jueves, 14 de diciembre de 2017

La leyenda del mainumby

Concierto de colores en el manantial.

Las azucenas silvestres con sus arreboladas coronas. Los helechos de verdes sólo imaginables a la hora de escribir estas hojas. Plantas acuáticas se regodean desparramando sus hojas en la limpidez de la surgente. Enredaderas de flores azules y rojas trepan a los troncos de los árboles que se bañan en el constante salpicar de la naciente. Desde arriba puede uno asombrarse con el espectáculo. Sólo donde fluye el agua se puede encontrar la tremenda variedad que ahora tenemos frente a nuestros ojos.

Las flores más pequeñas, blancas como perlas o los racimos de flores que caen de las orquídeas gigantes, todas las plantas aportan su instrumento como si fuera esto un gran concierto de colores cuyo único rumor saliera del agua que salta de la roca espontáneamente, del agua que sube en la savia de las plantas, del agua que surge en la transpiración de las hojas.

El agua. Siempre el agua.

No lejos de allí, descansa Itakuéra con su dulce hija y dos de sus criadas.

Descansa bajo la sombra de un samu’u que de vez en vez deja caer sus flores blancas y esponjosas sobre la tierna hierba que crece a su alrededor.

Ytakuéra es madre de grandes guerreros. Yvotyjuru es la hija más pequeña de Itakuéra.

Envía la mujer a una de sus criadas por agua al manantial.

Presurosa parte la joven llevando una calabaza hueca para traer el líquido, pero no regresa.

La vemos allí junto a la surgente, como hipnotizada. Se diría que está en trance. Apenas estuvo junto al agua, una sombra juguetona llamó su atención. Una sombra que no es gris como todas las sombras sino multicolor. Lleva prendidos en su plumaje, pues se diría que son plumas tejidas por algún orfebre místico lo que cubre aquel latir pequeñísimo, los colores de aquel lugar hermoso.

La criada no regresa. Entonces Itakuéra envía a su otra criada a ver que ha sucedido, por qué no regresa con el agua fresca, pero ella tampoco regresa. ¿Qué estará sucediendo allí abajo?

Itakuéra y su hija bajan a ver lo que sucede. Llegan junto al pequeño arroyito y encuentran a las dos criadas tal como las describimos. Hipnotizadas por un pequeño pájaro que se mueve inquieto de flor en flor. La fina espada de su pico ya penetra a una azucena, ya a un jazmín, ya los pensamientos de las criadas. Madre e hija se han quedado estupefactas ante el ave de refulgentes colores.

Las cuatro mujeres no responden por sí mismas. Es tanta la hermosura del pajarillo que se han quedado mudas de asombro. Lo ven ir y venir hasta que en un momento de encantamiento el mainumby llega junto a la hija de Itakuéra e introduce el pico entre los rojos labios vírgenes.

Un remolino de luz. Un aleteo incesante. Un roce infinito y la niña traspasa las fronteras de lo humano. Ella también vuela ahora con el mismo aspecto del pájaro que las ha embelesado.


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