Cumple con sus ritos la tribu en medio de la noche.
La luna acompaña cada paso. Las doncellas vírgenes danzan en
torno al fuego. Corre entre los hombres el vino de mandioca. Canta y baila la
tribu. Se exacerban los espíritus.
El joven Chiru cuenta sus hazañas. Acaba de regresar de la
ciudad del oro. Cuenta todo con lujo de detalles y las fantásticas aventuras
ocupan todo su hablar. Nada de lo que allí pasa parece tener mucha gracia
después de haber pisado aquellas tierras doradas.
Bailan las doncellas vírgenes alrededor del fuego.
Coronadas de flores danzan con sus atuendos blanquísimos.
Las llamas que se levantan con fuerza crujiente tiñen la piel
de las jóvenes de un rojo incandescente y furioso que enerva los espíritus.
Chiru mira a las doncellas. Mira a una doncella en especial. La más joven. La
más hermosa. La más áurea. La mira con deseo irrefrenable.
Ahora las doncellas detienen su danza y agitadas descansan
junto a un árbol.
Chiru manifiesta su deseo a un hombre que está a su lado.
El hombre le advierte que esas doncellas no pueden ser
tocadas. La maldición de Tupã caerá sobre quien ose tocar a las doncellas
vírgenes de la tribu.
Chiru, agitado por los espíritus del vino, se acerca a la
joven y le ofrece sus brazos para el merecido descanso. La joven rehúsa el
ofrecimiento. El muchacho insiste. La acosa. Se le acerca. La joven huye. Se
levanta y corre por el monte. Chiru, enceguecido por la negativa la persigue.
Alejada del fuego y corriendo por el bosque, la niña,
plateada por la luna parece un espectro encantado. No está dispuesta a
entregarse a los brazos de aquel indio ebrio. Llena de miedo, trémula pero
decidida se aleja con sus ágiles piernas. Casi lo ha perdido de vista. Chiru,
embriagado, no acierta el camino que ha tomado la joven pero su deseo es
irrefrenable y no se detiene. Obstinado avanza. La niña se detiene junto al
río. Se ha trepado a una roca saliente y allí aprisiona entre sus manos el
talismán defensor de la virginidad. En ese mismo momento ve aparecer a través
del follaje a Chiru.
“Al fin te he alcanzado” grita el muchacho poseído por los
espíritus del alcohol.
“Huiremos juntos. Te llevaré a la ciudad del oro. Viajaremos
sin descanso y la aventura será nuestra única guía. Te ofrezco el paraíso que
está más allá de los cerros”. Suplica el joven ante el silencio de la niña que
temblorosa aprisiona aún más su amuleto. El hombre se acerca a ella.
Intenta varias veces subir a la piedra en la que está
erguida la pequeña doncella.
Le acosa desde abajo Chiru hablándole continuamente de amor
y desenfreno.
El silencio es el resguardo de la niña. Mira el río cargado
de estrellas. Un reflejo vivo. La luna enorme en su superficie. Todo parece
hablarle, incitarla.
Ya trepa Chiru.
Ahora sí está por darle alcance.
La niña no lo duda un instante. Salta y se sumerge en ese
espejo de astros y reflejos. Salta detrás el muchacho, guiado por el deseo.
Se desliza la niña hacia lo más profundo.
“Te salvaré y serás mía” balbucea el hombre y se sumerge en
las oscuras aguas en busca de la doncella. Una y otra vez va y viene de la
superficie a las profundidades hasta que al fin logra alcanzar el cuerpo de la
niña. Lo aferra fuertemente y se dirige a la superficie, pero al salir a flote
descubre que lo que trae aferrado es una flor. Grande y en forma de corona.
Ámbar en el centro y teñida de colores rosados en los bordes de cada pétalo,
ancho y carnoso. Sorprendido primero y furioso después, Chiru tomó la flor y
sin fijarse en su gran belleza la arrojó lejos de sí.
Chiru siguió sumergiéndose con la esperanza de encontrar el
objeto de su deseo pero fue inútil. Al fin, sin fuerzas fue arrastrado por un
remanso que se lo llevó para siempre a las profundidades. Los dioses habían
dado su castigo al importuno joven y premiado la bondad de la doncella
convirtiéndola en una hermosa flor que se eternizaría dando nombre al río que
puebla, porque Paraguay significa río de coronas y aquellas coronas llevan el
nombre de Irupé.
Estuvo muy lindo 💖👌
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