Ti-Lu
trabajaba con afán. Había perdido a sus padres, no tenía hermanos ni hermanas,
ni mujer ni hijos. Ningún pariente, ni un solo amigo. Pero gracias a su
esforzado trabajo de tejedor olvidaba su soledad y sentíase contento.
Sin embargo,
un amigo si hubiese querido tenerlo. Alguna vez reflexionaba en ello. Pensaba
en un amigo leal y generoso que supiera
darle buenos consejos, que le contase hermosas historias de los tiempos
antiguos y que, en los días grises, lo acompañase y le sonriese. Pero Ti-Lu
sabía que en este mundo no existen semejantes amigos, porque sus tentativas
para hallar a uno de ellos habían naufragado siempre en la desilusión.
Una vez logró
tejer en un tapiz la figura de un hombre que tenía las manos una luminosa bola
de plata. El tejido, una obra maestra de
arte y de buen gusto, le satisfizo sobre todo, la imagen masculina.
Precisamente el rostro de aquella imagen revelaba sus secretos sueños. Era un
rostro cordial y puro, lleno de benévola agudeza y de sabiduría, el rostro del
amgio que inutilmente habìa buscado. Y dijo:
-Te quedarás
conmigo, criatura de mi trabajo y de mi imaginación. Y me
consolarás con tu rostro plácido y bueno, me espolearás en el trabajo con tu
sonrisa cálida y afectuosa.
Decidió, pues, no vender jamás, a ningún precio, el hermosísimo
tapiz. Pero un día llegó a su casa un mensajero del rey, un soberbio
gentilhombre que llevaba ricos vestidos de raso.
-Tienes fama de ser un excelente artesano-le dijo. Su
majestad, mi Señor, quiere un tapiz hecho por ti.
Ti-Lu, inclinándose respetuosamente prometió al
ilustre personaje un tapiz artístico y original.
-Deja que piense un poco en ello, deja que la fantasía
abra su saco mágico. Cuando la inspiración llegue, no dudare; pondré manos a la
obra con entusiasmo.
El mensajero del rey contempló con admiración el tapiz
con la figura del hombre que sostenía una bola de plata. Y le gustó.
-Quiero esté -dijo.
-Es demasiado sencillo- se apresuró a explicar el
pobre Ti-Lu. En los amplios salones del rey desentonaría.
-Quiero éste- insistió el soberbio personaje. –Tómalo,
entonces-contestó con gran suspiro el pobre artesano.
-¿El precio?
-Nada. Lo regalo.
-Eres astuto. Lo regalas porque esperas una espléndida
recompensa.
A Ti-Lu le asomaron las lágrimas en los ojos. El hombre
del tapiz, con su rostro afable, no era una simple imagen de la fantasía, sino
un ser vivo, un amigo. ¿Habría podido vender a un amigo?
No espero recompensa alguna.
-Bien. Como
quieras.
Vinieron del
palacio los criados del monarca, arrollaron el tapiz y se lo llevaron. Ti-Lu
diose cuenta, por primera vez, del peso de la soledad. Era tan deprimente que
no pudo soportarla. Salió afuera para distraerse. Caminó horas enteras por el
campo. Le parecía haber perdido a una
persona muy querida, la única persona fiel. Llegó a la orilla de un río y
sentose junto al agua. Y el humor de las ondas soba a sus oídos, a su alma,
como una voz tierna, la voz del hombre sonriente, del hombre del tapiz.
Oscurecía; en el cielo se abrían los negros abismos de
una noche profunda y tranquila. Daba pereza levantarse, emprender el camino de
regreso.
Rezaba: “Buda, haz que pueda querer todavía mi casa,
haz que pueda reanudar mi trabajo”.
Poco a poco, sobre su cabeza afligida se encendían las
estrellas. Se detuvo un instante, contempló los luminares de oro.
-Estrellitas-vosotras no estáis solas: todas amigas,
todas contentas. Consoladme. Yo soy un pobre solitario.
Las estrellas
lo miraban titilando.
Prosiguió su
camino. Despacio, fatigosamente. Su casa estaba abierta. Extrañose al erla
iluminada. ¿Quién podía haber encendido la luz? Se acercó con ansia al umbral,
miró dentro.Un hombre estaba sentado ene l suelo. Le sonrió amablemente.
-Entra, no te
asustes.
Reconoció en él a la imagen tejida en la alfombra, al amigo
ideal.
Dio algunos
pasos.
-No
comprendo-balbució.
-Tu amor me ha
dado vida. El amor anima las cosas y puede sacar de la impasibilidad de la
materia la luz del espíritu.
Ti-Lu
experimento una sensación cálida y confortante de alegría. Y sentose al lado del amigo.
-¿Te quedarás siempre junto a mí?
-Me quedaré siempre contigo. Pero no aquí. Mira: la
bola de plata que me pusiste en las manos anda ya rodando por los espacios.
Dentro de poco la veremos brillar en el cielo. Y yo iré alla arriba para
alcanzarla. Y desde lo alto, mientras todos, en la tierra, dormirán, yo solo
velaré tu sueño, y cuando trabajes, te sonreiré para confortarte y estar
contigo todo el tiempo.
Una fuerza misteriosa empujó otra vez a Ti-Lu fuera de
su casa. En el cielo, entre las estrellitas, ahora casi invisibles,
resplandecía luminosa su bola de plata.
Y pareciole que allá arriba un amigo lo miraba con
ternura. Volviose para hablar con el hombre, pero había desaparecido. Apagó la
lámpara y se sentó en el umbral de la csa. Y quedó contemplando, encantado, el
hermoso rostro cordial que le sonreía desde el redondo, argentino disco de la
luna.
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