-La langosta! ¡El chapulín! —grita la gente en la tierra hondureña al
ver las nubes de estos insectos oscureciendo el cielo.
Todos le temen y con razón, ya que su aparición significa la pérdida
de las cosechas.
—Y pensar que esto sucede por la avaricia de un hombre —murmuran las
mujeres mayores.
—En cierto lugar de Honduras —cuentan— vivía un hombre muy avaro.
Un año, en que el hambre y la
escasez azotaban la región, este señor tuvo mejor suerte, consiguiendo una
buena plantación de maíz.
Cuando la época de la cosecha llegó, un grupo de campesinos, los más
castigados, fueron a pedirle ayuda a cambio de su trabajo. El hombre se negó.
—Es de mal agüero comenzar de este modo la cosecha de mi maizal —dijo.
—Pero señor, tenga un poco de compasión, le devolveremos todo en la
próxima cosecha.
—Rotundamente no —dijo y los echó de su casa de mal modo.
Fue entonces que una anciana que se encontraba entre ellos lanzó un
grito y comenzó a llorar desesperadamente.
Pero el hombre no se compadeció.
Los campesinos volvieron a sus casas, pero la anciana, desfalleciente
de hambre, se quedó llorando.
Entonces sucedió algo inesperado; de cada lágrima que derramaba la
anciana sobre la tierra, fueron brotando uno a uno estos insectos.
El hombre, que aún no había entrado en la casa, vio con horror cómo se
fueron multiplicando en millones de chapulines y en pocos minutos dieron fin a
su plantación, dejando la tierra totalmente devastada.
Leyenda de Honduras
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