jueves, 14 de diciembre de 2017

Pitá-Morotí

Tupa creó las plantas y los animales, pero pasaron muchas lunas
antes de que creara a los hombres. Y cuando los hizo, les
dio la inteligencia para adueñarse de las plantas y vencer a los
más fieros animales.
El hombre no poblaba aún todas las regiones: existía una parte
del bosque donde no había seres humanos. De esta región deshabitada
I-Yara, el Dueño de las Aguas, que era amigo de Tupa,
le llevó un poco de tierra.
Tupa la amasó, le dio la forma de dos figuras humanas y les
infundió vida con rayos del sol. De esta manera aparecieron hombres
en aquella región en donde antes no existía vida humana.
Eran dos hermanos, ambos de color oscuro, pues estaban hechos
de tierra; sólo que uno era de piel más oscura y el otro,
de piel más clara. Por eso recibieron los nombres de Pitá (morado)
y Morotí (blanco).
Hechos los hombres, tupa encargó a I-Yara que hiciera dos
mujeres hermanas para dárselas a Pitá y a Morotí. Ellas les
harían compañía y les darían hijos.
Y así fue: las dos parejas vivían felices en los bosques; se
alimentaban de las frutas de los árboles; se amaban y tenían
hijos. .
.
Pero un día, Pitá, frotando dos piedras, descubrió el fuego:
y otro día, Morotí mató un pécari y se le ocurrió poner esta
carne al fuego. Como el olor de la carne asada brindaba un
olor apetitoso, la comió, y luego la hizo probar a su mujer e
hijos y también a los hijos y a la mujer del hermano.
Desde entonces empezaron a desdeñar los frutos de los árboles
y se entregaron a la caza; pero los animales eran ligeros y
fuertes, y tuvieron que inventar armas, como el arco y la flecha.
Pitá y Morotí, con sus familias, vivieron de la caza; aunque
ya no existía la misma paz. Ahora se disputaban las presas y
reñían los dos hermanos. Poco faltó para que el arco y la flecha
se usaran para luchar entre sí. No llegaron a tanto, pero
sí decidieron separarse.
Tupa decidió castigar a los dos hermanos por no mantenerse
en paz y unidos. A Tupa le hubiera sido muy fácil destruirlos;
pero prefirió sólo darles una lección que perdurara por los siglos.
Y sobrevino el castigo.
Una tormenta terrible azotó por tres días y tres noches la
selva donde habitaban Pitá y Morotí con sus mujeres e hijos.
Fueron días de terror: todos huían aterrados y se guarecían
bajo los árboles, huyendo de la luz de los relámpagos y del
rugir de los truenos. Al terminar estos tres días, brilló el sol,
y de él los hombres, asombrados, vieron bajar a I-Yara; llegaba
a las tribus y, en cada una de éstas, pedía que lo siguieran,
y los hombres lo seguían silenciosamente. Llegaron así a un
abra del bosque, y allí I-Yara les habló:
-Me envía Tupa, nuestro Padre. Está irritado con ustedes
porque han peleado. Hermanos son, e hijos de hermanos; nunca
debió haber disgusto entre ustedes. Tupa me envía para
unirlos de nuevo. ¡Pitá, Morotí, abrácense! -ordenó I-Yara.
Ambos hermanos se abrazaron y, en presencia de sus descendientes,
que los miraban llenos de asombro, fueron perdiendo
la forma humana, fundiéndose el uno con el otro hasta llegar
a ser un solo cuerpo. Y este cuerpo se convirtió en tronco,
de donde salieron ramas, y de las ramas nacieron hojas y fíores.
Y estas flores fueron de color rojo morado primero, y después,
antes de marchitarse y caer, tomaron el color lila, que
fue debilitándose hasta hacerse blanco: Pitá el morado y Morotí
el blanco daban sus nombres a estas flores.
Así nació el arbusto llamado «azucena del bosque»». Nació del
anhelo de Tupa, el Creador, de que los hombres vivan en paz.

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