamente por espacio de veintinueve
años. Entonces llegaron los hijos de Milé, que los mataron y conquistaron
Irlanda.
Es probable que el autor de esta cronología sea
Gilla Coemain. En todo caso, parece haber sido inventada en su época, y es la
que encontramos en el "Libro de las conquistas". Constituye una
lógica consecuencia de la tesis profesada algunos años antes por el monje
Flainn Manistrech, personaje que murió en 1056. Era abad, y escribió en versos
irlandeses un poema didáctico donde los Tuatha De Danann, hasta entonces
inmortales, perecen como vulgares humanos.
Por ejemplo, nos cuenta quién mató a Lug, y también
nos dice que Dagdé murió de las heridas que en la batalla de Mag Tured le
infiriera con un venablo una mujer llamada Cetnenn. Esta Cetnenn no existía
antes de que Flann Manistrech compusiera su poema: hasta entonces sólo se había
hablado de Lug, hijo de Ethniu, en irlandés antiguo Lug mace Ethnenn. En
irlandés antiguo mac, hijo, se escribe con dos c: macc. Ethnenn es
el genitivo de Ethniu, nombre de mujer; y como en irlandés antiguo el
compuesto sintáctico macc Ethnenn se escribía sin separar las dos
palabras, el nombre propio Cetnen resulta de una incorrecta división de ese
compuesto. En lugar de macc Ethnenn, se ha leído mac-Cethnenn. De
ahí el origen de esa Cetnen que, si creemos a Flann Manistrech, habría herido
mortalmente a Dagdé.
Flann Manistrech ha relatado asimismo la muerte de
Delbaeth y la de su hijo: todos esos personajes divinos fueron convertidos por
él en hombres comunes. Aparentemente, el primero de los autores que invistieron
de realeza a esos personajes y asignaron a sus reinados unas fechas
determinadas fue Gilla Coemain, que murió dieciséis años después que Flann
Manistrech. De esa manera, Gilla Coemain ha fundamentado el nuevo sistema
cronológico con el que concluyó la progresiva evolución que transformara a la
mitología irlandesa en un relato histórico acorde con los métodos monásticos de
la edad media. Sin embargo, hacia fines del siglo XI, los eruditos que moraban
en los monasterios irlandeses no admitieron universalmente esas doctrinas de
nuevo cuño, y una ciencia más sana hizo oír una protesta cuyo eco ha llegado
hasta nosotros.
Para el cronologista Tigernach, muerto en 1088,
dieciséis años después de Gilla Coemain, las fechas acumuladas por ese fundador
de la cronología prehistórica de Irlanda carecían de valor, y no existían
fechas corroborables antes del año 305 a.J.C, cuando Cimbaed, hijo de Fintan,
se convirtió en rey de Emain. Muy lejos nos encontramos del año 1700 antes de
nuestra era, fecha en que habría terminado la dominación de los Tuatha De
Danann. Las fechas en que abundan los monumentos de la mitología irlandesa no
han sido extraídas de la tradición. Incluso es probable que Gilla Coemain haya
sido el primero en imaginar una lista de reyes de la raza de los Tuatha De
Danann. Por lo que hace a ese punto, su doctrina es totalmente ajena a las
ideas que los irlandeses paganos alimentaban respecto de sus dioses, a quienes
consideraban inmortales. La literatura épica irlandesa nos presenta a Lug y
Dagdé —que, según los cálculos que los Cuatro Maestros fundaran sobre las
cifras de Gilla Coemain, habrían muerto respectivamente el 1830 y 1750 antes de
nuestra era— como seres sobrenaturales que vivían aún en la época del héroe
Cuchulainn y el rey Conchobar, personajes que, de acuerdo con los cálculos de
Tigernach (que no parecen mal fundados) serían contemporáneos de Jesucristo.
2.
Milé
y Bilé ancestros de la raza céltica.
Se dice que los Tuatha De Danann fueron amos de
Irlanda hasta la llegada de los hijos de Milé. Milé, genitivo Miled, ancestro
mítico de los irlandeses, llamados además goidels o scots, también era conocido
por los celtas continentales. En esa región de Hungría que, bajo el imperio
romano, formara parte de la Panonia inferior, antigua dependencia del imperio
galo, se han encontrado numerosas inscripciones grabadas sobre los monumentos
funerarios que cubren las tumbas de hombres de origen galo. Una de esas
inscripciones ha sido grabada para perpetuar la memoria de Quartio, hijo de
Mile-tumarus, por orden de Derva, su viuda. Derva lleva un nombre galo que
significa "roble"; Miletu-marus está compuesto por dos
términos: el segundo, marus, en galo maros, significa
"grande"; en cuanto al primero, miletu, aparece con la forma
que, cuando constituía el primer término de un compuesto, tomaba el tema
consonántico galo milet, cuyo nominativo debía ser miles para milets,
en irlandés Milé;[1] y el genitivo miletos,
en irlandés Miled. Miletomarus significa "grande como
Milé". Así pues, el personaje mítico al que en Irlanda se considera como
el ancestro de la raza céltica, era tan conocido a orillas del Danubio como en
las costas del Océano, en la más occidental de las Islas Británicas.
Milé era hijo de Bilé. Bilé, como Balar, es uno de
los nombres del dios de la muerte. La raíz BEL, "morir", a menudo
cambia su e radical por una a cuando también la desinencia
contiene una a: atbalat por ate-belant, "ellos mueren";
Balar por Belar ejemplifica un fenómeno idéntico. Cuando, por el
contrario, la desinencia contiene una i, la e radical de la raíz BEL se
convierte en i: epil, "él muere", por ate-beli. Un
fenómeno similar se produce en Bile por Belios.
Así pues, Milé, hijo de Bilé, tiene por padre al dios
de la muerte, el dios céltico al que César denominara Dis pater. Todos
los galos —dice éste— pretenden ser descendientes de Dis pater, dios de
la muerte, ab Dite patre.[2] Dis parece ser una
contracción por dives, Dite por divite.[3] Ese nombre divino
era simultáneamente céltico y romano: dith, en irlandés antiguo, es uno
de los nombres de la muerte. También se lo encuentra escrito diith, con
dos i;[4] parece haber
perdido una v primitiva entre esas dos vocales, como el latín dite por
divite; diith se escribe por divit, y el nombre galo Divitiacus,
que fue en tiempos de César el de un druida eduino[5]
muy conocido, y, antes de entonces, el de un rey de los suessiones,[6]
parece ser un derivado de esta palabra.
3.
La doctrina según la cual los irlandeses llegan de España
y que les atribuye Escitia y Egipto como país de origen.
Desde la época en que se confeccionó nuestra primera
lista de literatura épica, el evemerismo consideró a los hijos de Milé como
provenientes de España y no del país de los muertos; y las creencias
cristianas, asociadas a preocupaciones etimológicas, fomentaron la idea de
prolongadas peregrinaciones anteriores que los antepasados de los irlandeses,
según se dice, habrían interrumpido con estadías más o menos prolongadas en
lugares como Egipto y, especialmente, Escitia. Parecía evidente que scots y
escitas eran la misma cosa.
En el siglo X o incluso en el XI, Nennius conoció
esta leyenda erudita y relativamente moderna, y declara haberla recibido de los
sabios irlandeses. Veamos cómo se expresa. Cuando los hijos de Israel
atravesaron el mar Rojo, fueron perseguidos por los egipcios, que, como se lee
en la Biblia, resultaron ahogados. Ahora bien, por entonces moraba entre los
egipcios un hombre noble de Escitia que tenia una familia numerosa. Los escitas
le habían destronado y, aunque se encontraba en Egipto cuando los egipcios
fueron ahogados, no participó en la persecución del pueblo de Dios. Así pues,
después de deliberar, los sobrevivientes egipcios decidieron expulsarlo de su
tierra porque temían que, aprovechando que los jefes de familia habían perecido
en el mar Rojo, quisiera convertirse en amo del país. Obligado a abandonar
Egipto, viajó por África durante cuarenta y dos años; llegó con su familia
hasta los altares de los filisteos, atravesó un lago salado, pasó por entre
Rusicada y las montañas de Siria, cruzó el río Malva, recorrió Mauritania,
llegó hasta las columnas de Hércules y finalmente penetró en España, donde su
raza habitó durante muchos años y se multiplicó considerablemente.
Este sumario relato es un resumen del que aparece en
la lista más antigua de composiciones épicas irlandesas con el nombre de
"Emigración o viaje hasta España de Milé, hijo de Bilé". Versiones
más modernas de esta leyenda han llegado hasta nosotros por medio del
"Chronicum Scotorum", anales de Irlanda compuestos en el siglo XII;
así como por la introducción del "Libro de las conquistas",
transcrito durante el siglo XII en el Libro de Leinster, y, finalmente, por una
glosa del "Senchus Mor".
Los eruditos irlandeses de la edad media pretendían
descender de los egipcios por línea materna. Con los tres nombres de la raza
irlandesa, fené, scot y goidel, se fabricaron tres ancestros: Io
Fenius, rey de Escitia; 2o Scota, hija de Faraón, rey de Egipto, y
nieta de Fenius; 3o Goidel, hijo de Scota. Es probable que Scota, la
hija del Faraón, haya sido inventada hacia fines del siglo XIII; y que Clement,
el gramático irlandés de la corte de Carlomagno, haya hablado de esta egipcia,
madre imaginaria del pueblo irlandés. Cuando el anglosajón Alcuin, condenado al
retiro a causa de su edad, se queja ante Carlomagno de la creciente influencia
adquirida por los irlandeses en la escuela de palacio, los trata de egipcios. Cuando
me fui —dice— os dejé rodeado de latinos; ignoro quién los ha
reemplazado por egipcios.
4.
Ith
y la torre de Bregón.
Ya hemos hablado bastante acerca de esas leyendas
relativamente modernas cuyo origen no tiene nada de popular, sino que proviene
de una falsa erudición. Nos referiremos ahora al antiguo relato donde se cuenta
cómo la raza céltica salió del país de los muertos para venir a establecerse en
la tierra que sigue ocupando hasta hoy.
La versión más antigua que poseemos de esta leyenda
data del siglo XI, y nos ha sido conservada por el "Libro de las conquistas".
Allí vemos que un tal Bregón, padre, o más bien abuelo de Milé, construyó una
torre en España (o sea, en el país de los muertos). Esa torre fue llamada la
torre de Bregón, y constituye una segunda edición de la torre de Conann que
cantara Eochaid ua Flainn en el siglo X y en cuyo asedio los descendientes del
mítico Nemed, que habían ido a combatir al dios de los muertos, empezaron por
salir vencedores para acabar por perecer en número de sesenta mil. Es similar
a. la torre que Cronos, dios de los muertos, ocupa en la isla de los
Bienaventurados, la cual fuera cantada por Píndaro en el siglo V a.J.C. Bregón
tuvo un hijo que se llamó Ith, quien, contemplando el horizonte desde lo alto
de la fortaleza paterna durante una hermosa noche de invierno, avistó en la
lejanía las costas de Irlanda. A partir del siglo XI los eruditos irlandeses
convirtieron a Bregón en una ciudad de España, la antigua Brigantia, hoy
Braganza. Está claro que, para ver Irlanda desde allí, es necesario tener muy
buena vista; pero, como ya hemos dicho, esto sucedió en una bella noche de
invierno, y, como observa un autor irlandés, en las noches de invierno,
cuando el aire es límpido, es cuando la vista del hombre alcanza hasta más
lejos.
5.
España y la isla de Bretaña confundidas con el país
de los muertos.
Pero, evidentemente, no se trataba de España: esta
palabra ha sido introducida por el evemerismo de los cristianos irlandeses. La
doctrina relativamente moderna a la que se debe la presencia del nombre de
España en los textos que nos sirven de base en el presente estudio es
equiparable a la que, en una fecha mucho más remota, introdujo el nombre de
Bretaña en la leyenda del país de los muertos tal como se la relataba en la
Galia en la primera época del imperio romano. Si damos crédito a un relato
tomado de un autor desconocido por Plutarco, que murió hacia el año 120 de
nuestra era, y por Procopio, que escribió en el siglo VI, el país de los
muertos es la parte occidental de Gran Bretaña, a la que un muro infranqueable
separa de las regiones orientales de dicha isla. Esta leyenda cuenta que sobre
las costas septentrionales de la Galia existe una población de marinos cuyo
trabajo consiste en conducir a los muertos desde el continente hasta la parte
de Bretaña que constituye su última morada. El murmullo de una voz misteriosa
despierta a esos marinos en medio de la noche; entonces, éstos se levantan, se
dirigen hacia la orilla y allí encuentran unos navíos que no les pertenecen,
repletos de hombres invisibles cuyo peso hunde las naves exactamente hasta el
punto en que es posible hacerlo sin mandarlas a pique. Después de subir a
bordo, los marinos llegan a las costas de Bretaña, según una versión, en un
golpe de remo; y, según otra, en el término de una hora (si bien, cuando
realizan ese viaje en sus propios barcos, incluso ayudándose con las velas,
dicho trayecto les demanda por lo menos un día y una noche). En cuanto llegan a
la orilla, sus invisibles pasajeros desembarcan; y entonces se ve cómo los
navíos descargados se levantan por encima de las olas y se oye la voz de un
personaje invisible que proclama los nombres de los recién llegados que han
venido a aumentar el número de habitantes del país de los muertos.
Un golpe de remo, o a lo sumo una hora de
navegación, son suficientes para ejecutar el viaje nocturno que transporta a
los muertos desde el continente galo hasta su última morada. En efecto, durante
la noche, una ley misteriosa reduce las largas distancias que separan durante
el día a los dominios de la vida y la muerte. Es la misma ley que, en una noche
clara, le permitió a Ith avistar las costas de Irlanda, morada de los vivos,
desde lo alto de la torre de Bregón, sita en el país de los muertos. Ese
fenómeno se produjo en invierno porque el invierno es una especie de noche; el
invierno, como la noche, elimina las barreras que se interponen entre las
regiones de la muerte y las de la vida; como la noche, el invierno crea la
apariencia de la muerte; suprime, por decirlo de alguna manera, el temible
abismo que las leyes de la naturaleza han levantado entre la vida y la muerte.
Así se explica que, durante una bella noche de invierno y desde lo alto de la
torre de Bregón, en la isla de los muertos, Ith viera perfilarse ante él, en el
horizonte, las costas de Irlanda.
6.
Expedición
de Ith a Irlanda.
Ith se embarcó junto con tres veces treinta
guerreros y se hizo a la vela hacia el país desconocido cuya existencia le
había sido revelada por su penetrante vista. Llegó hasta ella con toda
felicidad y desembarcó sobre el promontorio de Coreo Duibné, en el extremo
sudoeste de Irlanda. Se dice que por entonces reinaban en la isla tres reyes
que eran nietos del gran dios Dagdé: se llamaban Mac Cuill, Mac Cecht y Mac
Grené, y se habían repartido Irlanda. La mujer de Mac Cuill se llamaba Banba;
la de Mac Cecht, Fotla; y la de Mag Grené, Eriu. Banba, Fotla y Eriu son tres
nombres de Irlanda, los dos primeros de los cuales han caído en desuso,
mientras que el tercero aún perdura. Por lo tanto, esas tres reinas son otras
tantas personificaciones de un ser único al que el gusto de los celtas por las
tríadas ha triplicado. Los tres divinos esposos de Irlanda han surgido de la
unidad por un procedimiento análogo, y el origen de esta triple unidad divina
se nos revela a través del tercero de los nombres de la misma: Mac Grené, "hijo
del sol". Cuando Ith desembarco en Irlanda, ésta había sido desposada por
un hijo del sol, el cual reinaba sobre ella: esta es sólo una nueva forma de
expresar la tantas veces reiterada idea de que, por entonces, Irlanda pertenecía
a los Tuatha De Danann, dioses del día, la vida y la ciencia. El nombre propio
Mac Grené, "hijo del sol", es comparable al sobrenombre de Grian-Ainech,
"el de la faz solar", atribuido a Ogmé u Ogmios, campeón divino y
otro de los Tuatha De Danann, es decir, de los dioses solares.
Pero Ith no encontró a nadie en la ribera. Se
internó en la isla y caminó durante largo tiempo en dirección norte sin
encontrar un alma. Neit, dios de la guerra, acababa de morir en una batalla
contra los Fomoré, y los tres reyes de los Tuatha De Danann, Mac Cuill, Mac
Cecht y Mac Grené, se habían reunido en la fortaleza de Ailech, antaño fundada
y habitada por el difunto, para repartirse la herencia del mismo; sus guerreros
les habían acompañado. Todavía hoy se muestra el emplazamiento de la fortaleza
de Ailech: está situado en el norte de Irlanda, en el condado de Donegal, en la
baronía de West-Inishowen, cerca de Londonderry. Ith, en su viaje de sur a
norte a través de Irlanda, acabó por llegar a Ailech.
Fue bien acogido por los tres reyes, quienes le
pidieron que juzgara acerca de las dificultades a que daba lugar el reparto de
la sucesión de Neit. La sentencia arbitral de Ith acabó con todas las
discusiones: Actuad —dijo al terminar— según las leyes de la
justicia; porque el país que habitáis es bueno, abundante en frutos, miel,
queso, peces; es templado, sin excesos de frío ni calor. A raíz de estas
últimas palabras, los tres reyes concluyeron que Ith quería apoderarse de
Irlanda, por lo que le invitaron a salir de ella y resolvieron matarlo.
Ejecutaron su proyecto a cierta distancia de allí, en un lugar que, según la
leyenda irlandesa, recibió el nombre de "llanura de Ith", Mag
Itha, en recuerdo de ese episodio. Pero los compañeros de Ith no
sucumbieron con él, sino que recogieron el cuerpo de su desdichado jefe,
embarcaron y regresaron al país de donde habían venido. Los hijos de Milé
consideraron el asesinato de Ith como una declaración de guerra: invadieron
Irlanda y derrotaron a los Tuatha De Danann, es decir, a los dioses.
7.
Las
mitologías irlandesa y griega. Ith y Prometeo.
La guerra de los primeros hombres contra los dioses
y su victoria sobre éstos —uno de los datos fundamentales de la mitología
céltica— puede parecer extraña; sin embargo, esta leyenda está de acuerdo con
una doctrina mitológica de los griegos.
La lucha sostenida entre Zeus y los Titanes
constituye la forma griega de la batalla irlandesa de Mag Tured, donde los
Tuatha De Danann y los Fomoré se disputan la victoria: los Fomoré son los
Titanes irlandeses, y, en los Tuatha De Danann, podemos reconocer a Zeus y sus
auxiliares. En esta batalla alcanzan la victoria Zeus y los Tuatha De Danann,
mientras que los Titanes y los Fomoré resultan vencidos.
Pero, ¿de quién descienden los hombres en uno de los
sistemas mitológicos griegos? De los Titanes. El primer ancestro de la raza
helénica es Jápeto, salido de la unión de la Tierra con su hijo el Cielo, que
naciera de la Tierra desde el origen del mundo.[7]
Jápeto fue padre de Promoteo,[8]
y éste, a su vez, padre[9]
o abuelo de Helén, ancestro mítico de la raza griega.[10]
Ahora bien, según Hesíodo, Jápeto, ese primer padre de los más antiguos
antepasados a los que los griegos remontan su origen, es un Titán: los hijos
que el Cielo tuvo de la Tierra son Titanes;[11]
Jápeto es uno de esos hijos, y por tanto es un Titán, uno de esos enemigos de
los dioses solares, uno de esos adversarios del victorioso Zeus a quienes éste
precipitara un día en el Tártaro junto con su rey Cronos. La "Ilíada"
nos dice que Jápeto mora en el Tártaro junto con Cronos: Jamás —exclama
Zeus dirigiéndose a su vindicativa esposa Hera—, jaméis aplacaré tu cólera,
incluso si fueras hasta los extremos más remotos ¿le la tierra y el mar, allí
donde están sentados Cronos y Jápeto, privados de la luz del sol que recorre
las altas regiones del mundo; a su alrededor está el profundo Tártaro.[12] Más adelante el
poeta vuelve sobre esta idea y agrega que los dioses subterráneos que rodean a
Cronos se llaman Titanes.[13]
Según la mitología de la "Ilíada", que
probablemente se remonta al siglo VIII a.J.C, la morada de Jápeto es el
Tártaro. Pero una doctrina posterior atribuye a Cronos y a sus compañeros —y,
en consecuencia, a Jápeto— el dominio de las islas o la isla de los
Bienaventurados, situadas en el extremo oeste, más allá del Océano. Tal es la
creencia admitida en "Los trabajos y los días" de Hesíodo,[14]
cantada a su vez por Píndaro en el siglo V a.J.C.[15]
Esta isla es la nueva patria donde moran los héroes difuntos —y, en
consecuencia, Jápeto, el primitivo ancestro de la raza griega—. Esta isla es
idéntica al país de los muertos desde donde vinieron los hijos de Milé para
conquistar Irlanda.
La similitud entre las fábulas griega y céltica no
se detiene aquí: en la mitología griega, el Titán Iápeto tiene un hijo llamado
Prometeo. Prometeo es el adversario de Zeus, quien lucha contra el hijo de un
Titán como antes lo hiciera contra los Titanes mismos: la segunda lucha es una
continuación de la primera. Igualmente, cuando en Irlanda los Tuatha De Danann
se enfrentan con los hijos de Milé, en cierto modo no hacen sino continuar la
guerra que sostuvieran contra los Fomoré, ya que los hijos de Milé tienen por
antepasado a Bilé, personificación de la muerte —o, en otros términos, un
Fomoré.
Ciertos detalles de la leyenda de Prometeo presentan
una singular similitud con la de Ith, especialmente el siguiente: al principio,
Prometeo es amigo de Zeus.[16]
La ruptura de ambos proviene de la intervención de Prometeo en un reparto.[17]
También Ith, inicialmente bien acogido por los Tuatha De Danann, se convierte
en sospechoso para éstos a raíz del reparto que se le ha encargado. Tanto en la
leyenda griega como en la irlandesa, la amistad se transforma en odio a causa
de un reparto, y el arbitro del mismo acaba siendo la trágica víctima de ese
odio.
La cólera de Zeus se desató cuando Prometeo prestó
una inesperada ayuda a los hombres, a quienes aquél privaba del fuego. Prometeo
le arrebató a Zeus el fuego indomable cuyo esplendor brilla a lo lejos[18] y se lo dio a los
hombres; así pues, éstos le deben la luz y el día, las ciencias y las artes.[19]
Es la maravillosa mirada de Ith, que descubrió Irlanda desde lo alto de la
torre de Bregón; que fue el primero en penetrar en esta isla, y quien enseñó la
ruta hacia la misma a los hijos de Milé hoy establecidos en ella: la población
irlandesa le debe casi tanto como debían los griegos a Prometeo.
Pese a los inapreciables servicios que Prometeo prestara a los hombres,
la iniquidad de Zeus le infligió un espantoso suplicio: encadenado a una de las
columnas que sostienen la bóveda del cielo por el extremo Occidente, un águila
de plumaje sombrío le desgarra las entrañas y le roe el hígado
que se regenera constantemente.[20]
También el inocente Ith fue asesinado por los Tuatha De Danann.
Sin embargo, el suplicio de Prometeo no será eterno,
ya que Heracles penetrará un día en el Hades, tenebrosa morada de la muerte y
la noche, para librar a ese bienhechor de la humanidad al que la implacable
cólera de Zeus[21] impusiera una pena tan
inmerecida. Ith, igualmente, será vengado: su muerte fue un crimen
injustificado, y los Tuatha De Danann, culpables del mismo, perderán el dominio
de Irlanda a manos de los hijos de Milé.
[1]
A veces se encuentra como
nominativo la forma Milid, que en realidad es el acusativo. El
nominativo sólo puede ser Mile o Mili.
[2]
"De bello gallico", l. VI,
c. 18, par. 1.
[3]
Cicerón, "De natura
deorum", l. II,
c. XXVI, par. 66; cf. Corssen, "Ueber Aussprache", "Vokalismus
und Betonung der lateinischen Sprache", 2a edición, l.1, p.
316.
[4] Saint-Paul
de Wurzbourg, f° 8 D; "Grammatica celtica", 2a edición, p.
21; Zimmer, "Glossæ hibernicæ", p. 50; cf. Windisch, "Irische
Texte", p. 484. Comparar el bretón divez, "fin",
en galés diwedd, y el irlandés dead, que tiene el mismo sentido.
[5]
Cicerón, "De
divinatione", l. I, c. 41, par. 90; César, "De bello gallico",
l.1, c. 16, 18,19, 20, 31, 32, 41; l. II, c. 10,13; l. VI, c. 12.
[6]
"De bello gallico", l. II,
c. 4, par. 7.
[7]
Hesíodo, "Teogonia",
versos 126, 127, 134.
[8]
Id., ibid., versos 507-510, 528,
543, 565, 614. "Los trabajos y los días", versos 50, 54. Apolodoro,
l. I, c. 2, secs. 2, 3; Didot-Müller, "Fragmenta historicorum
graecorum", I, p. 105.
[9]
Hesíodo, "Catálogos",
frag. XXI, ed. Didot, p. 49.
[10] Apolodoro, l. I, c. 7, sec. 2;
Didot-Müller, "Fragmenta historicorum graecorum", t. I, p. 110-111.
Tucídides, l. I, c. 3. Herodoto,
l. I, c. 56, par. 4.
[11]
"Teogonia", versos
207-210.
[12]
"Ilíada", l. VIII,
versos 478-481.
[13]
"Ilíada", l. XIV, versos
273, 274, 278, 279.
[14]
Hesíodo, "Los trabajos y los
días", versos 165 y siguientes.
[15]
Píndaro, "Olímpicas",
II, versos 70 y siguientes, l.1, p. 17.
[16]
Esquilo, "Prometeo
encadenado", versos 199 y siguientes.
[17]
Hesíodo, "Teogonia",
versos 535-560.
[18]
Id., Ibid., versos 561-569.
"Los trabajos y los días", versos 47-58.
[19]
Esquilo, "Prometeo
encadenado", versos 447 y siguientes.
[20]
Hesíodo, "Teogonia",
versos 520-525. "Prometeo encadenado", versos 1021-1025.
[21]
Esquilo, "Prometeo encadenado", versos 871-873,
1026-1029. Cf.
"Ilíada", l. VIII, versos 360-369.
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