Érase que eran dos compadres, uno rico y el otro pobre; el rico se
llamaba Ramón, y el pobre, Laureano.
Laureano era tan pobre que a veces tenía que recurrir a la ayuda de su
compadre; pero éste era bastante avaro y siempre le ponía miles de excusas para
no prestarle dinero.
Un día Laureano salió en busca de trabajo pues las necesidades eran
muchas y dinero tenía muy poco. Esta vez decidió no ir por el camino de siempre
y salió en dirección opuesta.
—"Puede que me cambie la suerte" —pensó y se puso en marcha.
Anduvo hasta casi el atardecer y ya perdía las esperanzas cuando a lo
lejos divisó una casa; rápidamente se dirigió hacia allí.
Al llegar, comprobó que se trataba de una casa abandonada y
desilusionado pensó: "Creo que hoy no conseguiré nada. Mejor me vuelvo
antes de que anochezca".
De pronto sintió que venía gente. Tuvo miedo; a una casa abandonada
sólo pueden llegar ladrones o maleantes.
—Me esconderé hasta que se vayan —dijo y no encontró nada mejor que un
tirante en el techo; trepó en él y se quedó bien callado para que no lo
descubrieran.
Eran unos gauchos desconocidos; jamás los había visto por el lugar.
Entraron en la casa como si fuera suya, prendieron fuego, se sentaron
y comenzaron a tocar la guitarra y a cantar:
—Lunes y martes, y miércoles tres, jueves y viernes, y sábado seis...
La reunión se iba animando cada vez más y entusiasmados por la música
comenzaron a bailar, mientras repetían una y otra vez los mismos versos:
—Lunes y martes, y miércoles tres, jueves y viernes, y sábado seis...
Laureano se divertía mucho viéndolos desde su escondite pero le
aburría escuchar siempre la misma canción hasta que de pronto se le ocurrió que
le podría agregar algo y al llegar a "sábado seis" gritó:
—¡A las cuatro semanas se ajusta el mes!
Los gauchos pararon de cantar, miraron hacia arriba desde donde venía
la voz y descubrieron al intruso.
—Baje, mi amigo, ¿qué hace ahí? —le dijeron.
—Oí venir gente y me asusté.
—Amigo, somos gente buena, baje tranquilo.
Cuando Laureano bajó, los gauchos muy contentos le dijeron:
—Estamos muy agradecidos porque nos alargó el verso —y en recompensa
le dieron mucho dinero en onzas de oro.
Contento como no lo había estado nunca, volvió a su casa y le dijo a
su esposa que lo estaba esperando:
—Mujer, mira lo que traigo, ve a lo de mi compadre y pídele prestado
el almud* para medir las onzas.
Ramón, intrigado por el pedido de su compadre, comentó a su mujer:
—¿Qué estará por medir Laureano tan pobre como es? Vamos a poner una
cosa que lo pegue al almud para ver qué mide.
Así lo hizo y se lo mandó.
Laureano midió su oro y devolvió enseguida el almud a su compadre.
Cuando Ramón lo tuvo en sus manos, observó que tenía pegada una onza
de oro; inmediatamente fue a la casa de su compadre y le preguntó:
—¿De dónde has sacado esta onza?
Mientras Laureano le contaba lo que le había sucedido, en Ramón crecía
la codicia. Él iba a hacer lo mismo.
Al otro día fue a la casa abandonada; se trepó al tirante como lo
había hecho su compadre y esperó.
Ya anochecía cuando llegaron los gauchos y, como era su costumbre,
prendieron el fuego y se pusieron a cantar. Ahora el verso era un poco más
largo con el agregado de Laureano.
—Lunes y martes, y miércoles tres, jueves y viernes, y sábado seis, a
las cuatro semanas se ajusta el mes...
Escuchó varias veces la canción y de pronto se dio cuenta de que
faltaba el domingo. Esperó a que llegaran a "sábado seis" y gritó:
—¡Falta domingo siete!
Esta interrupción no les gustó nada porque les había descompuesto el
verso y lo bajaron del tirante con la intención de darle una paliza por
entrometido.
Por suerte Ramón pudo zafarse de los irritados gauchos y salió
corriendo con todo lo que le daban sus piernas.
—¡Qué atrevido! —exclamaron—. Venir a arruinarnos el canto; mejor que
no aparezca más por aquí.
Por supuesto Ramón no apareció más por ahí y se cuidó muy bien de no
comentar nada.
Pero la historia igual corrió de boca en boca, se conoció en todo el
lugar y más lejos también, y desde aquel día, quedó la costumbre de que cuando
alguien dice algo inoportuno exclaman:
—¡Ya salió con un domingo siete!
*Almud: medida de capacidad antigua que equivale a 1 litro y 76
centilitros, con la que se medían los frutos secos o granos; en el caso del
cuento, las onzas.
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