Una vez, el zorro se encontró envuelto en una de las tantas trifulcas
causadas por sus picardías.
Así fue que apareció por el pueblo, vaya a saber de dónde, perseguido
por unos perros que le ladraban furiosos.
Todo el vecindario lo vio, como desesperado trataba de esquivar a sus
perseguidores.
El compadre tigre también lo vio, que, sentado a la sombra de un
árbol, cantaba una chamarrita acompañado de su guitarra.
Al oír el bochinche que hacían el zorro y los perros, dejó de cantar,
apoyó la guitarra en el suelo y se puso a mirar tranquilamente cómo se las
arreglaba su compadre para salir de ésta.
El zorro, fuera de sí, corría de un lado para otro, ya ni cuenta se
daba por dónde pasaba; quería sacarse los perros de encima y corriendo delante
de ellos gritaba:
—¡Dejen paso! ¡Dejen paso!
De pronto enderezó directamente hacia donde estaba sentado el tigre.
Todo sucedió tan rápido que no tuvo tiempo de salir del camino ni de
sacar la guitarra.
El zorro corría como una flecha y como una flecha pasó sobre la
guitarra, haciendo sonar las cuerdas con sus patas de tal manera, que
cualquiera pudo pensar que el baile iba a comenzar.
El zorro sorprendido se paró en seco y miró al tigre, pero como los
perros se acercaban cada vez más, se dio a la fuga velozmente mientras gritaba:
—¡Como para baile ando, compadre!
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