Ingale era un muchacho que todo se lo creía.
Un día su madre lo mandó a cortar leña; Ingale tomó el hacha y salió
hacia el bosque con su burro.
Cuando llegó se subió a la rama de un árbol y comenzó a cortarla con
el hacha.
Estaba en eso cuando pasó un hombre y al verlo le dijo:
—Qué estás haciendo muchacho; cortando la misma rama en la que estás
sentado; te vas a caer.
—Yo estoy bien donde estoy —le contestó Ingale—, usted no se meta.
El hombre se fue y el muchacho siguió, hasta que la rama se desprendió
del tronco y cayó al suelo junto con Ingale.
—¡Ese hombre es adivino! —exclamó y salió corriendo para encontrarlo.
—Señor, usted es adivino —le dijo al verlo—; hágame el favor, dígame
cuándo me voy a morir.
—¡Ah, bien! Te vas a morir cuando tu burro rebuzne tres veces —le
contestó el hombre dispuesto a hacerle una broma y siguió su camino.
Agarró entonces una cuña de madera, la envolvió con un pañuelo para
hacer un tapón y se la colocó en la boca del burro para que no pudiera
rebuznar.
El animal se sentía muy incómodo y sacudía nervioso la cabeza para
sacarse el tapón.
Ingale entre tanto juntó la leña, la colocó sobre el burro y tomando
las riendas inició el camino de regreso a su casa.
El burro resoplaba y sacudía desesperadamente la cabeza.
—Quédate quieto burrito —le decía Ingale—, no hay otra, no ves que si
rebuznas yo me muero.
El animal estaba enloquecido y tanto hizo por sacarse eso que tenía
trabada su boca, que pegando un fuerte rebuzno logró hacer saltar el tapón.
Ingale en ese momento estaba parado frente a él observando lo que el
animal hacía; el tapón salió con tanta fuerza que fue a pegarle justo en el
pecho.
—Había sido verdad lo que dijo el adivino; el burro me mató, dijo y
suspirando se dejó caer al suelo.
Al rato pasaron tres hombres y, creyendo que realmente estaba muerto,
decidieron llevarlo al cementerio.
Ingale pesaba bastante y en la mitad del camino uno dijo:
—Mire mi amigo, estoy cansado, vamos por aquí, queda más cerca.
—No, no, mi amigo, más cerca es por acá —le contestó el otro.
—¿A mí me lo va a decir, que estoy cansado de hacer este camino? —y
los dos se trabaron en una fuerte discusión.
Entonces Ingale se incorporó un poco y dijo:
—Miren, cuando yo estaba vivo iba por donde yo quería, ahora que estoy
muerto llévenme por donde quieran.
Los hombres espantados lo tiraron al suelo y salieron corriendo.
Como nadie más pasó por allí, el muchacho tuvo que levantarse por sus
propios medios y volvió a su casa.
La madre, al verlo sin el burro y sin la leña, lo reprendió y con unos
cuantos coscorrones le ordenó que fuera a buscarlos.
Por más que Ingale insistió, no pudo convencer a su madre de que
estaba muerto y tuvo que ir.
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