Dicen que ésta era una mujer muy pero muy porfiada.
Una vez, enterada de que se hacía un baile de Carnaval en Cafayate, le
pidió a su marido que la llevara.
—No podemos ir —le contestó su marido—, el río está muy crecido y no
podemos cruzar; es peligroso.
—Pero yo quiero ir y voy a ir al baile —retrucó la mujer.
—Te digo que es muy peligroso.
—No, yo quiero ir.
—Bueno, entonces te voy a ensillar el caballo manso.
—No —insistió la mujer—, quiero el potro.
—Está bien, pero el bombo lo llevo yo para que puedas dirigirlo mejor.
—No, el bombo lo llevo yo.
—¡Está bien! —exclamó el hombre ya bastante fastidiado— pero me vas a
hacer caso cuando crucemos el río, yo te voy a decir por dónde tenes que ir.
El marido hizo todo lo que su mujer quería y salieron al otro día bien
temprano.
Cuando llegaron al río, le indicó por dónde tenía que pasar para que
no la arrastrara la corriente.
Pero la mujer cruzó por donde ella quiso y como se lo había advertido
su esposo, la corriente la llevó aguas abajo.
El hombre maldiciendo el carácter porfiado de su mujer trató de
sacarla. El río pudo más; entonces comenzó a caminar por la orilla para ver si
la encontraba.
Al otro día un vecino lo vio y le preguntó:
—Amigo, ¿qué anda haciendo?
—Estoy buscando a mi mujer, ayer se la llevó la corriente.
—Pero cómo la busca río arriba, tiene que ir río abajo.
—Mi amigo, conozco a mi mujer, es tan porfiada que seguro debe haber
tomado para el lado contrario.
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