jueves, 14 de diciembre de 2017

La india dormida

En el poblado amerindio de Yucayo, junto al río Guainey, actualmente
parte de la ciudad de Matanzas, a la orilla del río
San Juan, el pequeño Guacumao cumplía años de edad. Su
tío materno y cacique de Yucayo, el bien amado jefe Yumurí, le
regalaba una pulida hacha de dura piedra verdosa, y le prometía
llevarlo en su canoa hasta el río Jibacabuya que, desde la
muerte de Canimao, era llamado por todos río Canimao.
Guacumao era el hijo postumo del valiente Canimao y de Cibayara,
la única hermana de Yumurí.
Sabía Guacumao que su padre se había autosacrificado al
Dios Murciélago para pagar por la vida y la salud de su madre,
y que la muerte se la había dado, con mano segura, abriéndose
el pecho en una canoa en el centro del río Jibacabuya que,
en sus aguas, escondió el cuerpo de Canimao para siempre; porque
el Jibacabuya es la boca por donde recibe las ofrendas eí
Dios Murciélago.
Y Guacumao estaba orgulloso de su padre, que era un héroe
del cacicazgo de Yucayo.
Guacumao había regresado del río que guardaba los restos
mortales de su padre. Acababa de comer, todavía sus manos jugueteaban
con un pedacito de casabe. Y le repetía a su madre,
la dulce Cibayara, que había visto al behíque Macaorí, y que
este le había contado a su tío Yumurí una historia, la historia
de Baiguana que estaba allá lejos, dormida y convertida para
siempre en montaña.
Y Guacumao, excitado, decía:
-Mamá, yo vi a Baiguana desde el bohío del behíque Macaorí
.. . Yo sé cómo es Baiguana.
Y Cibayara, comprensiva, oyó por tercera vez la historia de
labios de su hijo:
-Baiguana era una mujer muy bella que enloquecía a los hombres
porque a todos buscaba y a todos se entregaba . . . Baiguana,
que vivió cuando la bahía de Yucayo estaba seca y era
como un valle grande y verde con un largo río que se alimentaba
de otros ríos, fue obligada a residir muy lejos de la costa.
Pero todos los hombres iban hacia Baiguana, y la pesca y la
caza eran abandonadas, y los sembrados de yuca, de maíz y
boniato se perdían.
«El cacique de entonces, Maguaní, fue al río Jibacabuya, que
era el más poderoso afluente del río largo, para hablarle a la
boca de agua del Dios Murciélago y pedirle consejo; para que
el dios le indicara cómo resolver el asunto de la bella y ardiente
Baiguana .
»»Y el cacique Maguaní llevó de regalo a Baiguana un pescado
mágico, cogido por orden del Dios Murciélago en el río Jibacabuya.
Y Baiguana lo comió y cuando la luna estaba en lo alto
se acostó a dormir frente a su bohío mirando a la luna. . .
»>Pero cuando el sol tiró sus flechas de sangre sobre la tierra,
Baiguana se había hecho gigantesca y de piedra . . Baiguana
ya solamente era una montaña con forma de mujer dormida.
. . Era la india dormida.»»
Había pasado el tiempo. Yumurí estaba muerto, abrazado a
su amada Albahoa, dentro de las entrañas del río Babonao.
Ahora Yucayo tenía un joven cacique: Guacumao. Y también
tenía una bella mujer con sangre de fuego, como la Baiguana
convertida en montaña.
Esa mujer, joven, era la irresistible Aibamaya.
Al cacique Guacumao se le planteaba el mismo problema que
tuvo que resolver Maguaní.
Y Guacumao estaba preocupado. . . Y Cibayara confió a su
hijo Guacumao lo que le había profetizado el behíque Macaorí,
cuando le salvó la vida por orden del Dios Murciélago ; el behíque
había dicho que de ella, de Cibayara, tenía que nacer un
hombre que haría dormir, hecha piedra, a una mujer que mataba
por amor. .
.
Pero el behíque Macaorí hacía muchas lunas que había muerto
y no se le podía consultar.
El Dios Murciélago no respondió nunca a las llamadas que
le hacía Guacumao cuando iba al río de su padre, el Jibacabuya,
que todos llamaban río Canimao, para pedirle consejo y así
poder resolver el caso de Aibamaya, la bella mujer que tenía
enloquecidos a los hombres de Yucayo.
Una noche Guacumao soñó que una mano grande que soltaba
murciélagos, con gestos le ordenaba llevarse en una canoa
a la bella Aibamaya hasta la punta de tierra donde termina,
por un lado, la bahía de Yucayo. Y la mano grande aseguró que
allí se volvería Aibamaya una mujer de piedra.
Cuando Guacumao despertó, contó a su madre Cibayara el
sueño. Y ambos creyeron que al fin el Dios Murciélago daba
una respuesta a las muchas llamadas que le hizo Guacumao.
El mar cantaba al morder las piedras de la costa. Un bohío
a medio terminar se levantaba entre el pantano y el cantar del
agua mordedora . .
.
Aibamaya preparaba un ajiaco, bien condimentado con ajíes y
sal . . . Hacía tres semanas que vivía con el cacique Guacumao a
la entrada de la bahía de Yucayo.
Allá, en el mar, Guacumao pescaba . . Era feliz con el cuerpo
que le regalaba diariamente Aibamaya. . . Y se sentía dulcemente
triste, porque ahora sabía que su corazón se le había
perdido entre los brazos de Aibamaya. . . ¿Cómo podría cumplir
su terrible deber?... ¿Cómo pedirle al Dios Murciélago
el medio mágico necesario para hacer dormir a Aibamaya y
convertirla en piedra?. .
.
Nunca volvieron al poblado de Yucayo el cacique Guacumao
y la irresistible Aibamaya.
Por las noches, junto a la hoguera, cuentan los pescadores
amerindios de Yucayo, que frente a la punta de tierra en que
termina la bahía por un lado, muchas veces se ven dos rocas
blancas bajo el agua del mar, rocas que son el cacique Guacumao
y la mujer con fuego en la sangre que él amó, convertidos
en piedras por el poder del Dios Murciélago. Así el Dios arrancó,
para bien de Yucayo, la vida de la mujer que mataba por
amor, y libró a Guacumao del terrible deber de hacer dormir,
hecha piedra, a Aibamaya . . .
 clboney

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