miércoles, 13 de diciembre de 2017

Mary-Cuchilla

Hace muchísimos años vivía en Oviedo una joven
llamada María, la cual unía a su prodigiosa her-
mosura un corazón frío como la nieve. Había recha-
zado con altivo desdén a los mejores caballeros del
país, y no se había conmovido lo más mínimo por
las desgracias que a algunos había acarreado su
hermosura: hubo caballero que enloqueció, y galán
desesperado que se quitó la vida.
En cierta ocasión fue a vivir cerca de Oviedo, en
una casuca perdida en el monte, un caballero mozo,
que pronto ganó, por su conducta, fama de santidad.
Alternaba su vida retirada de ermitaño con fre-
cuentes excursiones, en las que llevaba socorros a
las familias más pobres de la comarca. Desde el día
que la desdeñosa María tuvo ocasión de tropezarse
con él, se fundió el hielo de su corazón para dejar
paso a la más encendida pasión. De nada le sirvieron
sus seducciones ni sus extraordinarios encantos; el
joven anacoreta se mantuvo inquebrantable. En-
tonces María conoció por primera vez la desespe-
ración y el dolor.

Sus hechizos no le habían servido para nada;
pero, no queriéndose dar por vencida, acudió a otra
clase de recursos. Y un día visitó a una vieja hechi-
cera y le pidió ayuda. La bruja se ofreció a prestár-
sela si a cambio entregaba su alma al diablo. Cuenta
la tradición que la desventurada María se entrevistó
con el propio Satanás y que recibió de él una cu-
chilla con la orden de que cortase la cabeza a su
hermano menor, en una gruta cercana a donde
moraba el joven caballero; sólo así sería eficaz el
maleficio diabólico y el hombre amado caería im-
plorante a sus pies.
María hizo todo como se había pactado. Cuando
a la mañana siguiente cantó el primer gallo, cogió
cuidadosamente a su hermanito, que dormía pláci-
damente en la cuna, y se lo llevó a la gruta. Se
cuenta que los gritos de una bandada de búhos la
guiaron en la oscuridad, y que al llegar a la entrada
de la cueva, las aves se posaron en los árboles
vecinos, sin cesar de graznar de un modo siniestro.
María entró en la gruta, colocó al niño todavía
dormido, en una peña, y sin un momento de vacila-
ción, le separó la cabeza del tronco con un solo
golpe de cuchilla. La sangre salpicó la piedra, y las
aves, levantando el vuelo, se alejaron, sin cesar en
su estridente griterío. Entonces el terror se apoderó
de María, y quiso huir; pero tropezó con la cabeza
del niño, que había caído al suelo, y se desplomó
sin sentido.
Cuando volvió en sí era ya de día. Ante ella
estaba el joven ermitaño, que la contemplaba, no
como un enamorado rendido, sino con acusadora
severidad. María le miró por primera vez con los
ojos que no eran de pecadora; estaba profundamente
arrepentida. Cayó de rodillas, y el ermitaño, imi-
tándola, rezó fervorosamente durante un rato.
Después se levantó y le notificó en qué consistiría
su penitencia. Para merecer el perdón divino, pa-
saría el resto de su vida en el lugar del crimen; era
preciso borrar aquella sangre. Y mientras decía
estas palabras, tocó en la roca con su báaculo, y de
ella brotó un manantial. Después añadió:
—Pero por mucho que este arroyo limpie las
manchas de sangre, no podrá hacerlas desaparecer
si no mezclas tu llanto a sus aguas.
Nadie volvió a ver desde entonces al virtuoso
anacoreta. María vivió en los lugares que él había
habitado y llevó por el resto de sus días una vida de
penitencia. Las pocas personas que se acercaban
por aquellos contornos contaban que en más de una
ocasión la habían visto raspar furiosamente la roca
con su cuchilla. Todavía existe la creencia de que
de cuando en cuando vuelve a la cueva para raspar
de nuevo las manchas de sangre, que todavía no
han desaparecido.
Cerca de Oviedo se puede ver la gruta, con su
techumbre abovedada, desde donde se desprende el
manantial, y la roca de las manchas rojizas. Este
lugar se conoce con el nombre de Mary-Cuchilla.

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